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Fue porque el
dolor regresó. Era insoportable, en los hombros y el cuello, sobretodo cuando
estaba trapeando el piso de la casa, bajo la mirada de halcón de mi
madre. “Cuidado con dejarlo a medias,” advierten sus ojos. Ella me
vigila desde la cocina mientras preparaba el desayuno para seis
personas, yo incluida.
Me
sentaba a ver televisión al terminar de trapear, no tanto para ver la
telenovela como para descansar. No llevaba sentada ni dos minutos cuando mi
padre llegó a molestarme. “Cómo no está haciendo nada, hágame el
favor de imprimir unos papeles.” Era el preludio de una labor tras
otra, y yo callándome los dolores.
Le arreglaba las uñas a mi madre y
hermana, soportando sus comentarios sobre lo floja que era, de que me
la pasaba echada en la cama todo el día quejándome sin tener nada. Le
ayudaba a mi otro hermano con sus tareas. Si no estaba encima de él todo el
tiempo, podían llegar las dos de la mañana y él jugando en el
computador. Y las malas notas eran mi culpa, por no ayudar al niño.
Mi madre me pedía ayuda para cocinar el almuerzo. En realidad era yo quien cocinaba las
tres comidas, mi madre es la que dictaba el menú; sí lo llegaba a
señalar, me ganaba insultos, directos e indirectos. Para
ellos era la perezosa, la atrevida y alevosa que siempre causaba incordio, la mentirosa que fingía malestar y cansancio para no hacer
nada.
Fue
por mi familia y mi dolor que me avoqué tanto a encontrar una cura
para mi mal. El primer paso, diagnosticarlo, no fue sencillo. Antes
de descubrir que era fibromialgia, un médico pensó que era un
trastorno esquizofrénico y otro me receto pastillas para la
depresión, que no me curaron y me ganaron más críticas de mi
familia, ahora relacionadas con mi salud mental.
Mis padres casi que
habían dictaminado no seguir gastando más en tratamientos
inservibles para mí, después de todo, yo no era más que la que se encargaba de ayudar en la casa porque era muy bruta para
estudiar, según ellos. Nunca tuve la oportunidad, desde que me
sacaron en noveno grado para cuidar a mi madre enferma. Y luego que
me quedara para colaborar mientras ella se recuperaba, que
despachara a mis hermanos, que estuviera pendiente de mi papá. De
acuerdo a ellos, fue mi decisión.
Creo que sí fue mi culpa
permitirlo; tarde o temprano, cedo ante la presión, al igual que
ahora estoy contestando todas sus preguntas, y firmaré esta
confesión que me llevará a la cárcel. Sólo quiero que me dejen en
paz.
Menos
mal, el último médico descubrió que era fibromialgia gracias a una
serie de análisis de sangre. Lástima que el tratamiento no
funcionó: las inyecciones de cortisona en los puntos blandos tampoco
me curaron. El doctor dijo que se debía a los niveles de estrés en
mi vida. Que si no disminuían, el dolor se volvería más
insoportable. Explicarles a mis padres la situación fue imposible.
Se imaginaron que se trataba una vez más de mi deseo de
engatusarlos, acusaron al buen doctor de participar en la
confabulación y me exigieron que nunca más volviera a discutir el
asunto de mi falsa enfermedad.
Por
eso me metí en la parte mala de la ciudad: quería que un ladrón me
matará. Fue una resolución tonta, ahora lo sé, pero tendría usted
que haber sentido mi dolor para comprender porque llegué hasta allí.
Estaba dispuesta a morir para que desapareciera el dolor, lo que no
pensé es que ese señor quisiera aprovecharse de mí. Cuando me
rasgó la blusa me convertí en otra persona. Nunca hubiera pensado
que tendría la fuerza para ahorcar a un hombre hasta matarlo. Con
mis articulaciones adoloridas, nunca lo hubiera creído posible.
Me
dice usted que fue defensa propia y que me guardé mis razones para
estar allá. ¿Está seguro de darme ese consejo, oficial? No quiero
que se vaya a meter en problemas. Pues usted debe tener la razón, a
lo mejor el muerto se lo merecía. Como usted diga entonces, señor
oficial. ¿Quiere qué le cuente lo más curioso? Desde que maté…
Desde que pasó lo que pasó con ese hombre, los dolores han
desaparecido. ¿No es extraño?
Nota del autor
Este cuento es muy curioso, lo escribí para un concurso que trataba sobre la fibromialgia, sin embargo mi relato es demasiado oscuro para ser representante positivo de una enfermedad con tantos detractores. Aunque releerlo me trae buenos recuerdos, lo encuentro macabro y medio tierno a la vez. Hay libros sobre fibromialgia muy interesantes, es curioso que haya leído tantos de ellos para un cuento tan corto, la labor del escritor, o al menos la mía, es básicamente depurar libros gordos en pedazos más pequeños, aunque no menos sustanciosos.
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