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domingo, 4 de octubre de 2020

Memorias de un mago enamorado 31

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Memorias de un mago enamorado

 

Foto por Richard Felix
Foto por Richard Felix


Capítulo 31: El ascenso del fénix


Al abrir los ojos, Atahualpa se sintió borracho. Sólo se había embriagado una vez, para su cumpleaños número dieciocho. Ese día pudo probar la chicha fermentada que únicamente era fabricada en la Aldea Pielroja, usando el jugo de la caña, cascaras de piña y un ingrediente secreto.

Lo primero que él hizo fue pensar en ese día no tan lejano, porque se había sentido igual que ahora: mareado, desorientado y débil. Además. el panorama que tenía ante sus ojos era muy similar, pues era de noche, las estrellas titilaban brillantes, una fogata cercana crepitaba y su luz calurosa lo estaba haciendo sudar. Y estaba rodeado de todos los adultos que vivían en la Aldea Pielroja, todos danzando y pegando alaridos. Aunque había algo diferente. Para su cumpleaños habían estado celebrando, en cambio ahora estaban plañendo, llorando y lamentándose.

Intentó ponerse de pie sin éxito, su cuerpo le resultó demasiado pesado.

―Si esto es el cielo, debo decir que estoy bastante decepcionado. ―Comentó Atahualpa desde el suelo.

Una certera patada en los riñones lo infundió de la energía para ponerse de pie de un brinco.

―¡Anciana Tehuixtle! ¿Por qué me está pateando? ¡Casi me muero! ¡Necesito descanso y cuidados!

A pesar de que Tehuixtle seguía teniendo el cuerpo igual de frágil y su cabello tan gris como siempre, a Atahualpa le pareció que sus ojos tenían más vigor que nunca.

―Nada de que casi te mueres: te moriste y punto. La patada fue por querer ser chistoso cuando te acabamos de traer de regreso con tanto empeño. Todos los adultos sacrificaron un año de sus vidas y te lo dieron a ti como obsequio. ¡No es una situación para hacer chistes!

Atahualpa contempló a su pueblo. Habían dejado el bullicio y ahora guardaban silencio. En sus rostros las emociones se veían más acentuadas por la fogata: alegría, pavor, reverencia, preocupación.

―Yo ni siquiera sabia que eso era posible. ―Se excusó Atahualpa.

Un coscorrón en la cabeza, con mayor fuerza de la que habría esperado en un puño tan tembloroso como el de Tehuixtle, cogió a Atahualpa por sorpresa. Se retorció y se sobó la cabeza al tiempo que brincaba de un lado para otro.

―¿Cuál es su problema anciana Tehuixtle? ¿Y eso por qué fue?

Tehuixtle sonrió, una sonrisa muy pura, tan blanca como el anaco que tenía puesto en ese momento, demasiado reluciente como para no ser nuevo. ¿Dónde y cuándo y con qué dinero se lo había comprado?

―Eso fue por compararme con esa bruja del viento. ¿Creíste que no te había escuchado?

Atahualpa tuvo que hacer memoria para comprender a qué se refería Tehuixtle.

―¡Oh! ¿Eso? Nada más lo dije para hacer enojar a esa bruja. Aunque no pronuncié ninguna mentira: ella sí se veía más vieja que tú.

Tehuixtle le asestó un puñetazo en la boca del estomago que lo dejó boqueando por un buen rato. La falta de aliento le duro poco, pues el colmo de su paciencia lo infundió de una energía sobrehumana.

―¡Suficiente! ¡Eso ya fue demasiado! ¡Ni siquiera a ti te lo voy a permitir!

Atahualpa se abalanzó sobre ella para atraparla con sus fuertes brazos, dispuesto a cogerla por la cadera y cargarla por toda la Aldea.

No la pudo tocar; atravesó a Tehuixtle como si no estuviese allí. Él nada sintió cuando la traspasó, y por eso mismo la carne se le puso de gallina.

―Y mi golpe final, Noveno, fue porque nunca me llamaste mamá.

El amor que sentía por Tehuixtle estaba combatiendo con el temor a lo desconocido, porque para Atahualpa era más aterrador hablar con un muerto que enfrentar una muerte segura.

―Este es el ritual secreto que el Mago Hartwell enseñó a nuestro pueblo, hace ya casi quinientos años. Un ritual prohibido que toma una porción de la vida de todos los voluntarios, y que requiere que otra alma tome el lugar del fallecido en el reino de los muertos. Así como Primero se sacrificó por su hija Segunda, yo elegí sacrificarme por ti. No creí que me quedase mucho tiempo para vivir, así que me pareció un buen trato.

La comprensión y la tristeza se apoderaron del pecho de Atahualpa. Cuando habló, lo hizo con un hilo de voz que parecía a punto de romperse.

―Anciana tonta. Mala hierba nunca muere, pudiste haber vivido el doble que todos nosotros.

―Nuestra técnica no tenía por qué ser un secreto para ti, pero yo decidí que lo fuera así. Desde muy pequeño has estado usando tu llama azul para defendernos de un peligro tras otro. Ningún Atahualpa tuvo una carga tan pesada y a edad tan temprana. Aunque no te gusta, te afeitas la cabeza para no irte a quemar con tu propio fuego. Todo lo que hemos podido conservar de nuestra antigua riqueza fueron esas cenizas de fénix con las que te fabricamos esos pantalones, y sé que detestas andar mostrando tus pies por ahí. Es tanto lo que has hecho por nosotros, y tan poco lo que nosotros habíamos hecho por ti hasta ahora. Yo sabía que tu vida se iba a extinguir demasiado pronto, por lo que concebí este plan y recibí el apoyo de toda la Aldea, y nos comprometimos a no revelarte nada, porque seguramente te habrías opuesto.

Atahualpa echó un vistazo alrededor, a los rostros de su pueblo temeroso.

―Anciana Tehuixtle, yo soy el único que puede verte, ¿verdad?

Ella sonrió con benevolencia.

―Es correcto. Tú puede verme por el vinculo que compartimos en vida y muerte. Ellos deben creer que estás experimentando algún frenesí místico. Y podrían tener razón. Es egoísta de mi parte, querer despedirme de ti de este modo. Aproveché la oportunidad, ya que tenía que darte un mensaje importante.

Atahualpa respiró profunda y repetidamente para contener sus emociones. No quería llorar en frente de toda la Aldea.

―Noveno, nosotros queríamos darte la oportunidad de vivir larga y plenamente, pedirte que no volvieras a usar la llama azul nunca más. Sin embargo, ahora mismo la situación de la humanidad es precaria. El velo se ha roto, y pronto el caos se convertirá en violencia. Y lo peor es que el Dios Dragón del Fuego ha empezado a devorar seres humanos con la esperanza de acumular suficiente poder como para vencer a Melodía de la Muerte. Por el bien de nuestra Aldea, y del resto del mundo, debes reunirte con tus nuevos amigos y ponerle fin a esta locura, cueste lo que cueste.

Atahualpa asintió con su calva cabeza y luego se quedó cabizbajo, mirando sus pies pequeños, casi tan duros como la roca. La batalla inminente no le preocupaba. Era un guerrero disciplinado; sin importar el peligro, estaba preparado. Pero tenía un nudo en la garganta porque nadie le había enseñado a expresar sus emociones y ya no era el tiempo para aprender.

―Lo lamento, mamá. ―Fue lo único que él atinó a pronunciar, sin estar seguro de por qué se estaba disculpando específicamente.

Como Tehuixtle nada respondió, Atahualpa levantó la vista. Descubrió que Tehuixtle ya no estaba allí, había desaparecido sin dejar rastro. Tosió para reprimir el escalofrío que lo atacó. Pasado un minuto, se había recuperado lo suficiente como para hablar de nuevo. Se dirigió a su pueblo.

―¡Muchas gracias a todos por traerme de vuelta! ¡Daré lo mejor de mí para no morir tan pronto!

Con esas palabras, creo una explosión bajo sus pies y salió propulsado hacia el cielo nocturno. Por un largo rato los de la Aldea Pielroja estuvieron contemplando la estela naranja que Atahualpa había dejado tras de sí en el aire. Luego se fueron acercando entre ellos, se tomaron de las manos y empezaron a rezar. No habían escuchado a Tehuixtle, ni tampoco visto las noticias que anunciaban todo tipo de fenómenos aterradores e inexplicables. Pero compartían una conexión espiritual con su renacido líder, sentían que había partido a una nueva e ineludible batalla. Un conflicto inevitable de vital importancia para todos. La Aldea Pielroja rezó en unisono, como si fuera el fin del mundo.


...


Incluyendo su reciente pelea contra la bruja Lena, y el lejano incidente con el lobo de dos cabezas, Atahualpa se había visto obligado a usar su llama azul en ocho ocasiones. Los oponentes que habían forzado su mano eran variopintos. Un Ifrit de fuego, un trol zombi, un unicornio vampiro, un culto al Dragón del Viento, un culto al Mago Hartwell, un culto al Dragón del Fuego (les cayó muy mal que él hubiese rechazado convertirse en su líder y semental), una empresa internacional de esclavistas y un demonio sacerdote (o sacerdote demonio, nunca lograba recordar el orden correcto). Era evidente que él era un hombre bizarro y que sus aventuras habían sido bastante bizarre: no eran muchas las cosas que lo pudieran sorprender. Aún así, se quedó mudo cuando vio la escena protagonizada por Persea.

En plena carretera principal en dirección a la casa de Melodie, el transito vehicular estaba paralizado porque había como diez motos Harley Davidson  tiradas por doquier sobre el cemento, algunas estaban ardiendo en llamas y con las luces delanteras encendidas; las inesperadas fogatas en medio de la urbe le recordaron a Atahualpa la Aldea Pielroja que acababa de dejar atrás, y por un segundo se le encogió el corazón.

Los motociclistas tenían lentes oscuros aunque fuera de noche, y chaquetas sin mangas de cazarrecompensas de los años noventa.  Todos habían sido derribados de sus poderosas motos por las hiedras venenosas y enredaderas de Persea, que además les habían bajado los jeans y se les habían introducido forzosamente por el agujero que las personas por lo usual sólo utilizan para hacer deposiciones.

Persea se estaba encarnizando especialmente contra uno de los motociclistas que era más grande que los demás, lo que realmente no le había servido mucho contra ella, que lo estaba pateando en el estómago al mismo tiempo que sus plantas mágicas hacían lo suyo.

Atahualpa aterrizó al lado de Persea, quien cesó su terapia de patadas estomacales al recibir la brisa de brasas y cenizas encima.

―¡Persea, con un diantre! ¿Qué rayos estás haciendo? ¡No se supone que tratemos a los ordinarios de ese modo!

Persea respiraba con agitación por la ira. Sus ojos verdes centellearon y volvió a patear al motociclista repetidamente.

―¡Ellos empezaron! ¿Cómo se atreven a hacerme perder el tiempo cuando Melodie me necesita? ¡Cuando una dama dice que no, es no!

Persea se aseguró de encajar una patada en medio de cada pausa.

―¿Ellos iban a...? ―Atahualpa no fue capaz de finalizar la pregunta.

Persea asintió con fuerza, sacudiendo su largo cabello rubio. Luego fijó sus ojos verdes sobre él, con expresión desafiante.

Atahualpa se acercó a otro motociclista tumbado y también empezó a patearlo en el estómago.

―¡Cerdos! ¡Asquerosos! ¡Podridos!

Al ver eso, Persea recayó en la euforia y alcanzó a propinar tres patadas más cuando cayó en cuenta que, nuevamente, estaba desperdiciando el tiempo por culpa de la venganza.

―¿Qué demonios estás haciendo Pie Pequeño?

―Pues lo mismo que tú, ¿no? ―Replicó Atahualpa perplejo.

―¡Melodie nos necesita! ¡Vayámonos, de prisa! ¡Llévame volando o lo que sea!

―Bueno, está bien. Ah, ¿puedo tocarte? Digo, mejor dicho, súbete a mi espalda y agárrate de mi cuello, será menos agotador que si te cargo como princesa, no, pasa los brazos por encima de mi cuello.

―Pie Pequeño, ¿por qué sigues hablando tanto cháchara? ¡Vuela de una vez!

Los ciudadanos de bien, que habían huido despavoridos ante la Femme Fatale, regresaron cuando la vieron partir hacia el cielo celeste. Recogieron a los motociclistas y sus motos y los pusieron sobre los andenes, sin atreverse a perturbar la torturadora labor de las agresivas plantas. Lo importante era restablecer el transito vehicular, no ayudar a tipos problemáticos desafiando el nuevo orden mágico mundial del que todos estaban hablando.


...


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Nota de autor (26 de Septiembre de 2.020)


La sesión de escritura para este capítulo se topó con algún mal-funcionamiento de Google Docs. No sé si pueda resolverlo pero lo voy a intentar.

Estoy en proceso de conseguir un nuevo trabajo, uno mejor pagado. Espero que eso salga bien, porque podría significar tener más tiempo y dinero para dedicar a mi escritura. Crucen los dedos por mí.


Esta entrada fue posible gracias a Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.

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