Este cuento es sobre la familia, la magia y la ambición.
El fraude
Un
día, mamá recibió un paquete. En sí mismo, ese era un hecho
ordinario porque mamá era vendedora de productos por catálogo. Fue
un poco curioso que mamá recibiera, junto con las blusas y los
calzones encargados, una estatua de una pantera que cabía
en la palma de la mano. Mi padre, experto en todo, determinó que
estaba hecha de cuarzo negro. A mí me fascinaron sus ojos rojos que
refulgían como fuego vivo. Llamé la atención de mi padre sobre
ellos y dijo que se trataba de rubíes. Mi madre propuso que la
vendiéramos, mas mi padre se opuso.
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—No
nos pertenece. —Dijo mi padre.
—¿Cómo la vamos a devolver? Mejor que la vendamos y nos quedamos con
el dinero. Los tres necesitamos cosas.
—No. —Reiteró inflexible mi padre—. No nos vamos a convertir en
ladrones. Pondremos un aviso en el periódico y se la daremos a quién
demuestre ser su dueño.
—¿Cómo puedes ser tan frío con tu familia? —Lloró mi madre
lágrimas de cocodrilo.
—Es
por ustedes que soy honrado. —Replicó mi padre cansado de discutir.
—Haz
lo que quieras: siempre lo haces. —Ella se encerró en su cuarto y
no le habló a mí padre durante días.
Mi
padre estaba dolido por el comportamiento de mi madre pero no cedió
en su determinación de hacer lo correcto. Varias personas
respondieron al aviso de papá y el descubrió que la mayoría eran
avaros impostores. Un hombre llamó por teléfono desde la Guajira y
le dio las señas exactas a mi padre de la estatua de la pantera.
Esa noche, a la hora de comer, papá compartió su alivio con
nosotros por haber encontrado al verdadero dueño, que se había
descrito a sí mismo como alguien bajito de piel morena y rasgos
aindiados. Mamá sonrió y le dijo a mi padre que él había tenido
la razón desde el principio.
No
logré conciliar el sueño esa noche. Se había apoderado de mí un
mal presentimiento. Por eso estaba despierto cuando sonaron los
golpes y los gritos: una pelea a muerte, breve y definitiva. Caminé
por el pasillo a oscuras. Frente a la puerta del dormitorio de mis
padres me di cuenta que no tenía puestas las chanclas porque pisé
un líquido con el pie desnudo. Tuve la certeza de que era sangre.
Abrí la puerta y encontré a mis padres muertos. Al principio no lo creí. Los zarandeé y les grité en los oídos
para que se despertaran. Cuando menos lo esperaba, una sombra me
empujó contra la pared. Lo reconocí en el acto: era el supuesto
dueño de la pantera que había hablado por teléfono con mi padre.
El arma asesina había sido la misma estatua maldita, el hombre
la sostenía en su mano.
—Si
dices una palabra, te mató. —Me susurró en el oído y desapareció
cubierto por el velo de la noche.
Llamé
a la policía de inmediato y les relaté lo anterior. Decidieron
tenderle una trampa al asesino, por eso de que tenía una cita con mi
padre y de que todos los criminales regresan a la escena del crimen.
Lo atraparon sin dificultad. Él lo negó todo, y aunque no le
pudieron encontrar la pantera, con mi testimonio fue suficiente para
encarcelarlo hasta que tuvo la mala suerte de morir en una riña
penitenciaria.
Yo
fui de un instituto familiar a otro, ninguna familia quiso quedarse
conmigo. Yo tampoco lo deseaba: bastantes dificultades había
pasado para deshacerme de la primera. Cuando cumplí la mayoría de
edad y fui libre, desenterré la pantera de ónice de su escondite.
Sus magníficos ojos rojos aún me hablaban a pesar de los años, y
con su consejo, me convertí en el hombre que quería ser.
Nota del Autor
Otro cuento de hace mucho tiempo con pocas correcciones. En algún momento tengo que organizar mis cuentos al igual que hice con los fanfics, pero por el momento, estoy demasiado cansado.El entierro es otro de mis cuentos con realismo mágico que puedes leer
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