En mi vida he recibido muchos besos.
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Los que más odio son los forzados, los que te arrebatan. Hay quienes lo hacen por la fuerza, y merecen ser maldecidos mil veces. Tampoco le tengo aprecio a los besos obligatorios por convenciones sociales. Desde niños, a casi todos, nos obligan a besar a parientes desagradables y extraños que se sobrepasan. Lo peor es tener que sonreír ante el ultraje. Un buen padre no fuerza a sus hijos a besar a nadie.
He tenido besos por curiosidad, lo único excitante sobre ellos era su pasajera novedad. Los besos por pasión y nada más, a la larga provocan un vacío en el alma.
Los besos de amor son cosa de otro mundo. Cuando son suaves, enternecen. Cuando son para consolar, sanan. Los besos de amor son asunto de dos, son inolvidables y perfectos cada uno a su manera. Felicidad al alcance de los labios. No hay mejor cura contra las pesadillas, ni mejor remedio para la soledad.
Creo que el único beso que tengo pendiente es el de la muerte; sin embargo, la muerte se parece tanto a un beso como un regalo a una patada en el trasero, así que a lo mejor no cuenta.
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