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miércoles, 15 de enero de 2014

Los que no se dan a conocer



Desconocidos
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¡Es su culpa por no darse a conocer!“ Bramó el padre a su hijo por celular y colgó enojado.


“Son mil pesos.” Le informé al señor con mi voz neutral de tendero.


¿Se da cuenta de cómo son los hijos?” Se lamentó el señor conmigo, sin dar señales de ir a pagar pronto. “Se fue a vivir a la ciudad con su mamá, de la cual me divorcié hace años, y por allá está, sin trabajar, y tiene el descaro de pedirme dinero cada vez que hablamos. Y eso que nos comunicamos porque yo lo llamó, porque él ni siquiera se digna a llamarme.”


¿Por qué no consigue trabajo?” Indagué con un tono de cortes curiosidad.


¡Por su propia culpa!” Estalló el señor, casi gritando. “El cree que dibujando va a conseguir algo. ¡Es un iluso! Ese muchacho no entiende que en esta vida lo único que sirve es conocer a la gente correcta. Tener estudios no alcanza para nada.”


En ese momento otro cliente llegó, el señor pagó y se fue. No deseaba compartir sus penas con otros, excepto conmigo. Por alguna razón que me es desconocida tengo cara de ser bueno escuchando. No vuelvo a pensar en ese evento hasta que me encuentro a solas con mi cuaderno y un lapicero. No me considero muy diferente del hijo del señor en el sentido de no poseer aliados poderosos, aunque me decanto por el término de mecenas por mero romanticismo.


¿Qué tan bueno será el hijo del señor? Es improbable que sea un Picasso, pero si tiene el valor de oponerse a su padre alguna confianza a de tener en sus capacidades. Lo más seguro es que el señor nunca se haya hecho esa sencilla pregunta: ¿qué tan bueno es mi hijo? Y el motivo para que nunca se haya planteado una cuestión tan simple es penosamente claro: no le importa que tan bueno o malo es.


¿Por qué siempre las generaciones más jóvenes se ven obligadas a enfrentarse a las más viejas? Supongo que es una consecuencia de cómo se estructuran las sociedades. Pienso en algunas tribus que cuentan con ritos de crecimiento, a veces muy dolorosos y peligrosos, que son considerados “salvajes” por nosotros, la sociedad capitalista. Sin embargo, esos ritos confrontan a los adultos con la realidad de que sus hijos pueden defenderse por si mismos. Que ya no los necesitan enteramente, y que si bien pueden ayudarlos, no pueden intervenir directamente en sus vidas.


Supongo que el señor ama a su hijo, y expresa su amor y preocupación de un modo que quizá su hijo pueda percibir como agresivo. Quien sabe, no puedo descartar la posibilidad de que efectivamente el hijo sea un vago irresponsable. La reflexión que he escrito nace de proyectarme a mi mismo en ese joven desconocido. ¿Por qué es tan difícil luchar por los sueños? ¿Por qué la mayoría de padres en lugar de apoyar quieren obligar? A lo mejor sus hijos serían más conocidos si los padres se sintieran orgullosos por lo que esos muchachos y muchachas pueden hacer cuando se esfuerzan el cien por ciento en perseguir sus verdaderos sueños.

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