Memorias de un mago enamorado
Foto original por Vera Gorbunova |
Capítulo 5: Regreso a ti
Ambos estaban parapetados en la sala de profesores. Estaban sentados con las piernas cruzadas en un rincón. Los maestros evitaban pisarlos al ir y venir, era como si al mismo tiempo fueran y no fueran conscientes de la presencia de ellos dos. Melodie se sentía bastante a gusto, el viento danzaba gentilmente alrededor de su cuerpo y esa sensación se le antojaba muy cómoda y familiar.
Los dos estaban sin tapabocas, los habían perdido en algún punto del ajetreo, por lo que era muy positivo que los profesores no los pudieran ver.
—¿Por qué no nos pueden ver? —Preguntó Melodie.
—Oh, lo siento, olvide explicarte eso. La magia existe en este mundo, pero también existe una especie de velo que impide que la gente normal la pueda ver o sentir. Ellos no perciben la verdadera causa cuando algo es destruido por la magia, y lo atribuyen a algo más mundano. Cualquier usuario de magia puede volverse invisible para la gente normal si se rodea a sí mismo con su magia, los que puedan hacer algo así. Tú y yo podemos hacerlo fácilmente. Un hechicero que use magia de fuego podría tener dificultades para cubrirse con el velo, o una persona que no tenga un tipo de magia activa como digamos... Una bruja que pudiera caminar en los sueños de otras personas. —Explicó Zeferino animado, aunque su emoción decayó un poco al final.
—Entiendo. Supongo que hay todo tipo de hechiceros allá afuera.
—Así es, Mel. Incluso si dos personas utilizan un mismo tipo de magia, seguramente sus hechizos no serán iguales ni tampoco su control ni el tamaño de su poder. La personalidad es un factor importante en el tipo de magia que puedes poseer, al igual que los lazos de sangre. —Zeferino pasó de hablar con una nota de tristeza a una total melancolía.
—¿Lazos de sangre? ¿Quieres decir que los miembros de una misma familia pueden tener magias parecidas?
—Sí. —Respondió Zeferino lacónico.
Melodie por fin notó lo circunspecto que se había puesto Zeferino, hasta se podía decir que la boca de él se había curvado para abajo. Pensó que era mejor cambiar de tema, si Zeferino tenía problemas para hablar de su familia. Optó por indagar sobre otros asuntos que seguían despertando su curiosidad.
—La semana pasada, ese niño dentro de la bola de cristal, Asis, dijo que yo podía matar a la gente cantando. ¿Esa es la única manera en que puedo usar mi magia? ¿Eso quiere decir que a la persona que yo era, la Mel que tú conocías, le gustaba asesinar?
—¡Claro que no! ¡Tú no eres ese tipo de persona! Mel, tú simplemente naciste con ese poder. En el año que me ayudaste a proteger la ciudad, solamente te vi matar por necesidad, en un par de ocasiones, contra sujetos bastante desagradables y perversos. Además, tenías otras manera de usar tu magia sin matar a otros. —Afirmó Zeferino con ahínco.
—¿En serio? ¿Cuáles?
—Podías tararear una nana para provocar que todos sintieran dolor de cabeza y malestar general, aunque era peligroso mantenerlo por más de un minuto porque les empezaba a sangrar la nariz. Y también podías silbar para dejar medio-muertas a las personas, aunque con eso destruyes por completo la fauna y la flora.
—Me sigue pareciendo un poder bastante limitado y deprimente. Un área de efecto así no habría servido para lidiar con un solo individuo. De haber intentado yo vencer a la Harpía, habría lastimado a muchas personas. —Suspiró Melodie.
—¡Para nada! Bueno, no con mi ayuda. Solíamos combinar nuestras habilidades. Tú solías silbar y yo manipulaba el viento para que solamente nuestros enemigos fueran los afectados. Así fue como nos ganamos nuestros títulos.
—Me suena más a que yo me aprovechaba de la versatilidad de tu magia. ¿Con títulos te refieres a Melodía de la Muerte y Vástago del Viento?
—Hay muchos hechiceros y hechiceras. No tantos como la gente normal, pero sí un número importante. Digamos que una de cada diez personas puede usar la magia de alguna manera. No es un calculo exacto. En fin, solamente los que hemos hecho algo sobresaliente recibimos un apodo de la comunidad. Al igual que la gente normal, supongo. —Zeferino se pasó la mano por el cabello castaño y rizado.
—Entiendo. Ojalá yo tuviera un don mágico como el tuyo. Ni siquiera tengo deseos de ensayar.
Por un largo rato ambos guardaron silencio, los dos sumergidos en pensamientos melancólicos. Miraban sin ver a los profesores, algunos descansando, otros trabajando.
—Mel, ¿todavía quieres morir?
Nuevamente, otro silencio se extendió entre ellos.
—La verdad, no lo sé. Todo lo que he descubierto sobre la magia no me ha hecho sentir mejor conmigo misma. Quería matarme porque todo lo que sentía era dolor. Y la persona que yo era antes, la que se borró la memoria, parecía tener el mismo problema. Creo que sigo siendo la misma, con o sin recuerdos. —Reflexionó Melodie.
—Con eso último estoy de acuerdo. Mel, te pido disculpas por no haber sido un buen protector. Tu novio te dejó y yo apenas me vine a enterar ayer. Y desde hace meses te estaban molestando y tampoco me di cuenta. Yo vine, te vi triste y pensé que, a lo mejor era que extrañabas tu vida conmigo, aún si no la recordabas. Pensé que se trataba de mí, me dejé cegar por lo que yo quería y no detuve tu sufrimiento. —Zeferino había bajado la mirada, se sentía incapaz de ver a Melodie a los ojos.
Melodie se acercó a Zeferino y lo abrazó. Fue tan inesperado para él que se quedó quieto como una estatua.
—Te pido disculpas por haber puesto ese peso sobre ti. No tendría que haber sido tu responsabilidad. Aún si no recuerdo haberlo pedido, fui yo la que lo hice. Mi intento de suicidio no es culpa tuya, Zefer.
Zeferino se dejó llevar y la abrazó con fuerza.
—Para ser franco, tú nunca me pediste que te cuidara cuando no tuvieras recuerdos. Lo hice por mi propia voluntad. —Confesó Zeferino.
—Ya veo. De todos modos, hasta ahora no te había agradecido de manera apropiada. Sigo sin estar muy segura de querer vivir, sin embargo caí en cuenta de que últimamente he estado muy centrada en mi propio sufrimiento. Antes no sabía por qué, pero yo tengo la creencia que a veces la mejor forma de ayudarse a uno mismo es ayudar a otros. Supongo que es algo que aprendí de ti.
Zeferino asintió.
Por fin rompieron el abrazo. Se quedaron viendo fijamente los ojos del otro.
—Creo que hay algo más que necesitas saber. —Informó Zeferino, sin poder ocultar su preocupación.
—¿De qué se trata?
—A cambio de mantener a las Harpías paralizadas, Asis me pidió que busque y elimine a alguien, o algo, que ha estado asesinando usuarios de magia en la ciudad. Ya ha acabado con la vida de doce personas. Ninguna de las víctimas tiene heridas físicas. Parece que simplemente fallecen por causas naturales, así que la policía no lo está investigando. Nada más por el hecho de ser una hechicera, tú estás en peligro. —Explicó Zeferino con seriedad.
—Si tú lo estás persiguiendo, entonces tú corres mayor riesgo que yo. —Sentenció Melodie preocupada a su vez.
—Yo sé cómo defenderme. Pero eso no es todo. Cuando peleé con Camilo, lo golpeé con bastante fuerza, suficiente como para dejarlo inconsciente un buen rato.
—¡Podrías haberlo matado! —Exclamó Melodie alterada.
—Veo que aún te importa ese tarado. O tal vez no sea tan tarado, no estoy seguro. Verás, descubrí que él estaba bajo una especie de encantamiento, y no solamente él, también el resto de tus compañeros de clase. —A su pesar, Zeferino sintió muchos celos.
—¿Qué? ¿A qué te refieres?
—En el caso de Camilo, lo impulsaron a atacarme. —Afirmó Zeferino.
—¡Pero si fuiste tú el que fue a buscarlo al salón!
—Sí, es cierto. Sin embargo Camilo nunca ha sido pendenciero, ¿o sí? ¿No te parece extraño que estuviera dispuesto a pelear conmigo? Él es el tipo de persona que se esconde detrás de un profesor o un policía cuando hay problemas.
—Lo haces sonar como cobardía cuando en realidad es sensatez. Aunque supongo que tienes razón, pelear no es algo propio de él. Cuida mucho sus manos para tocar el piano. —Argumentó Melodie intrigada.
—Correcto. Ese impulso que recibió para predisponer su actitud hacia mí, lo hizo levantarse de nuevo e insistir en combatir, a pesar de que moverse le tiene que haber producido mucho dolor.
—Creo que a ti aún te falta dar una disculpa por lo que le hiciste a Camilo, y también lo de Persea, creo que ambos casos fueron muy extremos. —Lo amonestó Melodie con expresión de enfado.
—¿Qué le pasó a la rubia tonta?
—El viento llegó de la nada y le destrozó toda su vestimenta y la dejó desnuda. Le tuve que prestar ropa mía para que los demás no la fueran a grabar así.
—Ah, puse un hechizo de viento automático sobre ti para defenderte. Bien merecido se lo tenía, por todo lo que te hizo. Aunque, supongo que si en realidad sus acciones no fueron por elección propia, sino por ese impulso externo, ella también sería una víctima. Al igual que Camilo, pero todavía siguen sin agradarme mucho que digamos. Los demás estudiantes de tu grupo recibieron el comando de ignorarte y ser fríos contigo.
—¿Quién se tomaría tantas molestias conmigo? ¿Por qué no solamente atacarme directamente?
Zeferino se fue a acomodar las gafas y no las encontró sobre su nariz. Molesto, se volvió a pasar la mano sobre su cabello rizado.
—Puede haber varias razones. Quizá tienen miedo de que uses tu poder para defenderte. O hicieron un juramento para no atacar tu persona directamente, como el Dios Dragón que te borró tus recuerdos.
—¿El Dios Dragón hizo ese juramento? Ahora que lo pienso, todavía no me explicas con detalle qué es un Dios Dragón, o el tal Mago Hartwell que es aún peor.
—Esos son temas para otro día. Melodie, lo importante ahora es que no bajes la guardia. No puedes ir confiando en Persea y Camilo solamente porque estaban bajo una influencia externa. Podrían estar fingiendo. Intenté romper todas las órdenes de control mental, pero no estoy seguro de haberlo hecho bien, no es mi especialidad. No sé si lo hizo un mago, o un agente del Dios Dragón, o un monstruo o alguna otra cosa que no he pensado todavía. Por favor, prométeme que vas a tener los ojos abiertos. —Solicitó Zeferino.
La preocupación y el amor en aquellos ojos castaños eran palpables, tanto que Melodie quiso inquirir por la naturaleza de la relación que existía entre ambos antes, sin embargo no se atrevió. En su lugar preguntó otra cosa, algo cuya respuesta ya conocía.
—Entonces, Zefer, si yo intento quitarme la vida, ¿vas a volver a intervenir?
El joven se mostró más herido por la pregunta de lo que Melodie había esperado, y la hizo arrepentirse en el acto.
—Lo siento Mel. De ninguna manera voy a permitir que salgas lastimada. Aún si te tengo que llevar la contraria, te voy a proteger a como dé lugar.
...
Persea fue castigada por dañar su propio uniforme, y amonestada por no tener un tapabocas de reserva. Aquella tarde, en el salón de castigos, Persea se sintió confundida. Había sentido el deseo de acusar a Melodie, de decir que había sido su culpa.
Era posible que Melodie sí hubiese sido la que le había dañado el uniforme escolar, en caso de que ambas fueran similares. Sí, mientras más lo pensaba Persea, más tenía sentido creer que Melodie también era una hechicera. ¿Había sido magia de viento? Persea había escuchado rumores de un famoso mago de viento viviendo en la ciudad, el Vástago del Viento lo llamaban. Eso no quería decir que no hubiese otros magos o brujas que pudieran usar magia de viento.
Tendría que haber sentido felicidad. Si Melodie era como ella, eso significaba que podían comunicarse con honestidad, entenderse mejor. Melodie había sido muy amable con ella, se había acercado a Persea, quien había sido transferida seis meses atrás, a la mitad del curso. Persea no conocía a nadie, y ella siempre había sido tímida, y Melodie con su sonrisa la había introducido al grupo, y también le había presentado a su novio.
El novio de Melodie. ¿Por qué le había quitado el novio a Melodie? Era algo tan... impropio de Persea.
Todo había empezado tres meses atrás. De repente se había producido un cambio en su forma de pensar. Había comenzado a pensar que ella era mejor que Melodie, que merecía tener a Camilo de novio, que Melodie era una tonta que debía ser molestada y puesta en su lugar constantemente.
¿Y ahora? Se sentía como si hubiese despertado de un sueño. No, una pesadilla. Le había hecho cosas horribles a Melodie, y la culpa de todos esos actos despreciables la estaba aporreando de repente.
Ni siquiera era como si le realmente le gustara Camilo. Él no era su tipo. Ningún él era su tipo.
Melodie era más de su tipo. ¿Por qué se había comportado con ella como una, como una perra?
¿Por qué? ¿Por qué se había comportado así?
En la noche, tras haber tomado un baño, y estar completamente seca, se vio a sí misma en el espejo. Desde hacía tres meses había empezado a dejar suelto su largo cabello rubio. Su madre siempre se lo había atado con un moño rojo, porque decía que así combinaba con su cabello. Y desde que su madre había muerto, cinco años atrás, ella había seguido usando moños rojos para atar su cabello. Lo había dejado de hacer tres meses atrás, sin razón.
Persea fue al cajón donde tenía una docena de moños rojos y cogió su favorito, el último que le había regalado su madre antes de morir.
—Lo siento mamá. He sido mala. Y no sé por qué.
Se demoró en conciliar el sueño. Cuando estaba a punto de caer dormida profundamente, la asaltó el mayor remordimiento de todos. Se levantó corriendo y fue hacia la parte de atrás de su casa, al Invernadero que había construido con tanto amor y al cual tampoco había regresado en todo ese tiempo desde que se había convertido en otra.
Todas las hojas estaban marchitas, todos los pétalos secos. Plantas y flores muertas por el descuido absoluto. Persea se acercó a sus amigas, una por una, con el corazón rompiéndose un poco más cada vez que las llamaba y no había respuesta. Para cuando llegó a la sección de plantas que requerían menos agua, ya casi no le quedaba esperanza.
Persea escuchó un murmullo, un suspiro de agonía. Provenía de un cactus que había sido grande pero que había declinado por la falta de agua. Se llamaba Asiento de Suegra, le había costado bastante comprarlo legalmente, y era el único superviviente de su locura.
Persea, la floricultora, pasó toda la noche dando los cuidados perentorios a la única planta que le quedaba, con el esmero que siempre había dedicado a sus amigas verdes.
...
Nota de autor (16 de Mayo de 2.020)
Anoche no dormí muy bien, espero no haber cometido muchos errores ortográficos en la edición de este capítulo.
Esta entrada fue posible gracias a Rocio Tou, Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.
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Gracias por leer.
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