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sábado, 26 de septiembre de 2020

Memorias de un mago enamorado 30

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Memorias de un mago enamorado

 

Foto por Sumit Saharkar
Foto por Sumit Saharkar


Capítulo 30: Una llama azul


Atahualpa dejó de jugar con otros niños cuando cumplió siete años.

―No puedes perder el tiempo con juegos infantiles. Eres la raíz que debe ser alimentada con estudio y entrenamiento, para que puedas crecer y convertirte en un árbol sabio y poderoso. ―Sentenció la anciana Tehuixtle.

El joven de rizos tan negros como sus ojos odió la explicación. También detestó las horas de lectura, los ejercicios de respiración, los análisis de pictogramas, y de trotar hasta que las piernas ya no lo podían sostener. Todo eso para que pudiera manifestar la magia de fuego de su madre. ¿Por qué él era el único niño al que se le exigía tanto? La magia era un asunto de los adultos, y Atahualpa creyó que era injusto que se esperase tanto de él.

Dos semanas fueron suficientes para que tirase la toalla. Se escapó en la noche, corriendo sin rumbo hasta terminar perdido en un bosque, donde se topó con un lobo gigante de dos cabezas: el animal era casi tan grande como una casa.

El niño Atahualpa se quedó petrificado y se orinó en sus piyama. Las dos bocas dentadas se fueron aproximando, babeando ante la anticipación de la carne fresca.

―¡Atrás, bestia!

Quien así había gritado era Victorino, un tallador de madera de la Aldea Pielroja. Su magia le permitía elaborar figuras y utensilios de una delicadeza sin par. Pero Victorino no era un guerrero. Desenvainó su machete que nunca había usado para lastimar a un ser vivo y lo descargó en medio del hombro y del cuello del animal. Una cabeza aulló de dolor, y la otra trituró a Victorino entre sus fauces.

Al ver a uno de los suyos herido frente a él, la sangre de sus ancestros reaccionó; su espíritu guerrero despertó en la forma de una llama azul sobre la palma de su mano derecha.

Era la primera vez que el niño esgrimía un hechizo. Su sorpresa y maravilla inicial fue aplastada por el grito de dolor de Victorino. Bramando para acallar sus miedos, sus pies corriendo al compás de su acelerado corazón, Atahualpa llegó hasta el enorme lobo de dos cabezas y estrelló la llama azul contra el pecho peludo de la criatura.

El fuego azul se extendió por todo el pelaje como si de antemano le hubiesen echado gasolina. El monstruo dejó escapar a su presa: Victorino fue arrojado a un costado con brusquedad. Atahualpa se acercó a él y lo halló muy maltrecho, con demasiados cortes profundos. A pesar de su estado moribundo, Victorino le sonrió.

―Esa es, la llama de la vida. Es digna de…

Victorino escupió sangre por la boca, dejó caer la cabeza a un lado y falleció.

El lobo de dos cabeza se revolcó en la tierra y se lanzó contra los árboles produciendo mucho alboroto. Fue inútil, porque la llama azul no se propagó a ninguna parte excepto sobre sí mismo, y no se extinguió hasta que las dos cabezas dejaron escapar su último aliento.

Atahualpa siguió observando el cadáver de Victorino, ambos inmóviles como estatuas, hasta que llegaron otros miembros de la Aldea Pielroja que lo habían estado buscando por todos lados. Se lo llevaron cargado en medio de lágrimas y gritos de alegría. Un indio fortachón y silencioso cargó con el muerto al hombro y todos regresaron juntos a su hogar.

Victorino recibió el entierro de un héroe.

Dos días después se le ordenó volver a su entrenamiento. Atahualpa obedeció sin protestar. Al principio todos estaban muy contentos de la nueva y buena disposición de su futuro protector. Sin embargo, tras una semana se sintieron acongojados al no volver a escuchar al niño más gritón en la Aldea. Varios se reunieron y le comunicaron sus preocupaciones a la anciana Tehuixtle. Ella de por sí ya tenía sus propias reservas, por lo que se decidió a hablar con el niño justo a la hora de dormir. Tehuixtle era la líder temporal hasta que Atahualpa cumpliese los dieciocho años. Ella lo había criado desde siempre, pues su madre había muerto cuando lo había dado a luz, y su padre era un desconocido cuya identidad nunca se supo.

―Noveno, ¿por qué estás tan callado últimamente? ¿Es por la muerte del señor Victorino?

Atahualpa asintió. Tenía la cabeza sobre la almohada y una cobija que lo cubría hasta el pecho.

Tehuixtle titubeó. Se sentó al borde de la cama y le acarició los rizos de la cabeza. La mayoría de personas en la Aldea lo tenían liso.

―Noveno, no fue culpa tuya. La muerte de Victorino estaba escrita en las estrellas. Además, vivió con la honra de un artesano, y murió con el honor de un guerrero. Pocos han partido con tanta dicha como él.

A él le parecieron sabias las palabras de Tehuixtle. Le gustaba mucho que ella sólo lo llamaba Noveno cuando estaban a solas. Pero Atahualpa no sabía cómo expresar la desazón en su interior, por lo que siguió sin hablar.

Tehuixtle  apretó los bordes de su falda con nerviosismo. Presintió que estaba en un punto importante del destino. Como la tutora del futuro líder, ella podría influir en la conservación o destrucción de su pueblo. No creyó que el ensimismamiento fuera un rasgo apropiado para el más grande de los guerreros.

―El cuerpo de Victorino tenía marcas de unos dientes enormes. Había muchas cenizas en donde te encontramos. Por lo que deduzco que el monstruo que acabó con la vida de Victorino fue incinerado con fuego. Una gran cantidad de fuego. Fuiste tú, ¿verdad?

Atahualpa asintió.

―Si lo tienes bajo control, ¿me lo puedes mostrar? Una pequeña llama sobre tu palma será suficiente. No quiero que vayas a quemar nuestra casa. ―Tehuixtle soltó una carcajada tan vieja como ella misma.

Atahualpa adelantó su mano derecha abierta. Cerró los ojos y recordó el rostro muerto de Victorino. Cuando abrió los ojos, vio la llama azul danzando sobre su palma, y a Tehuixtle con expresión de reverencia y lágrimas en sus mejillas.

―¡La llama ancestral! ―Murmuró ella con apremio.

Estuvo abstraída por unos segundos hasta que recordó el alimento de la llama azul y se amonestó a sí misma dándose palmadas sobre sus rodillas.

―¡Vieja tonta! Noveno, con eso basta. Apaga la llama ancestral antes de que te hagas más daño.

Él obedeció, confundido, y habló por primera vez desde la muerte de Victorino.

―¿Llama ancestral?

Sus palabras no fueron del todo comprensibles, pues ancestral no es una palabra fácil para un niño de siete años. Tehuixtle lo supo entender gracias a ese vinculo propio de toda madre e hijo.

―Escucha con atención Noveno. Hace casi quinientos años, Primero Atahualpa murió al caer en una trampa de los Españoles, quienes lo mataron por consejo del Dios Dragón del Viento. Moribundo, Primero clamó el nombre del Mago Hartwell, y este acudió a su llamado, con su túnica negra y su sombrero feo que esconden todo tipo de horrores. Hartwell le ofreció la venganza sobre sus enemigos, pero Primero lo rechazó, y le exigió que le diera el poder a su hija para proteger a los suyos. A cambio del alma de su padre, Segunda Atahualpa recibió la flama azul. Desde entonces, cada Atahualpa antes que tú ha utilizado ese poder para proteger a los indios e indias que son perseguidos. Todos somos familia porque pertenecemos a la misma tribu: somos los usurpados, los extraños, los expropiados. Sobrevivimos y perseveramos gracias al sacrificio de tus antepasados, por lo que ninguno de nosotros va a dudar en sacrificarse por ti. Seremos mejores que nuestros enemigos, no guardaremos rencor ni buscaremos venganza, Seremos justicia y vida.

Tehuixtle no siguió con su discurso porque cayó en cuenta de que Atahualpa se había quedado dormido. Le acomodó la cobija, lo besó en la frente y lo dejó soñando con las glorias de su Aldea. Tehuixtle se dijo a sí misma que tendría que repetir esa historia varias veces, porque había dos cosas que todos los Atahualpa tenían en común: no cumplir más de cincuenta años, y ser cabezas duras.


...


Lena menospreció la llama azul de Atahualpa. Pensó que no era otra cosa que un fuego que no requería oxigeno a costa de acelerar la muerte de su usuario. Para ella, la relación de costo y beneficio de esa técnica era absurda. Para colmo de males, sólo se podía usar con la mano derecha, por lo que no se podía usar para atacar y defender al mismo tiempo.

Se había sorprendido al ver la llama azul, por lo que momentáneamente se había descuidado y había permitido que algo de oxigeno llegase a los pulmones de Atahualpa. Pero ya no iba a cometer ese error: iba a forzar a Atahualpa a matarse a sí mismo.

Lena creyó ver sus ideas confirmadas cuando Atahualpa provocó una nueva explosión para elevarse a sí mismo por los aires. Sintió el peso de su equivocación cuando recibió una patada en su estómago.

Ella quedó anonadada. No lo había perdido de vista, ¡ni siquiera había parpadeado! Él simplemente había aparecido frente a Lena, recorriendo instantáneamente una distancia de cinco metros contra la gravedad y le había roto dos costillas con su pie.

Los dos fueron cayendo lentamente.

Atahualpa chocó contra la tierra pesadamente. Gruñó adolorido. Un hombre menos musculoso y menos mágico que él no habría resistido semejante golpe.

Casi en el último instante, Lena invocó una ráfaga de viento que redujo el impacto de su caída, aunque no por completo. Intentó ponerse de pie demasiado pronto, trastabilló, y escupió sangre por la boca. Enfurecida, se limpió la boca con el dorso de la mano. Lo que sintió y luego comprobó con sus propios ojos la hizo gritar de horror. No fue la sangre sino su propia mano arrugada y ajada lo que había espantado a Lena.

Atahualpa se incorporó a medias y se carcajeó por entero.

―¡Así es perra! ¡Removí la ilusión que tenías encima! ¡Mi llama es la verdad! Debo reconocer que me has sorprendido: ¡estás más vieja que Tehuixtle!

Atahualpa puso todo el bravado que le fue posible en su voz. Pero su postura no era firme, respiraba por la boca, sus rodillas temblaban, y ya no le quedaba nada de sudor. Él estaba en su límite y era consciente de ello. Su única esperanza era irritar a Lena para una confrontación final, y no fallar con su última llama azul.

Lena era una visión de rabia y decadencia. Sus ojos azules se habían vuelto de color negro, enrojecidos y con ojeras. Su otrora cabello dorado como el sol ahora era gris, desordenado y largo como un animal peludo y muerto. Su boca desdentada, sus largos dedos huesudos, su nariz larga, su postura encorvada, su túnica blanca chamuscada y destrozada que revelaba su estomago quemado y flojo; todo en ella estaba empapado del odio absoluto que sintió por Atahualpa en ese momento.

―¿Qué esperas, vieja desbaratada? ¿Acaso estás sorda? ¡Aquí estoy!

La vieja Lena casi cae en su trampa. Ella no había sobrevivido durante tanto tiempo sin razón. Antes de dejarse consumir por su ira, inspeccionó los alrededores en caso de que hubiese un enemigo escondido, o fuera a recibir un ataque desde un ángulo inesperado. Captó que, si bien había varios aldeanos espiando por las ventanas, no parecía que ninguno de ellos fuera a intervenir. Iba a embestir a Atahualpa con todo lo que tenía cuando reflexionó sobre lo que había visto.

La bruja Lena se carcajeó siniestramente.

―¿Qué pasa, perra vieja? ¿Acaso has perdido la chaveta? ―Atahualpa sonó envalentonado, aunque su corazón se había encogido.

―Conque de eso se trataba, hermoso Atahualpa. Realmente esperabas que no me diera cuenta.

Atahualpa apretó los dientes, sus músculos tensos como el acero. 

―Tu casa está un poco retirada del resto. Y es la más vistosa. No le di importancia, pensé que era una señal de autoridad y respeto dentro de tu Aldea. No, estaba muy equivocada: es para atraer la atención sobre ti. Tú eres el escudo de tu preciada Aldea. Incluso durante nuestro combate, has procurado mantenerme alejada de las otras casas. ¡Qué vergüenza para mí! Pensar que no te pude derrotar antes a pesar de que estabas peleando con esa desventaja.

Atahualpa tragó saliva. Presintiendo lo que Lena iba a hacer a continuación, salió corriendo para interponerse entre Lena y el resto de aldeanos.

―¡Tú preocupación por los demás es tu mayor debilidad! ¡Muere!

Lena lanzó un torbellino horizontal desde sus manos arrugadas, directo hacia el centro de la Aldea Pielroja.

Cada paso que dio le clavó agujas de dolor en las piernas, pero eso no disminuyó su velocidad. Justo como Lena lo había calculado, Atahualpa llegó a tiempo para ubicarse en la trayectoria del torbellino, portando la llama azul en su mano derecha como último recurso para salvar a los suyos.

Lo que alguien como Lena jamás podría entender era que Atahualpa no era un escudo., sino una espada. Él le prendió fuego al torbellino de fin a principio, envolviendo en llamas azules no solamente el aire mágico que la bruja usaba para combatir, también el aire que entraba y salia de sus pulmones, por lo que el decrepito cuerpo se fue quemando por dentro y por fuera.

―Tú, que solamente peleaste por ti misma, nunca conociste la verdadera fuerza. Mi llama es la vida, mi llama es la verdad. ―Declaró Atahualpa con su aliento final, y se desplomó con el mismo estrépito de una torre derrumbada.

Lena intentó disipar el fuego azul con ráfagas de viento combinadas con sus gritos de dolor y auxilio. Así como ella nunca ayudó a nadie en su vida, nadie la ayudó a ella en su muerte. De Lena no quedaron más que unas cuantas cenizas que pronto fueron esparcidas por el viento.


...


Capítulo 29              Índice           Capítulo 31


Nota de autor (19 de Septiembre de 2.020)


Fue muy positiva mi primera experiencia de escribir “en vivo“ por decirlo de alguna manera. Durante la semana, aproveché los ratos libres en mi trabajo como vendedor para escribir el borrador del capítulo en un cuaderno. El día Viernes aproveché la mañana para transcribirlo al documento de Google, previo aviso por mi Twitter de que lo iba a hacer. Creo que el capítulo quedo bien pulido y espero que eso se vuelva una tendencia para mí.

El día de mañana tengo pensado hacer la corrección de mi otra novela, Mi mujer es una serpiente, que ya está completa pero quiero revisar muy bien antes de publicarla en Amazon. También les voy a compartir el enlace para que la puedan ver en su desarrollo.

Normalmente pienso trabajar en Mago enamorado los Sábados y en Mujer serpiente los Domingos, pero esta semana me cambiaron el turno, por lo que tuve que hacerlo el Viernes y el Sábado.

Como siempre, muchas gracias por su apoyo.


Esta entrada fue posible gracias a Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.

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sábado, 19 de septiembre de 2020

Memorias de un mago enamorado 29

Capítulo 28              Índice           Capítulo 30

Memorias de un mago enamorado

 

Foto original por Chris Rhoads
Foto original por Chris Rhoads


Capítulo 29: Falso viento


Tras enviar el vídeo a Melodie, Atahualpa esperó diez minutos para recibir una respuesta. En su celular ni siquiera apareció la notificación de que ella lo hubiese visto. Pensó que quizá Melodía de la Muerte se acostaba tan temprano como un ave de corral. Tendría que esperar al día siguiente para saber la opinión de ella. Reprodujo el vídeo una vez más (lo había visto como veinte veces) con la esperanza de captar un nuevo y revelador detalle.

El vídeo duraba un minuto. La cámara no era de gran calidad y la persona que lo había tomado se había movido todo el tiempo, porque estaba corriendo por su vida. En sus últimos instantes, se giró para confrontar a su perseguidor. Ahí se podía ver al supuesto Zeferino con claridad. Tenía los detalles precisos, los ojos carmesí y el cabello rubio. Sin embargo sus movimientos eran torpes, a pesar de estar flotando en el aire, no tenía nada de la gracia y fluidez que había mostrado Celestino en su combate contra Atahualpa; era como ver un muñeco de movimientos articulados, al que debían hacer girar su cuello para que pudiera ver en una dirección, y luego mover sus brazos y piernas por separado para dar la sensación de que estaba con vida.

En ese punto, muy cerca de la verdad, Atahualpa se dejó distraer por la muerte de aquel infortunado habitante de la Aldea Pielroja. El supuesto Zeferino le arrojó varias cuchilladas de viento y lo cortó en pedazos. El celular cayó al suelo y por pura suerte no se rompió, alcanzando a grabar la espalda de su asesino al retirarse. Una espalda en la que sobresalía una joroba. Al menos Atahualpa creía que tenía forma de una joroba, aunque no podía estar segura porque la ocultaba la ropa que tenía puesta su enemigo, una especie de túnica blanca.

Atahualpa suspiró frustrado. La investigación no era lo suyo. Desde niño lo habían entrenado para ser un guerrero y ser digno heredero del legado de sus antepasados. Se esperaban dos cosas de él: ser un guerrero excelente, y encontrar una esposa digna con la cual procrear.

―Sé que tienes que ser falso. Si el tal Zeferino es la mitad de decente de lo que es Celestino, de ninguna manera habría destruido la Aldea Pielroja de tal modo, ni habría asesinado sin razón. ―Dijo Atahualpa para sí mismo.

―Lo que dices es verdad. Es una pena que no te sirva de nada. ―Resonó una voz distorsionada en su cuarto, como si proviniese de una radio averiada.

Atahualpa, quien había estado sentado en su cama, se puso de pie con un brinco y rodeó su propio cuerpo con llamas, tanto para defenderse como para atacar. Sus músculos tensos, sus ojos negros viendo para todos lados, intentando localizar el origen de la voz. Sólo tenía puestos los mismos pantalones negros del día anterior.

―Sin duda alguna eres Atahualpa. No entiendo por qué te dicen la Llama en la Mano si puedes generar fuego por todo tu cuerpo. Como sea, hoy no vine a jugar contigo, sólo necesito que mueras y no me causes problemas.

Atahualpa anticipó que el ataque provendría de la ventana, y tuvo razón a medias, porque un torbellino derribó ese muro; no contó con las otras ráfagas de viento que vinieron de las otras paredes, del suelo y del techo.

La casa se derrumbó bajo el azote de los vientos. En un parpadeo, la casa ardió en llamas y Atahualpa resurgió triunfante en medio de un tornado de fuego.

―Hay que ser temerario para venir de nuevo a la Aldea Pielroja, directamente a mi casa para destruirla, y atacarme con viento a sabiendas de que el fuego se alimenta de ese elemento. ―Había eco en las palabras de Atahualpa a causa de las llamas.

Flotando a cierta distancia, se encontraba el supuesto Zeferino. Sus ojos carmesí observaron a Atahualpa de modo ausente.

―Reconozco que tienes habilidad. A pesar de la superioridad del fuego sobre el viento, devorar el oxigeno con tus llamas es de gran complejidad técnica. ―Fue la misma voz distorsionada que Atahualpa había oído en su cuarto.

―¡Dejate de payasadas y muestra tu verdadera cara! ―Gritó Atahualpa enojado.

―¿De qué hablas? Soy Zeferino, el Vástago del Viento.

―¡Y un cuerno! Ahora que te tengo frente a frente, estoy seguro de que no eres el verdadero. Tu disfraz es muy bueno, desde luego, porque usaste su cadáver para elaborarlo. Lo usas como una segunda piel, una que no te encaja perfectamente. Y mantienes la distancia para que no pueda ver que tus labios falsos no se mueven, sino que trasmites el sonido con el viento y lo haces llegar directamente a mis oídos.

El supuesto Zeferino se sacudió y se encogió, y Atahualpa escuchó unas carcajadas de mujer anciana que le helaron la sangre.

―¡Eres adorable! Es una pena que tenga que asesinar a alguien tan talentoso y guapo como tú. ¡Como quisiera sujetarme de esos poderosos brazos! ―La voz ya no estaba distorsionada, y parecía pertenecer a una mujer que quería sonar sensual.

―¡Cállate y deja de mancillar los restos de Zeferino! No lo conocí en persona, pero para mis amigos él es alguien importante. ¡Muéstrame tu verdadero rostro!

―¿Y qué vas a hacer si no lo hago? Debo aprovechar cualquier ventaja para ganar contra alguien tan lindo y poderoso.

―¡Te dije que te callaras!

Atahualpa se quitó el tornado de fuego de encima y lo lanzó directo hacia el falso Zeferino, quien de inmediato fue retrocediendo para esquivar. Al hacerlo, el tornado de fuego se dividió en cien bolas de fuego que lo fueron atacando desde todos los ángulos. El falso Zeferino evadió los primeros ataques, y después se vio abrumado por la cantidad.

Las bolas de fuego fueron impactando al falso Zeferino, cuya piel ardió en llamas como si fuera una tela. Quien allí se ocultaba se desprendió de su disfraz y la arrojó lejos de sí misma: se trataba de una mujer rubia y de ojos azules, vestida con un sombrero puntiagudo de bruja y una túnica blanca con bordes y runas de color rojo.

Lo que le llamó más la atención a Atahualpa fueron las sensuales curvas de la bruja. Se esforzó por recuperar la concentración y usó su control sobre el fuego para reunir las cenizas del cuerpo de Zeferino; todavía calientes, las agrupó hacia sí mismo, y las recogió con sus manos. Pensó por un segundo y optó por meter las cenizas en un bolsillo de su pantalón. Sintió un poco de asco al pensar que estaba tocando un muerto.

Para defenderse de la gran cantidad de bolas de fuego, la bruja invocó una barrera de viento sobre sí misma y recibió todos las explosiones, absorbiendo el daño con su maná.

―Me forzaste a gastar una enorme cantidad de energía para defenderme, mago de la Llama en la Mano. Pero tú también usaste una cantidad de maná correspondiente. Un mago con más experiencia habría continuado atacando hasta eliminarme, o al menos producirme una herida considerable, en vez de distraerse con un acto sentimental. ―Dijo la mujer con voz coqueta.

―Mi intención no era lastimarte, sino quemar los restos de Zeferino. Antes de darte tu merecido quiero saber quién eres. Sin importar que tan hermosa seas, no voy a perdonar a la persona que atacó mi Aldea.

La bruja rompió en carcajada.

―¡Eres tan deliciosamente ingenuo! A un verdadero guerrero no le importa la identidad de su enemigo. ¡Lo único que importa es que esté muerto! Voy a complacerte, porque puedo recuperar algo de maná mientras hablo contigo. Supongo que tú harás lo mismo, aprovechando la alta concentración presente en la Aldea Pielroja.

―¡No juegues conmigo bruja! ¡Dime quién eres! ―Bramó Atahualpa.

La bruja tomó su sombrero con una mano e hizo una corta reverencia.

―Mucho gusto, Noveno Atahualpa. Yo soy aquella conocida como Huracán Lena, la belleza eterna, el desastre ambulante. Fui reclutada por el Dios Dragón del Fuego para llamar tu atención y provocar una pelea entre ese clon que mi hijo fabricó y tú. Melodía de la Muerte estaba bajó la protección del Mago Hartwell, y el Dragón del Fuego no podía atacarla sin iniciar un conflicto global. Parece ser que mi intervención salió mejor de lo esperado. El Mago Hartwell ha desaparecido y el velo ha caído. Ahora voy a recibir tanto la adoración de los ordinarios como de los magos, ¿no crees que es genial? No serán muchos los que sobrevivan al banquete del Dios Dragón, pero me contentaré con los que queden.

Atahualpa se quedó parpadeando con expresión atontada.

―¿Huracán Lena? ¿Eres una bruja con título? Jamás había escuchado de ti.

La bruja le arrojó una cuchillada de viento. No fue un golpe ingenioso, sino una ráfaga producto de la rabia que Atahualpa pudo evadir con facilidad.

―¡Mocoso insolente! Es cierto que he mantenido un perfil bajo los últimos dieciocho años, ¡pero eso no le da a nadie el derecho de olvidar mi nombre! ¡Soy la destructora de hogares, aquella que rompe corazones con su belleza y su magia!

Atahualpa volvió a parpadear desconcertado.

―Creo que lo único relevante de todo lo que has dicho es que eras la madre de Zeferino. O sea que estás en el bando que quiere destruir a la mujer que él amo y a un clon que es muy similar al propio Zeferino. Y lo peor de todo, que utilizaste el cadáver de tu hijo como si fuera un disfraz barato. Tampoco te importó atacar mi Aldea ni matar personas inocentes. Creo que estoy en todo el derecho de romper tu cara, anciana.

Cruzaron miradas asesinas, el mago de fuego y la bruja de viento, ambos flotando con el poder de sus elementos bajo el manto oscuro de la noche, iluminados solamente por las estrellas fulgurantes.

Atahualpa se rodeó en llamas y construyó un ave de fuego que graznó enfurecida y se arrojó sobre Lena para aplastarla con su pico.

Lena no se movió.

Cuando el ave de fuego estaba a un metro de distancia, desapareció sin dejar rastro. Atahualpa se quedó en el aire, con expresión confundida, y empezó a caer.

―¿Qué? ―Dijo el joven, y al intentar respirar lo comprendió.

Nada de aire entró a sus pulmones, ni por su nariz ni por su garganta. Atahualpa calculó que su enemiga lo había atrapado en un área de tres metros donde no disponía de oxigeno para inhalar, y mucho menos para encender su fuego mágico.

―Ten una buena caída. ―Se despidió Lena agitando su mano.

Lena se concentró para mantener el área sin oxigeno sobre Atahualpa, acompañando su vertiginoso descenso hasta el suelo. No despegó los ojos de la calva cabeza de su enemigo ni por un segundo, por lo que pudo ver claramente cuando en el último momento, a pesar de la imposibilidad química, Atahualpa creo con su mano derecha una bola de fuego azul y causó una explosión en el suelo que redujo el impacto de su caída.

―¡Imposible! ―Gritó Lena, frustrada por no haberse salido con la suya.

Atahualpa se puso de pie, en medio del cráter que había quedado tras la explosión. Sudaba profusamente, y respiraba con dificultad. La llama en su mano seguía resplandeciendo con azul fulgor. A continuación murmuró para sí mismo; Lena lo pudo escuchar porque el viento le trajo sus palabras.

―Nadie puede apagar mi llama. Mi llama va a arder incluso después de mi muerte.

La bruja Lena recuperó un poco de serenidad y miró a Atahualpa con desprecio.

―Ya veo. Un fuego que no enciendes con oxigeno sino con tu propia vida. Una técnica prohibida y tonta. ¿De que sirve vencer a tu oponente si tú también vas a morir, mocoso? Si únicamente puedes usarla con tu mano derecha, será muy fácil de esquivar.

Atahualpa apuntó la bola de fuego azul contra el piso y creo una nueva explosión, una que lo propulsó derecho hacia la bruja Lena.


...


Capítulo 28              Índice           Capítulo 30


Nota de autor (12 de Septiembre de 2.020)


Tuve muchas dificultades con este capítulo, pero no por el capítulo en sí mismo. En parte por circunstancias personales, y en parte porque el final de Mago enamorado se hizo visible para mí. Para la mayoría de escritores, creo, percibir el final de lo que escriben les produce un suspiro de alivio. No para mí. Yo siento tristeza y ansiedad, como si a una persona real le hubiese sido diagnosticada una enfermedad terminal. Una parte irracional de mí se deja llenar por la depresión y hasta se convence de que seré más feliz si no termino la historia.

Mi novia me aconsejó tomar un par de semanas de descanso porque se dio cuenta de que yo estaba muy estresado y forzando mi escritura. El hiato me sirvió para determinar el origen de mi depresión, y pensar mejores formas de seguir escribiendo.

Mi plan de acción es el siguiente:


1. De ahora en adelante mis patrocinadores tendrán acceso al documento de Google en el que escribo la historia. Así podrán dejarme comentarios directamente en alguna parte que les interese y ver como la historia avanza en tiempo real. Mi método de escritura consistirá en escribir 2.000 palabras el día Sábado, probablemente en la mañana. Voy a utilizar mis redes sociales para informar del momento en que me encuentre trabajando en el documento de Google.

2. No voy a publicar más cuentos, prefiero concentrarme en las novelas, así que pronto tendré lista la recopilación con los cuentos que ya escribí.

3. Voy a procurar hacer vídeos para YouTube, pero sin afanes. Me tomaré el tiempo necesario para escribir un buen guión y hacer una grabación decente, por lo que mis vídeos serán esporádicos.

4. Calculo que faltan veinte capítulos para el final de Mago enamorado, más o menos. Fue divertido escribir una novela gratis y que este disponible para todos, para que cualquiera pueda ver que mi estilo se inclina por las novelas ligeras y la fantasía oscura.

5. Hay otra novela cuyo borrador ya he terminado pero aún la estoy revisando, se llama Mi mujer es una serpiente. También quiero mostrar su proceso de desarrollo a mis patrocinadores, pero no sé si se las voy a compartir antes o después del final de Mago enamorado, creo que dependerá de cuán bien maneje mi tiempo. Cuando esté lista la voy a vender por Amazon; desde luego mis Patrocinadores también tendrán acceso a Mi mujer es una serpiente.


Reitero mi agradecimiento a todos mis lectores y espero tener energías para hacer aún más de lo que ya me he propuesto.


Esta entrada fue posible gracias a Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.

Si te gustó lo que acabas de leer y quieres apoyarme puedes:

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Gracias por leer.