Ayer me invitaron a una fiesta que definitivamente no era para mí. Era para chicos y chicas jóvenes con deseos de quedar sordos con estridente música popular. Estuve allí dos momentos breves. Cuando llegué y felicité a mi prima, espere cinco minutos y salí a dar un paseo por Roldanillo. Tras regresar de mi paseo, estuve otros cinco minutos, me dieron un puñado de papas con salsa rosada, y me fui.
Roldanillo lucia bien. Ayer se celebraba la Noche de las Velitas. Muchos faroles y grupos de personas recorriendo el pueblo para contemplarlos. Es agradable cuando se puede ir por ahí caminando en plena noche.
No soy muy fanático de la pólvora. Cuando recién iniciaba secundaria, un compañero llevaba varios artilugios de este tipo en su bolsillo, con tan mala suerte que un fósforo encendido fue a parar a dicho bolsillo y le quemó la mitad del cuerpo. No se alcanzó a quemar la cara, y creo que sus heridas se curarían por completo con el tiempo. Gracias a tan tierno trauma, cada vez que alguien que cree ser gracioso empieza a jugar con explosivos, me dejo llevar por la imperante sensación de alejarme de allí.
Haciendo a un lado lo anterior, la Noche de las Velitas se pasó muy bien en Roldanillo. Para mi es una tradición tan arraigada que me cuesta pensar que no se celebra por fuera de Colombia. Se pierden de mucho, en mi opinión.
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