El juego de la cerveza
Por Adrian Pike |
Carolina fue la de la idea.
—Quedemos el viernes, después de clases. Asistimos a la Audición, tomamos cervecita, escuchamos música extraña y charlamos un rato, ¿vale?
Dije que sí, porque era mi mejor amiga y porque no tenía ningún otro plan. El viernes no me generó una gran expectativa, fue otra tarde de universidad descabezando un sueño bajo la hipnótica voz del profesor. Iba en camino a coger el bus cuando timbró mi celular. Al ver que se trataba de Carolina recordé nuestro compromiso.
—Dime Caro, ¿dónde andas?
—¿Ya saliste de clases? Te espero bajo el arbolito de la comunidad.
Fui hacía el lugar con desgano. El arbolito de la comunidad era como habíamos bautizado a nuestro grupo, uno de los tres que se formó entre los primíparos de la carrera Documental de Creación en mi generación. Nuestro grupo, que comenzó reuniendo a un tercio de la clase, gustaba de encontrarse bajo la sombra de un árbol que no medía más de un metro. Me deprimía pensar lo divertido que era el grupo cuando éramos tantos. Pasados tres semestres, el grupo se dividió en parejas parecidas a la creada por Carolina y yo.
A veces tenía dudas sobre mis sentimientos por ella. No la cortejé porque sabía que tenía un novio desde antes de entrar a la universidad y quise respetar su relación. Me arrepentía una vez al mes de mi cortesía y me zampaba medio kilo de chocolatinas mientras veía fútbol en la televisión.
La melancolía de mis pensamientos se chocó con el vestido hasta las rodillas de Carolina. Mi amiga tenía un tono de piel canela, un delicioso y tostado color natural que me imaginaba saboreando con la lengua de vez en cuando. Era un vestido de color blanco que dejaba al descubierto los brazos. Se había dejado el cabello suelto, le caía con suavidad hasta los omóplatos: una melena de color chocolate. Carolina estaba sentada sobre un mantel rojo
—¡Hola amigo! Te me estabas demorando un poco. —Mostró una amplia sonrisa de dientes nacarados.
—Aja, como tú siempre llegas tan temprano. —Me senté a su lado, guardando una amistosa distancia.
Nos reímos, a Carolina le costaba en verdad llegar a tiempo a sus compromisos.
—No se burle de mí. —Ella se acercó y me dio un fuerte abrazo—. Mira que me esforcé en llegar temprano, ponerme bonita… Y hasta traje un mantel para que nos podamos acomodar sabroso.
—¿No nos caen bichos aquí? —Vi con desconfianza la copa del arbolito de la comunidad.
—No seas ave de mal agüero. —Me regañó—. Esté ocaso está muy lindo cómo para ser negativo. Cierra los ojos y te daré un regalo.
—¿Cómo voy a ver el ocaso con los ojos cerrados?
—Calla los ojos y la boca o no hay regalo.
La obedecí. Un rápido beso en mis labios fue seguido de un helado metal en mis manos. La observé sorprendido; ella estaba concentrada en el ocaso de nuevo y no me prestó atención. En mi regazo había un paquete de seis latas de cerveza fría.
—¿Me puedes destapar una? —Preguntó como si nada—. Tengo un calor terrible.
Mecánicamente destapé una lata y se la di. ¿Podía interpretar su beso ligero como una insinuación? Quería creer que sí, pero en el fondo no me lo parecía.
—¿Por qué me besaste? —Indagué al fin, cansado de discutir conmigo mismo.
—¿No te acordabas de la apuesta? —Le dio un trago largo a su cerveza—. Que desilusión tu olvido, quería sorprenderte; no importa, me gusta pagar mis deudas.
Fugazmente se reprodujo una cinta vieja en mi cabeza, en la que Carolina me había prometido besarme y comprar un paquete de cervezas si el Real Madrid le ganaba al Barcelona. Como no creía que el Real Madrid pudiera superar su mala racha, no me había visto el partido el día anterior, aunque si lo había grabado y esperaba verlo el fin de semana. Como a Carolina el fútbol no le interesaba y la apuesta fue lanzada como una broma para distraernos en una clase, no esperaba que fuera en serio. Busque un signo de decepción en el hecho de que me hubiera olvidado de la apuesta. No lo encontré.
Ahí estaba mi beso anhelado, tan amistoso y despojado de morbo como podía ser un beso entre hermanos.
—No había visto el partido, gracias por arruinarme el resultado.
—Con gusto. —Se mofó encantada.
Contrariado, sorbí mí cerveza sin pronunciar palabra. Carolina imitó mi mutismo, pensé que estaría maravillada examinando la agonizante esfera amarilla. Con los últimos rayos del sol, los organizadores de la Audición, estudiantes de semestres finales, montaron los equipos de sonido y levantaron los toldos con las ventas de cerveza y fritanga. La temática musical de ese viernes era de rock en español y ska, alternando las canciones entre un género y otro.
—¿Y qué cuentas? —Inquirió mi amiga.
—Nada. —Destapé otra lata.
Carolina suspiró.
—¿Estas aburrida?
—Claro que no. —Negó sin mirarme—. Pensé que la Audición era más divertida, que había más cosas para hacer.
Me sonó a que estaba molesta. Eché un vistazo alrededor. La mayoría de hombres tenían el cabello negro y largo, tenían cadenas o taches en sus cuellos y brazos. Se empujaban los unos a los otros, fumaban hierba y tomaban cerveza. No distinguí a muchas mujeres, a lo mejor las confundía con hombres por la similitud de sus pintas y porque el sol había desaparecido.
—Hay mucho por hacer, —comenté—, si estás dispuesta a doblar los limites un poco.
—¿A qué te refieres?
Nuestros ojos se quedaron como conectados. Cuando ella estaba frente a mí, sólo podía pensar en un dulce de chocolate, porque en ella sus ojos, su cabello, su piel, su aura: toda ella era sensual chocolate envuelta en su vestido blanco. Pude ver que realmente esperaba que se me ocurriera una idea ingeniosa o se marcharía a quién sabe dónde.
—¿Un juego de bebida? —Propuse.
—¿Beber cada vez que escuchemos la palabra “amor”?
Nos reímos al unísono, nos divertíamos juntos, eso era innegable.
—Tengo una mejor idea en mente. —opiné—. Una especie de verdad o se atreve, con cerveza, y con las reglas de otro juego cuyo nombre es “Yo nunca he.”
—Te escucho. —Habló interesada.
—En mi turno diré “Yo nunca he besado un elefante,” por ejemplo. Si tú lo has hecho, tienes que beber. Si no, no bebes. Y si resulta que yo sí lo he hecho a pesar de haber dicho “Yo nunca he,” también bebo.
—¡Adelante! —Aceptó ella entusiasmada—. Pero empiezo yo.
—Primero los demás.
—De acuerdo. —Lo pensó dos segundos—. Yo nunca he jugado este juego antes de hoy.
—Ingeniosa. —Consumí de nuevo—. Mi turno. Yo nunca he besado un hombre.
—Tramposo. —Tragó ella—. Yo nunca he besado a una mujer.
El líquido se deslizó por mi garganta, y también por la de Carolina. Ella se burló de mi estupefacción.
—No te montes una película porno. —Dijo entre carcajadas—. Fue una niña que me beso a los doce años. Ni me avisó. Yo no cerré los ojos, ella sí. Cuando los abrió, me preguntó con timidez: “¿qué te pareció?”
—¿Y qué te pareció?
Carolina se encogió de hombros y pude verla haciendo el mismo gesto a la niña.
—No es lo mío.
—Que cruel. —Acoté.
—Cada quién con sus gustos. Tu turno casanova.
Lo medite un poco y mi sonrisa malévola puso a Carolina en guardia.
—Yo nunca he tenido más de tres orgasmos seguidos.
Ella se quedó atónita y tuvo que llevarse las manos al estómago para no partirse de risa. Se acostó sobre el mantel y derramó un poco de cerveza en mis pantalones; no me importó, había tenido un ligero vistazo de su ropa interior, también blanca. Me odie por mi perversión incontrolable, mas no pude evitar fantasear con su imagen desnuda, con mi mano subiendo por sus muslos y sus jadeos de agradecimiento.
Cuando Carolina se recuperó, ingirió un largo sorbo de cerveza, movimiento que copié, provocando un nuevo ataque de risa por parte de mi amiga.
—¡Te manché! —Notó ella—. Lo siento, déjame limpiarte.
—No pasa nada Caro, más bien despeja una inquietud: ¿con ayuda o sin ayuda?
—¿Qué?
—Lo de los tres orgasmos.
Se desbarato por otro jocoso ataque.
El ambiente era más propicio que nunca. El ska y el rock en español nunca me habían parecido una combinación tan excelente, y no había considerado que la cerveza pudiera ser un ingrediente afrodisíaco.
Aún no ocurría un acercamiento amoroso entre nosotros para ese instante. Sin embargo, se apoderó de mí la certeza de que esa noche, sí lo deseaba, podía lograr que Carolina me aceptara como más que un amigo.
—Eres de lo peor. —Bromeó Carolina.
—A lo mejor sí. —Admití más para mí—. Tu turno.
—A ver… Yo nunca he bebido cerveza.
Ambos lo hicimos.
—Eso ya son ganas de emborracharse. —Señalé—. Caro, yo nunca he tenido más ganas de besarte que hoy.
Estábamos bajo la luz de las estrellas, al aire libre y sin bombillas; eso era lo mejor de la Audición, porque las personas podían hacer lo que quisieran bajo el manto de la noche. Caro hizo una mueca de tristeza y me pregunté si yo había metido las patas.
—Supongo que ninguno de los dos se refresca en esta ronda. —Evitamos mirarnos por un rato y todo lo que vimos fueron sombras revolcándose unas sobre otras. Fue Caro quien rompió el hielo—. ¿Por qué dijiste eso?
Untado el dedo metida la mano, me dije.
—Porque es verdad. Me gustas desde hace tiempo, pero como tienes novio…
—Terminamos. —Su tono era neutro, ni dolor ni alegría.
—No lo sabía. —Se encendió mi instinto de cazador—. ¿Qué paso?
—No sé, supongo que ambos hemos cambiado con los años. —Ella me jaló del brazo—. Se acabaron las cervezas.
Tiempo después, le pregunté que se proponía al jalarme. Carolina insistió que nada más que lo que dijo, avisarme que se habían acabado la bebida. En ese momento, lo interpreté como una luz verde. La rodeé con mi brazo y la atraje hacia a mí. Nos besamos en la oscuridad, su sabor era amargo por la cerveza, y el roce fue como una descarga eléctrica. Nos tendimos sobre la manta cuan largos éramos y dejamos que las canciones y la noche pasaran sin preocuparnos más que de nosotros dos.
Nota del Autor
Este cuento me da un poco de vergüenza publicarlo, lo escribí cuando me sentía más adolescente que nunca y hasta tuve el descaro de usar el nombre de una buena amiga. Pero en éste día del padre no alcancé a terminar el artículo sobre personajes sustitutos en el manga y el anime, por lo que tuve que rebuscar entre mis archivos viejos y esto fue lo que rescaté.Muchos errores de escritor novato, o al menos algunos que puedo notar con mayor facilidad ahora que me considero "experto." Bueno, al menos ya me gano algo de vez en cuando por escribir. Recuerdo que este cuento participó en un concurso donde las personas votaban por los ganadores. Si mal no recuerdo alguien opinó que mi cuento era como medio estúpido. Yo diría que más bien pecó de inocencia, ateniéndose a ciertas formulas simples de la narración e imitando mucho a otros autores.
En fin, echando a perder se aprende.
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