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domingo, 14 de julio de 2013

Doppelgänger

Fotográma de plumas cruzadas

¡El cambio es ahora! ¡El momento ha llegado! ¡Salgan de las sombras! Gemelos, trillizos, cuatrillizos y los más numerosos… ¡NUESTROS HERMANOS NO SON NUESTROS ESCLAVOS! ¡NO! ¡MÁS! ¡SOMBRAS!

El orador era un político de alto rango. Un hombre gordo, con anillos de oro y piedras preciosas en cada dedo. Su rostro estaba surcado por las arrugas que delatan a un mentiroso. Su cabello grasiento atado en una coleta de caballo. Tenía un saco azul con delgadas líneas grises y un pantalón de tela del mismo color. Una corbata roja como la sangre. Zapato negro cerrado, tan pulido que casi podía ver mi rostro reflejado en ellos. Él estaba parado en una plataforma, mis ojos estaban a la altura de sus zapatos.

Yo era su jefa de seguridad, dirigía un grupo de dieciséis guardaespaldas, compuesto en su totalidad por sombras, hermanos secundarios que habíamos perdido a nuestro hermano primogénito.

Mi vida cambio con la muerte de mi hermana, un año antes de convertirme en líder de dicho grupo de parias. Éramos gemelas. Eva nació unos minutos antes, por lo que se le otorgaron los privilegios de hija única. El estado se hizo cargo de su salud, educación y bienestar. Yo me convertí en su sombra y esclava: debía vivir para obedecerla y servirla.

Hace trescientos años que la reproducción humana está siendo controlada con los derechos de ciudadanía. Fue una medida necesaria. En cada parto nacían al menos dos bebes, cuando no tres, cuatro o incluso doce. Al ser nombrado ciudadano sólo el hijo mayor, el estado se libró de tener que velar por el bienestar de más de la mitad de la población. Los hijos de sobra eran responsabilidad de cada familia. Pronto se les llamó sombras. Se convirtieron en esclavos a los que apenas se les daba de comer mientras fueran útiles. Una sombra sin protección, podía ser asesinada por cualquier ciudadano. Porque éramos menos que animales, ni siquiera teníamos una Sociedad Protectora de Sombras ni nada por el estilo.

Mis padres se encargaron de mi mantenimiento cuando niña. No me dieron ningún nombre, se referían a mí como “oye tú”. Cuando Eva se fue de la casa y consiguió un empleo como policía, fue ella quien se encargó de mí. A falta de un nombre real, Eva me llamaba “hermana querida”.

Estaba tan acostumbrada a seguir la presencia de Eva que cuando murió no supe por qué vivir. En los primeros tiempos de la medida, cuando el primogénito moría, junto a su cuerpo momificado eran enterradas sus sombras, aún con vida. Esa tradición fue abolida y el mundo se llenó de vagabundos que podían sufrir cualquier acto ignominioso por parte de un ciudadano. Para algunas sombras morir con el primogénito es preferible a una vida de sufrimientos sin propósitos.

Erré de un lado a otro durante cuatro meses, evitando que me mataran, luchando con los perros y otros vagabundos para comer el contenido de la basura. Un día me abordaron unas sombras que no eran como las demás. No se lamentaban por la muerte de su primogénito ni se escondían como ratas en cuanto alguien se acercaba a ellos.

Se llamaban a sí mismas revolucionarias.

Me hablaron sobre Jacob y Esaú. Esaú sacó primero un pie del vientre de su madre y como era la costumbre se le ató un hilo rojo en el tobillo para identificarlo como el mayor. El pie de Esaú volvió a entrar y fue Jacob quien salió primero de cuerpo entero. Los padres decidieron que a pesar de todo era Esaú quien merecía la primogenitura y así lo registraron en su tierra natal. El niño Jacob resulto ser tan indómito como un potro salvaje, se negó a servir a su hermano que por otro lado era un bobo grande. Jacob escapó de casa en cuanto pudo y se hizo avalar como ciudadano en otros países. Este ha sido un hecho polémico que ha dividido naciones y ha provocado guerras en varias ocasiones. Los jacobitas alegan que el hermano con la fuerza para nacer primero es quien se gana la primogenitura, mientras que los otros alegaban que el primero en tocar la línea de llegada era el vencedor. Me disculpo si me expreso de un modo rudo, viví con Eva durante veintisiete años y ella era tan grosera como un mecánico, así lo decía ella.

Los revolucionarios me preguntaron mi opinión con respecto a la historia de Jacob y Esaú. Les dije la verdad: que no tenía ninguna opinión.

Ellos me sacaron de las calles. Querían que me uniera a su causa porque con mi entrenamiento como policía podría pertenecer al personal de seguridad. Los seguí, no porque creyera en ellos, sino porque necesitaba comer.

Participé en varias operaciones de vigilancia. Al principio sólo conducía los coches. Pronto mi puntería con la pistola y mi sexto sentido para el peligro, me hicieron ascender dentro de la organización. Gracias al entrenamiento que hicimos juntas pude alcanzar esos méritos: pocos primogénitos le permitían a sus sombras tener su misma educación o trabajo.

“Tienes que ser incluso mejor policía que yo” rezaba Eva en mis oídos por lo menos una vez al día cuando vivía, “porque si tú estás cubriendome las espaldas puedo estar tranquila”. Recordar las palabras de mi hermana me alegraba.

Ascender en el trabajo me entretenía, no tenía más que hacer. No era la misma felicidad que me embargaba cuando Eva me pedía que durmiera con ella en su cama porque le tenía miedo a la oscuridad, ni cuando ella insultaba o golpeaba a sus compañeros que se comportaban groseros conmigo.

Me convertí en jefa de seguridad. Se me honró llevándome a conocer a los líderes de la revolución. La boca visible y parlante era el político Dionisio, defensor ferviente de las sombras en el congreso. Su proyecto de ley para que se le otorgaran derechos de ciudadanos a las sombras había sido rechazado tres veces. Ahora Dionisio era candidato para la presidencia. Los cuestionarios indicaban que tenía una ligera ventaja sobre su oponente tradicionalista. Si Dionisio era elegido presidente, era porque las personas estaban de acuerdo con su pensamiento y en ese caso era posible que la vida de las sombras cambiara radicalmente. No para mí: el amor de mi hermana nunca podría recuperarlo.

Dionisio no era más que la boca. Los verdaderos líderes de la revolución eran sus dos hermanos. Ellos eran los cerebros detrás del éxito en la carrera política de Dionisio. No me enteraba de ninguna acción ilegal, pero como Eva decía, “Ni la peor de las putas es más sucia que el mejor de los políticos”. Los ojos de los dos hermanos brillaban con ambiciosa satisfacción cada vez que su hermano despotricaba en público a favor de las sombras o cuando recibían un informe positivo. Me tenían sin cuidado las maquinaciones de los trillizos mientras no rompieran la ley de manera evidente. Los instintos policiacos de Eva seguían viviendo a través de mí y no iba a comer de una olla podrida, prefería morirme de hambre. Así se los dejé en claro más de una vez. Se cuidaron de caminar derechito delante de mí.

— ¡NI UN DÍA MÁS! ¡NO MÁS ESCLAVITUD! ¡NUESTROS HERMANOS NO SON NUESTROS ESCLAVOS!

Dionisio había llegado al paroxismo de los políticos para arengar a las multitudes. Detrás de él, sus hermanos con ojos de rata hambrienta eran televisados a nivel nacional. Estábamos en una plaza concurrida, la jornada electoral estaba a punto de terminar sin incidentes cuando vi llegar al capitán de policía con una veintena de hombres. Le hice una seña a mi escuadrón de sombras para que los dejaran pasar.

— ¿Sucede algo capitán? Soy la jefa de seguridad del señor Dionisio.

El capitán me reconoció como la sombra de Eva y me saludó con un gesto de cabeza muy común entre los policías. Me sentí satisfecha de que aún recordará a mi hermana.

—Vengo con una orden de arresto para el candidato Dionisio y sus hermanos. Necesito que los tres me acompañen a la estación.

La noticia no me sorprendió. Me hice a un lado para dejarlos proceder. A Dionisio se le desencajó la mandíbula, sus hermanos comenzaron a sudar al instante pero no se quedaron quietos. Uno de ellos se acercó a mí y el otro le murmuró a Dionisio que era lo que debía hacer.

— ¿Bajo qué cargos se me arresta a mí y a mis hermanos? —Preguntó Dionisio en el micrófono—. ¡ESTO ES UN ULTRAJE! ¡QUIEREN SILENCIARME! ¡PERSECUCIÓN POLÍTICA!

El hermano que llegó hasta a mí me ordenó que repeliera a la policía.

—No voy a hacerlo —le respondí sencillamente. La mirada atónita del trillizo fue reconfortante para mí.

El capitán llegó hasta Dionisio y le puso las esposas. Dionisio siguió resistiéndose de acuerdo a las indicaciones de su hermano. Por eso fue que, cuando el capitán leyó los cargos, el micrófono captó sus palabras. El capitán no lo hizo a propósito, era un hombre correcto e intachable. No se regodearía en un arresto ni en provocar un ataque contra otra persona, ni siquiera si es un criminal y merece la pena de muerte. Fue por culpa del mismo Dionisio y sus hermanos que las palabras del capitán retumbaron en la plaza para que las oyera la multitud e hicieran eco en mis oídos.

—Candidato Dionisio, usted y sus hermanos quedan arrestados bajo la acusación de conspiración para frenar una investigación en su contra y del homicidio de un miembro de la policía. Pueden guardar silencio. Todo lo que digan puede y será usado en…

El dolor explotó dentro de mí y coincidió con el caos que se produjo en el exterior. No fue porque uno de los hermanos salió corriendo para evitar el arresto. No fue porque el otro hermano dio la orden a las sombras de que abrieran fuego contra la policía. No fue porque Dionisio le diera un empujón al capitán e intentará arrebatarle el arma.

No.

Disparé porque pensé que ellos habían matado a mi hermana.

Dejé malherido a Dionisio y maté a sus hermanos. Las otras sombras dejaron de disparar: entregaron sus armas en cuanto vieron mi justicia. No recuerdo con claridad los hechos después de eso. La policía arrestó a Dionisio y sus hombres. Me quitaron mi arma y me llevaron a la estación. No me encerraron en una celda, me mantuvieron en el despacho que perteneció a Eva. 

El capitán me dio las gracias y los compañeros de mi hermana me felicitaron dandome golpecitos en la espalda. Yo les sonreí con gratitud; por dentro seguía llorando la perdida de mi ser más querido.

Con mis declaraciones les di todos los nombres que pude. Con el buen trabajo de la policía se pudo desmantelar la red revolucionaria de los trillizos. Dionisio fue condenado a cadena perpetua por conspiración, homicidio, terrorismo y extorsión. Ninguno de sus crimenes tuvo que ver con la muerte de mi hermana.

Fui condecorada con derechos de ciudadanía y se me otorgó el rango de teniente dentro de la fuerza policial. Al principio quise rechazar dichos favores, El capitán insistió. “Ella estaría orgullosa de ti” aseguró él. Pensar en Eva fue lo que me convenció.

Las discusiones sobre hermanos y derechos de primogenitura aún persisten. Yo me limitó a vivir la ajena vida de mi hermana. No necesito más para ser feliz. Lamento no tener quien me llame hermana querida.

Mi consuelo es que ahora, a donde quiera que voy, me llaman Eva. A algunos les pareció extraña mi petición de nombre, una pequeña excentricidad dijeron. No me importa. Mi hermana ha regresado del olvido de la muerte.

Fue su mano la que obtuvo justicia.

Es su nombre el que será recordado como el de una heroína.

Mientras la recuerdan, Eva Thompson nunca morirá.

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