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domingo, 3 de agosto de 2014

Las manos que hacían crecer los senos

Las manos que hacían crecer los senos


Cuando me hice novia de Edgar, mi talla de busto era de 65 centímetros. A diferencia de otras mujeres, adoraba mis pequeños senos. No tenía que complicarme para comprar un sostén y no sufría dolores de espalda. Creo que esa seguridad en mí misma fue lo que atrajo a Edgar hacía mí.

Senos grandes
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Ninguno de los dos había tenido pareja antes, y como ya ambos habíamos pasado de los veinte hacía rato, nuestra unión fue inesperada para todos. Habíamos sido amigos desde la infancia, compartíamos la introspección al socializar y una gran afición por las películas a blanco y negro. Eramos tal para cual.

Cuando llevábamos dos meses de noviazgo, noté que mis senos habían aumentado su tamaño porque mi brasier estaba al limite. 5 centímetros más, de acuerdo a mi cinta métrica. Pensé que era algo normal teniendo en cuenta que ahora era sexualmente activa. Decidí pedirle a Edgar que me acompañara a comprar ropa interior, sería la primera vez que lo hiciera como mi novio.



Dos meses después, mis senos habían crecido otros cinco centímetros. Estaba lejos de sentirme complacida. Ya no me sentía cómoda con mi cuerpo, y lo peor era que mi pecho seguía creciendo sin control. Atraía miradas indeseadas, caminar era agonizante por el rebote constante, y mi espalda se quejaba todo el día.

Dos meses después, noté como en medio año de noviazgo con Edgar, mi busto había crecido 15 centímetros en total. Al principio me negué a aceptarlo, era irreal que los cariñosos masajes de mi pareja tuvieran esa propiedad.

Pero a los doce meses ya no pude vivir en negación. Con un busto de 90 centímetros, puede decirse que exploté en plena cafetería de la universidad, cuando le grité a Edgar que por su culpa ahora mis pechos eran demasiado grandes. Todos los hombres se rieron y yo escapé corriendo, ocultando mi rostro enrojecido entre mis manos, sin dejar de sentir el molesto rebote con cada zancada.

Desde entonces no le devolví ninguna llamada a Edgar, y huí de su presencia como si tuviera la peste negra. Así que rompimos de un modo abrupto e inesperado para él.

Puede que Edgar no entendiera del todo lo que había sucedido. Sin embargo, ninguna de las mujeres que estaban en la cafetería se rió el día de nuestro rompimiento.

Hasta el final de la carrera universitaria, Edgar fue muy popular con todas las chicas de la universidad, aunque sus relaciones nunca duraban más que unos cuantos meses.

Lo odié en un principio, cuando se comportó como si fuera un gallo de finca que tenía que acostarse con todas las gallinas. Con el tiempo lo compadecí, porque por más que buscaba una relación estable no la encontraba.

La noche de la fiesta de graduación, Edgar se me acercó a pedirme que regresáramos. Yo lo rechacé, porque ya me había acostumbrado a mis senos grandes y no iba a permitir que se desarrollaran ni un centímetro más. Le recomendé que montara un negocio de masajes para hacer crecer los senos y que intentara volverse homosexual.

No me sorprendí cuando me hizo caso.

Nota del autor


Confieso que este cuento fue muy divertido de escribir. Espero no haber ofendido a nadie, me gusta crear situaciones ridículas, que sean cotidianamente irreales. Imaginarme este tipo de cosas me hace partirme de la risa, aunque no sé, a lo mejor es que me falta un tornillo.


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