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martes, 29 de julio de 2014

Los secretos del alma

Los secretos del alma


Cuando la conocí, tenía el tamaño de una canica. Era redonda también; no se parecía en más a una esfera de vidrio. Era de un color gris. Era suave y desagradable al palpar. No porque produjera escozor o algo por el estilo; su superficie transmitía la desagradable percepción de ser sensible al tacto.

Alma poder
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Era aficionado a recoger flores. Cortaba sus tallos y las metía entre dos hojas de un viejo cuaderno que mi padre me regaló. Tenía flores de diversos colores y tamaños. Las guardaba con las mayores de las precauciones. Estaba orgulloso de tener un álbum de flores, hecho por mis manos y ojos. No era un pasatiempo que me hiciera popular con otros chicos y chicas, eso no me importaba: los consideraba tontos a todos. Yo era un genio certificado, podía leer 200 palabras por minuto y retener el ciento por ciento de lo que leía. ¿Cómo podían herirme los juicios de quienes eran inferiores a mí?


Un día, a los doce años, encontré esta bola gris pegada debajo de los pétalos de una flor de gardenia. La analicé con curiosidad. Pensé que podía tratarse de una colmena de insectos. Cómo tenía guantes de plástico, la cogí entre mis dedos y la jalé sin temor. En ese preciso instante, escuché la voz de mi madre: “Es por su propio bien, llevémoslo dónde el señor Zacarías esta noche.”

Miré hacia atrás y hacia adelante; no vi a mi madre ni a nadie, seguía solo en el jardín. Su voz me había llegado desde lejos, no demasiado, como cuando tu habitación está al lado de la de tus padres; las paredes pueden debilitar un poco la resonancia, mas no anular el sonido lo suficiente como para que no entiendas sus jadeos a la mitad de la noche.

Mis padres discutían a menudo por la manera correcta de conseguir fondos para mí educación. No entendía las razones para su preocupación. Si era comprobado que yo era un genio, de sobra era evidente que no moriría de hambre, no en estos tiempos de máquinas modernas. Por más que les pedía que se guardaran sus preocupaciones por mi futuro, ellos no dejaban de pensar en ello. Me sacaba un poco de quicio lo tercos que eran, sin embargo, los amaba por tenerme tan presente.

“No me parece correcto,” era mi padre esta vez. Me esforcé por guardar la calma, esperaría que el fenómeno cesara y luego buscaría una explicación racional para su ocurrencia. Destapé un frasco para meter adentro la pelota negra. “Podríamos echarlo a perder, estaríamos cortando el cuello a la gallina de los huevos de oro.” Padre trabajaba en un banco, el señor Zacarías era su jefe. El tono de papá era el mismo de cuanto le ordenaban trabajar horas extras.

Iba a soltar el elemento desconocido cuando regresó la voz de mi madre: “Con lo que nos pagó el señor Zacarías, podremos pagarle un psicólogo discreto. Además, ya no podemos devolverle el dinero a tu jefe. Gastamos una buena parte comprando el Porsche.” El magnífico, poderoso Porsche, padre me había llevado el día anterior a dar una vuelta a más de ciento veinte kilómetros por hora. Dejé caer la pelota en el envase y las voces desaparecieron; no lo relacioné hasta después.

Cuando regresé a casa, saludé a mis padres, estaban en el comedor. Por sus sonrisas demasiado anchas al verme, supe que estaban discutiendo de nuevo sobre mi educación. Podía ser coincidencia, o no. Entré a mi cuarto, encendí el ordenador, e indague sobre telepatía y trastornos esquizofrénicos. Si el fenómeno se repetía, estudiaría su vertiente positiva primero, luego me avocaría a lo negativo. Mi filosofía era confuciana: Si el problema tiene solución, ¿para qué preocuparse? Si el problema no tiene solución, ¿para qué preocuparse de todos modos?

La hipótesis de la telepatía ganó un punto cuando mis padres me informaron de una cena en casa del señor Zacarías. Supuse que íbamos en busca de un mecenas, por lo que me peiné con esmero y me puse un chaleco azul, corbata roja, pantalones de tela color negro: mi mejor traje de esa época.

Nunca estuve tan equivocado. Estaba comiendo un delicioso pato a la naranja cuando me entró un pesado sueño. Se lo comuniqué a mi madre, apenado de estropear la reunión con mi aún infantil reloj biológico. En lugar de excusarse, mis padres intercambiaron una mirada cómplice con el señor Zacarías.

El señor Zacarías me condujo hasta su habitación, mis padres se quedaron comiendo como si nada pasara. Siguieron tranquilos mientras el jefe de mi padre abusó de mí.

Imagínenlo gordo, viejo y asqueroso.

Para cuando regresamos a casa, estaba harto de sus lágrimas falsas. Se habían aclarado tantas ideas en mi mente. Fui derecho a mi habitación y extraje la canica viva. Las voces de mis padres resonaron fuertes y claras en mi cabeza.

“¿Crees que está bien?”

“Lo estará. Deja de preocuparte, algún día nos lo agradecerá.”

Quise ir más adentro, no saber lo que se decían el uno al otro, sino lo que se decían a sí mismos.

“Podré dejar de trabajar y retomar mis estudios. Haré un doctorado en Economía. A ver qué dice mi hermana de eso.”

“Compraré ese anillo de diamantes, las pulseras y los aretes de oro. Esos hermosos tacones del otro día...”

...

Al día siguiente, el veloz Porsche de papá tuvo una falla de frenos y se mató.

La policía investigó y descubrió que alguien los había estropeado a propósito. Cuando un policía me preguntó si sabía quién podría haber hecho algo así, le expliqué que mi madre o el jefe de papá. Cuando el oficial preguntó por qué, le relaté el acuerdo al que mis padres llegaron con el señor Zacarías, de mi violación, y que mi padre se había arrepentido al contarle mi experiencia, razón por la cual él los iba a denunciar.

Los exámenes que me practicaron fueron tan desagradables como esperaba. Valieron la pena. A mi madre y al señor Zacarías les dieron cuarenta años de cárcel sin posibilidad de rebaja por abuso de menores, conspiración para encubrir un crimen agravado, y homicidio en primer grado.


Cada vez que tengo la bola entre mis dedos es espeluznante. Nunca me ha fallado en revelarme los pensamientos ajenos. Me prometo que no la volveré a usar una y otra vez: es terrible encontrar las faltas ajenas con tanta facilidad. Desearía también ser capaz de hallar el perdón dentro de mí. Sólo encuentro el deseo de vengarme. A lo mejor lo que hallé esa mañana bajo los pétalos de la gardenia, no fue más que mi propia alma, pequeña, omnisciente y gris.


Nota del autor

Para ustedes debe ser martes 28, pero en este momento yo escribo desde el pasado, el Domingo 27 de Mayo. En mí tiempo presente, hoy estoy de Meliversario con mi novia. Y si todo ha salido bien, es posible que esté pasando un hermoso tiempo de calidad a su lado.

Regresando al cuento, tiene mucha fantasía y siento que el horror no alcanza a cuajar. Recuerdo que su escritura fue inspirada por un capítulo de la Ley y el Orden UVE. Me gustaría extender esta historia más adelante, para ver si ese niño se convirtió en un loco que mata gente sin razón, o es una especie de Dexter que únicamente mata a quienes se lo merecen. A lo mejor no hay mucha diferencia entre ambos futuros.

Curioso este personaje tan racional, no sé si lo escribí antes o después de conocer HPMoR.

En estos momentos me encuentro en casa de Meli. Anoche salimos y probablemente volveremos a salir de nuevo más rato, las citas son geniales.

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