Foto por Joao Tzanno en Unsplash |
La Duquesa y el Duque recibieron a su sobrino con una sonrisa desdeñosa y aprehensión, respectivamente. Ella porque no les corría la misma sangre por las venas, él por temor a su esposa.
—Mi corazón rebosa alegría al ver que gozan de buena salud, tíos míos. —Saludó el mancebo.
—¿De verdad? Es lo mismo que todos dicen, y siempre me parece que mienten. —Replicó la Duquesa. Su sonrisa se hizo más ancha y siniestra, mostrando que había decidido comerse al pequeño pez que se había atrevido a nadar frente a ella.
—Escuché que trajiste un precioso pañuelo de seda de tu viaje, como regalo a la Duquesa. —El Duque no se atrevió a hacer más por su sobrino, presintiendo que ya todo estaba perdido.
El joven, nervioso, extrajo de su bolsillo una pequeña caja decorada con delicadeza. La Duquesa la cogió con una mano, se detuvo por un segundo, y luego su rostro se iluminó ante el prospecto de una nueva maldad.
—No tienes razón para presumir fortunas que no posees, sobrino político. Os haré el favor de no abrir éste presente, para no tener que desmentir la falsedad de su tela con mis sabios dedos. Espero que me estaréis debidamente agradecido por ello.
La Duquesa habló en voz alta y clara, para que todos en el salón la pudieran escuchar. El joven se descompuso: el rostro rojo de la vergüenza, sudando profusamente y con una expresión entre la ira y el llanto. No gritó, sino que hizo una reverencia y desapareció bajo la mirada burlona del resto de invitados.
La Duquesa no humilló a nadie más el resto de la velada, se limitó a repetir la historia unas diez veces. El Duque se contentó con suspirar.
Nota del autor
Otro cuento que envié a un concurso y nada ganó, hasta donde sé.
La razón por la que me gustan series como Gilmore Girls, es que a veces una simple cena puede ser un campo de batalla. Quería escribir una cena corta e intensa. con la que fuera posible imaginarse todo un mundo.
No me tomó más tiempo con esta nota, HPMOR me está llamando, ¡hasta pronto!
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