Capítulo 52 Capítulo 54
Harry Potter y los Métodos de la Racionalidad
Capítulo 53
El Experimento de
la Prisión Stanford, Parte Tres
Rescatando a Bellatrix de Azkaban |
El cadáver de una mujer abrió sus ojos, y los orbes hundidos inexpresivos miraban al vacío.
“Loca,” murmuró Bellatrix con voz rota. “Parece que la pequeña Bella se está volviendo loca...”
El profesor Quirrell había instruido a Harry, con calma y precisión, cómo debía actuar en presencia de Bellatrix; cómo formar la pretensión que habría de mantener en su mente.
Encontraste conveniente, o quizás sólo divertido, hacer que Bellatrix se enamorase de ti, para atarla a tu servicio.
Ese amor habría persistido a través de Azkaban, el Profesor Quirrel había explicado, porque para Bellatrix éste no era un pensamiento feliz.
Ella te ama total, completamente, con todo su ser. Tú no le correspondes, sin embargo la consideras útil. Ella sabe esto.
Ella era el arma más letal que poseías, y la llamabas tu querida Bella.
Harry recordó la noche en la que el Señor Oscuro mató a sus padres biológicos: la fría alegría, la risa complacida, esa voz aguda de odio mortal. No parecía difícil imaginar lo que el Señor Oscuro pronunciaría.
“Espero que no estés loca, mi querida Bella,” habló el susurro gélido. “La locura no es útil.”
Los ojos de Bellatrix se entrecerraron, intentando enfocarse sobre el aire vacío.
“Mi… Señor… Te esperé mas no regresaste… Te busqué pero no te pude encontrar… usted está vivo…” Todas sus palabras salieron en un bajo murmullo, y si había emoción en ellas, Harry no lo pudo notar.
“Muesstrale tu rosstro,” siseó la serpiente a los pies de Harry.
Harry se quitó la Capa de Invisibilidad.
La parte de Harry que se mantuvo en control de su expresión facial miraba a Bellatrix sin la menor muestra de lástima, nada más un helado, calmado interés. (Mientras que para sus adentros, Harry pensó, te salvaré, te salvaré sin importar qué...)
“La cicatriz…” murmuró Bellatrix. “Ese niño…”
“Es lo que todos creen,” dijo la voz de Harry, soltando una pequeña carcajada. “Me buscaste donde no debías, querida Bella.”
(Harry le había preguntado al Profesor Quirrell por qué no actuaba él la parte del Señor Oscuro, y el Profesor Quirrel simplemente le había respondido que no había razón plausible para que él fuese poseído por la sombra de El-Que-No-Debía-Ser-Nombrado.)
Los ojos de Bellatrix se mantuvieron fijos en Harry, sin pronunciar palabra.
“Di algo en Párssel,” silbó la serpiente.
El rostro de Harry se volteó hacia la serpiente, para dejar claro a quién se dirigía, y siseó, “Uno, doss, tress, cuatro, cinco, sseiss, ssiete, ocho, nueve, diez”.
Hubo otro silencio.
“Aquellos que no le temen a la oscuridad…” murmuró Bellatrix.
La serpiente silbó, “Serán consumidos por ella.”
“Serán consumidos por ella,” susurró la gélida voz. Harry no quería pensar particularme sobre cómo el Profesor Quirrell había conseguido ese código. Su cerebro, que lo pensó de todos modos, sugirió que probablemente involucraba a un Mortífago, un lugar aislado y discreto, y un tubo de plomo hecho de Legeremancia.
“Tu varita,” murmuró Bellatrix, “la tomé de la casa de los Potter y la escondí, mi Señor… debajo de la lápida que está a la derecha de la tumba de tu padre… me matarás, ahora, si eso era todo lo que querías de mí… creo que siempre deseé que fueras tú quien me asesinara… pero ya no puedo recordarlo, debió ser un pensamiento alegre…”
El corazón de Harry se destrozó dentro de él, era insoportable, y – y no podía llorar, no podía dejar que se desvaneciera su Patronus -
El rostro de Harry mostró una pizca de desdén, y su voz fue afilada al hablar, “Basta de tonterías. Vendrás conmigo, querida Bella, a menos que prefieras la compañía de los Dementores.”
El rostro de Bellatrix se retorció en un breve momento de duda, pues sus miembros deteriorados no le respondían.
“Deberass levitar ssu cuerpo fuera de la celda,” Harry le siseó a la serpiente. “Ella ya no puede penssar en esscapar.”
“Ssí,” silbó la serpiente, “máss no la ssubesstimess, ella fue la máss letal de loss guerreross." La cabeza verde se alzó en advertencia. “Ssería ssabío temerme, chico, inclusso cuando me muera de hambre y essté nueve décimass partess muerto; ten cuidado con ella, no permitass ni una ssola debilidad en tu pretenssión.”
La serpiente verde salio por la puerta deslizandose suavemente.
Poco después, un hombre con piel curtida y expresión temerosa sobre su rostro barbado se encogió para entrar en la habitación con su varita en la mano.
“¿Mi Señor?” el sirviente inquirió en tono vacilante.
“Haz lo que se te ordenó,” susurró el Señor Oscuro con esa voz sombría, sonando aún más terrible al salir del cuerpo de un niño. “Y no dejes que tu Patronus desaparezca. Recuerda, si no regreso no habrá recompensa para ti, y pasará mucho tiempo antes de que a tu familia se le permita morir.”
Habiendo pronunciado esas palabras aterradoras, el Señor Oscuro se puso la capa de invisibilidad, y desapareció.
El sirviente encogido abrió la puerta de la celda de Bellatrix, y sacó una pequeña aguja de su túnica con la que pinchó al esqueleto humano. La única gota de sangre producida pronto fue absorbida en un pequeño muñeco, qué yacía en el suelo, y el sirviente empezó un cántico en un susurro.
Pronto otro esqueleto vivo yacía en el suelo, inmóvil. Después el sirviente pareció dudar por un momento, hasta que el aire vacío siseó una orden impaciente. Entonces el sirviente apuntó a Bellatrix y dijo algo, y después el esqueleto viviente que yacía en la cama estuvo desnudo, y el esqueleto que yacía sobre el piso vestía su gastado vestido.
El sirviente arrancó un pedazo de tela del vestido, mientras vacía sobre el aparente cadáver; y de su propia túnica, el temeroso hombre produjo entonces una petaca de cristal vacía con pequeñas muestras de fluido dorado aferradas en su interior. La petaca fue escondida en una esquina, con el pedazo de tela sobre ella, ya que la tela desteñida casi se confundía con la pared color gris metálica.
Con otra floritura de la varita del sirviente, el esqueleto vivo que estaba en la cama flotó en el aire, y casi con el mismo movimiento la vistió con una nueva túnica negra. Una botella con apariencia ordinaria de leche de chocolate se le colocó en sus manos, y un frío susurro le ordenó a Bellatrix que la tomara y que la bebiera, cosa que hizo, con una expresión de intriga en su rostro.
Entonces el sirviente volvió a Bellatrix invisible, y después a sí mismo, y se fueron. La puerta se cerró detrás de ellos e hizo un chasquido al cerrarse, dejando el corredor en tinieblas una vez más, con ninguna diferencia, más que la pequeña petaca escondida en la esquina de una celda, y un cadáver fresco en su suelo.
***
Antes, en la tienda desierta, el Profesor Quirrell le había dicho a Harry que ellos iban a cometer el crimen perfecto.
Sin pensarlo, Harry había empezado a repetirse el mantra estándar de que no existía un crimen perfecto, antes de que pensara de verdad en ello por dos tercios de un segundo, y recordó un proverbio más sabio, y cerró su boca a media frase.
¿Qué crees que sabes y cómo crees que lo sabes?
Si lograras cometer el crimen perfecto, nadie se enteraría de ello nunca – así que, ¿cómo podría saber alguien posiblemente que no existían los crímenes perfectos?
Y en cuanto lo vieras desde ese punto de vista; te dabas cuenta que probablemente se cometieran crímenes perfectos todo el tiempo, y el forense afirmó que murió de causas naturales, o que el periódico informaba que el negocio nunca fue muy rentable y que finalmente cesaron sus funciones…
Cuando se descubriera el cadáver de Bellatrix Black la mañana siguiente, en la prisión de Azkaban de la que (todos sabían) nadie había escapado, no se molestarían en hacerle una autopsia. Nadie lo pensaría dos veces. Solo cerrarían el corredor y se irían, y el diario El Profeta lo reportaría en la sección del obituario al día siguiente…
…ése fue el crimen perfecto que planeó el Profesor Quirrell.
Y no fue el Profesor Quirrell quien lo echó a perder.
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