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miércoles, 30 de julio de 2014

Martina la araña

Martina la araña


Araña mascota
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Estoy hecho un desastre. No me puedo concentrar.

—¿Y para qué labor necesita tanta concentración el señor?

—Soy escritor. Me siento frente a una computadora y presiono una tecla tras otra.

—¿Y es feliz con lo que hace?

—Es una forma de ganarse la vida. —Héctor no pensaba decirle la verdad a un desconocido, ni siquiera cuando estuviera recibiendo ayuda de dicho sujeto para remediar un problema tan personal—. ¿Qué mascota me recomienda?

—Creo que Martina será perfecta para usted señor.


Resultó que Martina era una araña tan grande cómo su mano: más peluda, con más patas y colmillos. Héctor no sabía de insectos, pero sí había leído lo suficiente sobre lo aterrador para estar seguro de que Martina lo era.

—Mejor una mascota menos letal y más amistosa. Cómo un gato.

—Los gatos son para solteronas u hombres locos. Martina no reviste ningún peligro. He vendido cientos de arañas y si bien Martina tiene un aspecto imponente, es la más fiel de los arácnidos. Y está clase de araña es la más comprada por escritores, secretarias y oficinistas de todo tipo. Si no soluciona su bloqueo de escritor, puede traerla y yo le regresaré su dinero.

El vendedor resultó ser muy convincente. Esa noche, Héctor le dio a Martina un lugar importante sobre su escritorio, al lado de la computadora. Dejándose llevar por la excitación de la compra, preparó todo lo necesario para una jornada de trabajo: una taza de té de miel y eucalipto con leche y un diccionario de sinónimos. Tras media hora de tecles desorientado, Héctor estuvo a punto de dar a la porra con el contenedor plástico que reducía a la peligrosa Martina.

Prefirió evitarse una de esas situaciones sobre las que él escribía con frecuencia (un hombre comete una ignorante estupidez que le cuesta vida) y dejo a la araña en paz. Concluyó que devolverla a la tienda al día siguiente, y comprarse un gato, era mejor que arriesgarse a intentar matar el insecto, que escapará y terminará por morderlo.

Tras una placida noche de sueño, Héctor quiso darle un vistazo a la araña antes de meterse al baño. La encontró paseándose de un lado al otro entre las hojas de su jaula, partiendo a la mitad una araña más pequeña con sus colmillos. “¿De dónde sacó esa arañita?” Pensó fugazmente el escritor, “a lo mejor estaba en el tarro y no la vi hasta ahora. Ha de estar entrenada para sacar su comida de un deposito o algo así.” No recordaba que el dueño de la tienda de mascotas le hubiera dicho como alimentarla.

Por ese tipo de olvidos fue que su padre nunca lo dejó tener un animal cuando niño. Consideró que si no tenía que estar pendiente todos los días de la alimentación de su mascota, a lo mejor merecía una segunda oportunidad. Y Martina no tenía la culpa de su bloqueo, eso era un problema que Héctor debería resolver solo.

Tras decidir conservar a la araña, vio que en la salida de papel de la impresora había unas hojas de papel. Héctor no recordaba haber escrito la noche anterior. Eran veinte páginas de su novela El cazador; el capítulo que contenía la muerte del mejor amigo del protagonista, resuelto en maravillosas veinte páginas.

Por más que se esforzó, no pudo verse a sí mismo escribiendo la noche anterior. Aunque sin duda alguna esas eran sus palabras, ordenadas en su estilo de escritura. Se dejó embargar por la felicidad y preparó todo para seguir escribiendo. A los cinco minutos el dolor en la mano derecha y el dolor de cabeza lo convencieron de que se había pasado la noche escribiendo, aún si no tenía el recuerdo. 

Veinte páginas era una cantidad espectacular a la que nada más podía llegar en noches de inspiración y buena suerte. Era mejor dormir y descansar de día, con la esperanza de ser capaz de embotellar el rayo de nuevo en la noche. No supo cómo agradecerle a su mascota, porque por su cuenta parecía saludable y llena, por lo que la premió dejándola tranquila. Eso es algo que las arañas agradecen.

A la mañana siguiente, Héctor encontró otras veinte páginas y rescató una imagen de la noche anterior: su mano abriendo la tapa del tarro y acariciando a la araña como si fuera una amante cariñosa. Le repugnó tanto el imaginarse tocando el bicho que decidió que únicamente podía tratarse de una pesadilla. No dejo de alimentar a Martina por el repudio que le producía, sino porque la araña estaba más gorda y con mejor aspecto que el día anterior.

Lo extraño se volvió rutina al cabo de cinco días. Era como si la araña creciera al mismo ritmo de su novela. Su amor propio pudo acallar el temor instintivo por el tamaño gigantesco de la araña: lo importante era que su escrito estaba en la recta final.

Extraños fragmentos de sus noches de escritor se iban colando a través del subconsciente. El poder de la negación pudo resistir hasta la noche del capítulo final: esa noche no pudo seguir pretendiendo que no ocurría un suceso extraño.

Héctor sacó la araña de su contenedor plástico y esta trepó hasta el dorso de su mano. Luego posó la mano sobre el teclado. La araña clavo sus fuertes mandíbulas entre los nudillos de su dedo corazón. Las patas de Martina temblaron por un instante, y procedieron a presionar las teclas con velocidad vertiginosa, como si aplastara decenas de pequeñas moscas en cuestión de segundos. Al despuntar el sol, la araña liberó su dedo y él la volvió a dejar en su tarro para que descansara.

Las primeras noches Héctor se había aporreado la cabeza con sus puños, tomado pastillas para dormir bajadas con cerveza y usado la mayor parte de su cordura para ignorar la magia demoníaca que le permitía escribir de nuevo. Si bien eran las patas las que plasmaban sus ideas, eran sus ideas al fin y al cabo. Martina no era más que una intermediaria entre sus pensamientos y el producto final. Podía hacerlo él solo. ¿O no?

Cada noche se dijo a sí mismo que esto se detendría cuando la novela llegara a su fin. Pero aún faltaba editar el primer borrador, y serían necesarias dos o tres revisiones más antes de considerarlo terminado. Y después de esta novela aún le quedaban dos o tres ideas que Héctor estaba seguro serían éxitos de ventas, al igual que El cazador. Héctor y Martina eran un buen equipo, y no separas un buen equipo antes de tiempo.


Ese verano, los vendedores de tiendas de mascotas reportaron un incremento en la venta de arañas.

Nota del autor


Me parece increíble lo viejo que debe ser este cuento. Aquí le hago un guiño a una novela que escribí hace tiempo hasta la mitad, y luego ese computador se dañó y perdí todo lo escrito. Esa historia todavía la tengo en mi cabeza, más no sé si algún día tendré el coraje de volverla hacer salir.

Ahora estoy trabajando en otro Cazador, que nada tiene que ver con el anterior. Y las cosas parecen estar yendo muy bien por ahí, espero poder hablar más sobre ello dentro de poco.

Sobre este cuento, siento que fue inspirado por Stephen King, y aunque podría conectar un poco con el manga Parasite del cual me enamoré, estoy casi seguro que lo escribí antes de conocerlo. Así que supongo que es una feliz coincidencia, o una premonición. Me gusta de todos modos, la posibilidad de que podríamos a llegar a convivir de manera cordial y en simbiosis con especies extraterrestres, sobretodo si van a a  escribir por mí.

El día de mañana ya no publicaré un cuento sino un vídeo gracioso, ojala lo vea todo el mundo. Mentiras, lo importante es que me he divertido mucho haciéndolo. Pasar tiempo de calidad con Melissa es fenomenal. Pido disculpas si lo repito mucho, es culpa del amor.

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