Memorias de un mago enamorado
Foto original por Rodolfo Sanches Carvalho |
Capítulo 4: Pelea en la escuela
Laila era una mujer hermosa y lo sabía, pero no era una mala persona. Tenía los ojos oscuros con un ligero tono púrpura, lo que le daba una mirada interesante, penetrante, llamativa. Su piel morena era jugosa, al igual que las curvas de su cuerpo.
La adolescencia fue una etapa de tres grandes descubrimientos para ella: la consciencia de su belleza, el hallar su pasión por vender casas, y su habilidad para caminar en los sueños de la gente. Combinó los tres descubrimientos para convertirse en la mejor vendedora de bienes raíces de la ciudad.
Nunca hizo mal uso de sus talentos. Entraba a los sueños de sus clientes para saber lo que realmente querían. Muy pocos sabían lo que necesitaban, y Laila les ayudaba a conseguirlo, con su linda sonrisa y sus maneras amables. Invadía la privacidad ajena, pero nunca la compartía ni la divulgaba, excepto en aquellos casos extremos en que sus clientes querían hacer daños a otros o a sí mismos. Entonces una llamada a la policía o a los familiares bastaba para solucionar la delicada situación.
Laila había tenido una buena vida, trabajaba duro y descansaba igual de duro. Amaba el tiempo que pasaba con su esposo y sus hijos, pues era una buena esposa y una gran madre.
Justamente por ese instinto maternal, decidió acercarse al niño que se veía desorientado.
—Disculpa niño, ¿estás perdido? ¿Buscas a tus padres?
El niño la miró directamente a los ojos, y luego sonrió.
El cadáver de Lila fue encontrado tres horas más tarde por Zeferino. Fue el primero en llegar a la escena del crimen y tuvo que llamar a la policía después, pagando un minuto de celular en la calle.
El viento se lo había comunicado en cuanto había ocurrido, y él había salido volando a su máxima velocidad hacia el lugar.
Lo malo es que no podía volar a más de cuarenta kilómetros por hora.
Lo malo es que la ciudad tenía una superficie de seiscientos kilómetros cuadrados.
Lo malo es que el asesino no había tardado ni cinco minutos en matar a Lila. Zeferino no la conocía personalmente, pero había oído hablar de ella. Todos los magos y brujas se terminaban conociendo entre sí, aunque fuera de a oídas. Lila era una buena persona, a la que él no había podido salvar.
Lo malo es que era virtualmente imposible que pudiera llegar a tiempo como para salvar a la próxima víctima, a no ser que el ataque ocurriera frente a sus ojos. Tal vez. Aún no sabía a qué tipo de poder se enfrentaba. Lila no era una guerrera, pero otros sí lo habían sido, y no había sido suficiente.
Lo malo era que entre todos los hechiceros de la ciudad, él era el que tenía más probabilidades de atrapar al criminal.
Si el próximo ataque contra un usuario de magia no ocurría a tres kilómetros de donde él estuviera, no podría llegar a tiempo para atrapar al asesino serial de brujas y magos.
...
En cuanto sonó el timbre que indicaba la hora del almuerzo, Zeferino entró al salón de clases de Melodie. Los ojos de él y ella se cruzaron por un momento, castaños contra avellanas, pero Zeferino desvió la mirada. Melodie sintió alivio cuando eso pasó, había creído que él le iba a causar problemas de nuevo.
Todos se quedaron viendo al chico de cabello castaño rizado y corto, con una mala reputación bastante grande. Él escaneó el salón de clases con expresión fría, y los estudiantes se quedaron congelados bajo esa mirada, hasta los que estaban a mitad de camino para levantarse.
Por fin los ojos castaños se posaron sobre una sola persona y ahí se quedaron fijos.
—Oye, tú eres Camilo, ¿cierto? Necesito hablar contigo a solas. —Ordenó Zeferino con voz templada.
Tras escuchar esas palabras, todos supieron que Zeferino le iba a dar una paliza.
Camilo se puso de pie. Era más alto que Zeferino por una cabeza. Tenía el cabello y los ojos negros, de complexión delgada y manos delicadas, con dedos finos y alargados que habían tocado el piano desde los cuatro años.
Hasta donde se sabía, Camilo jamás había estado en una pelea. En cambio ya ni se sabía con certeza a cuántos había vencido Zeferino sin recibir ni un solo golpe. Por lo menos treinta y tres con evidencia fotográfica de las heridas de sus oponentes.
Había dos razones por las que Zeferino no había sido expulsado. Primero, tenía la misteriosa habilidad de desaparecer cuando los profesores se acercaban. Segundo, sus compañeros nunca lo delataban, porque él sólo buscaba pelea con los abusones y los malvados.
Para todos en ese salón de clases era una sorpresa que Zeferino quisiera pelear con alguien que nunca se había metido con nadie, hasta que Melodie se puso de pie con un brinco, y de repente muchas cosas tuvieron sentido para los entrometidos.
—¡Ustedes dos no tienen nada de qué hablar! —Protestó Melodie con su aguda voz, que ninguno pudo ignorar.
—¡Tú no tienes porque meterte en los asuntos de mi novio, cabeza de tomate! ¡Y tú no te vas a llevar a mi novio a ninguna parte, cuatro ojos! —Exclamó Persea muy colorada, también poniéndose de pie.
Un momento de tensión paralizó el ambiente. Tensión que Zeferino rompió al coger el borrador del escritorio de un estudiante y aventarlo directamente contra la hermosa frente de Persea.
—¡Ay! —Se quejó ella.
—¡Desgraciado! ¿Qué le haces a mi novia? —Amenazó Camilo.
—Con ella voy a arreglar cuentas después. Primero me voy a encargar de ti. Vamos a los baños. —Respondió Zeferino, dándose la vuelta y saliendo del salón con pasos largos.
Camilo lo siguió muy de cerca, y detrás de ellos los estudiantes salieron produciendo un coro excitado.
Melodie y Persea fueron las únicas que quedaron en el salón. La rubia de cabello largo, con sus grandes ojos verdes y su piel fina con un colorado en la frente, se giró hacia su rival.
—Esto es culpa tuya. —Dijo Persea, acercándose a Melodie cargando una mochila.
Melodie ya sabía lo que iba a ocurrir, por lo que agachó su cabeza y levantó los puños para cubrirse.
Imaginó que el primer golpe iba a llegar por su costado izquierdo, usualmente era así. El segundo golpe probablemente sería sobre su cabeza, y el tercero sería un empujón para ponerla contra la pared. Después de eso solamente tenía que cubrir su rostro.
Recordó aquella ocasión en que su abuela preparó torta de limón y Melodie comió tanto que le dolió la panza. Recordó la vez en que sus padres la dejaron trasnochar para jugar videojuegos con su hermano Fernando. Recordó la sensación de volar al ser cargada por Zeferino. Esa sensación en específica, la de sentir el viento sobre ella y el calor corporal de él al llevarla entre sus brazos, eso le había gustado mucho.
Estaba mental y emocionalmente preparada para resistir el abuso, cuando Persea gritó como si le hubiesen clavado un cuchillo. Melodie abrió los ojos con cautela, y echó un vistazo: la ropa de Persea se había hecho trizas, algunos pequeños trozos seguían flotando en el aire. Cuando bajó la mirada, se dio cuenta que hasta los zapatos de Persea habían sido destrozados.
—¡Aaaaaaaaah! —Gritó Persea enloquecida.
Melodie no supo qué hacer. De inmediato dedujo que eso era obra de Zeferino, eso era evidente, ¿pero qué se suponía que ella debía hacer ahora? Indecisa, Melodie empezó a caminar hacia la puerta del salón de clases.
Persea había empezado a llorar, abrazándose a sí misma.
Melodie no requirió mucho esfuerzo para recordar todas las veces que Persea había sido mala con ella. Se hubiese sentido muy bien dejarla ahí, desnuda. Se habría sentido bien por las razones incorrectas.
Melodie suspiró. Fue hacia su mochila y sacó un suéter que rara vez usaba, pues en su ciudad la temperatura promedio era de treinta grados centígrados.
—Ponte esto. —Ofreció Melodie, extendiendo el suéter hacia Persea.
Incluso en ese momento tan incómodo para las dos, Melodie experimentó una punzada de celos. Había comprobado que Persea era efectivamente una rubia natural, y que su cuerpo estaba muy desarrollado para su edad. Hizo que Melodie se sintiera más plana que nunca.
Sin decir nada, Persea aceptó el suéter y se lo puso. Le quedó estrechó. A Melodie le pareció escuchar que alguien se acercaba a la puerta, por lo que salió corriendo y la cerró a toda prisa.
—Oigan, necesito sacar mi celular para grabar la pelea, ¿quién cerró la puerta? ¡Está prohibido que se cierre a la hora del almuerzo! —Protestó el estudiante que había querido entrar.
—Pronto, tengo mi sudadera y mis tenis de Educación Física en mi mochila, ¡rápido! —Urgió Melodie a la rubia.
Con movimientos torpes y desorientados, Persea se puso la sudadera.
Tras haber ayudado a su abusadora, Melodie se dio cuenta que no podía perder más tiempo. Abrió la puerta, haciendo a un lado al estudiante en busca de su celular para salir corriendo hacia los baños de los hombres.
Tenía que detener la pelea de Zeferino y Camilo.
...
Zeferino estaba concentrado en formular para sí mismo todos los reproches que se merecía, así que no contestó.
—¡Vamos! ¡Esta es tu última oportunidad de hablar antes de que te rompa la cara!
Tras una semana de ser informado por Asis, no había sido capaz de detener al asesino de magos y brujas. Tres personas ya habían sido asesinadas antes de que la misión le fuera encomendada, y nueve más habían sido matadas después de eso.
—¡Bastardo presuntuoso! —Bramó Camilo y arrojó un puñetazo.
A Zeferino le molestaba ese insulto en particular, mucho, por lo que tras agacharse para esquivar el puño en el rostro, contraatacó impulsado con mayor viento del que había pensado, y la patada que descargó sobre el estómago de Camilo lo mandó a volar hasta estrellarse de espaldas contra la pared, donde se fue deslizando poco a poco hasta quedar sentado.
—Maldición. quería zarandearte un poco más que eso. —Se lamentó Zeferino.
Zeferino le había dado un comando en particular al viento: Hazme saber de inmediato si Melodie está en peligro de muerte. El viento había cumplido su orden al pie de la letra. Y por eso, a causa de su propia estupidez, no se había enterado de que Camilo había terminado con ella, y que para colmo la tal Persea había estado atacando a Melodie constantemente. Ya había corregido esas órdenes mal hechas, pero eso no borraba su equivocación. Por su culpa, Melodie no había podido disfrutar de su anhelada vida normal.
La magia de viento de Zeferino era poderosa, sin embargo tenía sus límites. Un ejemplo era que no podía rebasar la velocidad de cuarenta kilómetros por hora cuando usaba el viento para hacerse volar. Otra desventaja era la consciencia del viento, su capacidad para interpretar comandos era nula, por lo que el viento únicamente seguía sus palabras específicas, sin pensar. Y la debilidad más grande era su atención. El viento le hablaba a Zeferino, le transmitía información como si fuera un sexto sentido, pero eso no lo hacía omnisciente: si él no prestaba atención a lo que el viento le decía, no podía reaccionar a tiempo. Por lo que enfocarse demasiado en un enemigo podía dejarlo vulnerable a otros ataques, del mismo modo que lo haría prestar atención a demasiados enemigos a la vez.
Irónicamente, Zeferino estaba tan ensimismado en su reflexión sobre cómo funcionaba su poder, que no se dio cuenta que Camilo se había levantado. Zeferino recibió el puñetazo en los riñones casi de lleno: alcanzó a activar su magia de viento por un segundo y se hizo a un lado, aunque no logró evitar el daño por completo.
—Zeferino… —Murmuró Camilo, dando tumbos como si estuviera borracho, avanzando hacia Zeferino, lentamente, pero sin dejar de avanzar.
Su movimiento defensivo había sido tan improvisado que se le habían caído las gafas. Normalmente Zeferino manipulaba el viento para que eso no sucediera.
Camilo era un humano normal hasta donde Zeferino sabía, tendría que haber quedado inconsciente tras haber recibido una patada como la que había recibido en el estómago. Sin embargo estaba de pie, evidentemente lastimado, pero aún capaz de seguir peleando. ¿Cómo era eso posible?
Camilo se movía extrañamente, como impulsado por algo más allá de su fuerza física, se movía lento como un zombi.
Zeferino sintió deseos de golpearse a sí mismo en la cara, donde casi lo acertó Camilo con uno de sus lentos ataques. Zeferino se desplazó hasta el otro lado de los baños, lo más lejos que pudo de Camilo.
—Viento, analiza la magia con la que ha sido encantado Camilo. —Susurró Zeferino.
En ese momento entró Melodie pateando y vociferando, pues eran varios los estudiantes que querían impedir que ella interrumpiera la pelea. Pero Melodie se impuso y pasó por encima de todos los demás, no tanto porque tuviera la fortaleza física para ello, sino porque los demás la veían tan frágil que les daba miedo empujarla y meterse en problemas.
Se arrojó sobre los brazos de Zeferino y lo apretó con toda la fuerza que tenía. Zeferino pensó que el agarre era proporcional al de un gato bebé.
—Haznos desaparecer como la otra vez y llévanos lejos de aquí, ¡ya! —Ordenó Melodie con su voz chillona.
Para Zeferino fue como en los viejos tiempos. Como cuando Melodie era su firme dueña y él su perro bien entrenado.
Desde la perspectiva de los estudiantes normales, Melodie y Zeferino salieron del baño agarrados de la mano y desaparecieron al mezclarse con los otros estudiantes.
...
Nota de autor (14 de Mayo de 2.020)
Siento que las cinco de la tarde son las ocho de la mañana para mí. Últimamente tengo menos energía de lo usual, por lo que me está costando escribir las mil palabras diarias de esta historia, además del cuento y la novela para Patreon. Y mi novela que ya está en la edición final es la que está sufriendo más.
Esta entrada fue posible gracias a Rocio Tou, Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.
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Gracias por leer.
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