Memorias de un mago enamorado
Foto original por Limor Zellermayer |
Capítulo 16: Historia de dos hermanos, Parte 1
Kuro era un niño feliz. Todas las mañanas, lo primero que veía era el rostro de su madre, Mona.
—¡Buenos días mi pequeño angelito! —Lo saludaba ella y lo cubría de besos por toda la cara.
Mona no era una mujer agraciada. Tenía el cabello negro y macilento, era flaca y sin garbo, con expresión de desgracia. El Dios Dragón del Viento no la había escogido por su apariencia, sino porque tenía la habilidad de anular la magia a su alrededor durante cinco minutos, y lo podía volver a hacer tras una hora de descanso. El fruto de esa Unión había sido Kuro, con la misma magia que su madre, pero sin límite de tiempo. El Dios Dragón del Viento no había seguido procreando después de él, porque sintió que Kuro era el arma definitiva. Combinado con los poderes de sus hermanos y hermanas, el Dios Dragón consideró que tenía el poder suficiente para apoderarse del mundo, sin importar lo que pudiera maquinar el Mago Hartwell.
Era una maravillosa locura, considerando que el Dios Dragón del Viento se había dado por satisfecho tras el nacimiento de las quintillizas, y de no ser porque Mona ya estaba embarazada, Kuro no habría nacido. Fue como ganarse la lotería tras haber ganado antes una rifa de monto inferior.
Kuro adoraba contar con la predilección de su padre. Aunque el Dios Dragón del Viento no era afectuoso, lo miraba con anhelo, como si no pudiera esperar el momento de verlo crecer. Y cuando esa mirada provenía de un ser inmortal, que rara vez se molestaba por el tiempo, esa expresión valía mucho, al menos para Kuro.
Cualquier otra necesidad de afecto que él tuviera era colmada por Mona. Ella literalmente se encendía de vida cuando estaba a su lado. Le daba de comer lo que él quisiera, jugaba con Kuro siguiendo sus caprichos y antojos. Él la consideraba la madre perfecta, aunque no era tan grandiosa como su padre, desde luego. Lo que importaba es que ella lo hacía más especial todavía, porque era la única de las madres que se había quedado tras haber dado a luz.
Podía sentir como el resto de sus hermanos lo envidiaban. La mayoría de ellos habían sido considerados el mejor producto al momento de su nacimiento. Las únicas dos excepciones eran Jiro, con un poder eficiente, si bien no sorprendente, pero con una personalidad lenta para la acción que constantemente desesperaba a su padre. A Renzo le iba peor, porque lo cuestionaba todo.
—¡Soy un niño pequeño! ¡No quiero ir! ¡Además es mi cumpleaños! ¡Deberías darme regalos y pastel, no enviarme a matar a alguien! ¡Papá malo! —Protestó Renzo una vez.
Eso fue un doce de Abril. Kuro lo memorizó porque le pareció extraño que Renzo supiera su cumpleaños.
—¡PEQUEÑO INSOLENTE! ¿CÓMO TE ATREVES A CUESTIONAR, A DEMANDAR? ¡SI NO QUIERES SER ÚTIL PARA MÍ, TE VOY A ROMPER! —Rugía el Dios Dragón del Viento, con esa voz espectral que hacía que todos se sintieran enfermos.
Todos los hijos del Dios Dragón odiaban a Renzo, porque forzaba a su padre a gritar, y ellos preferían cuando padre se limitaba a sonreír satisfecho y a darse entender mediante gestos, o escribiendo notas cuando se trataba de encargos complicados. Para educar a Renzo, el Dios Dragón del Viento solía matar a cualquiera que fuera cercano a él. Nunca le hizo daño a Renzo directamente, porque era mercancía valiosa. Kuro estaba seguro de que Renzo se iba a romper, tarde o temprano, no podía resistir la voluntad de un Dios por mucho tiempo, sin embargo la inesperada muerte de su padre le había dado una victoria a Renzo que, en opinión de Kuro, era inmerecida.
Sin duda alguna, al que más odiaba era a Zeferino. Tan perfecto y lacónico, siguiendo las órdenes de su padre al pie de la letra. Kuro deseaba superarlo, demostrar que era más útil para la causa, y sabía que algún día lo haría. Sólo era cuestión de tiempo, solía pensar Kuro, De no ser por la Melodía de la Muerte, su destino se habría visto cumplido. Por eso los odiaba a los dos profundamente.
Una vez, Kuro quiso jugar con las quintillizas. Ellas estaban afuera del palacio del Dios Dragón, pateando una pelota. Kuro se dirigía para afuera cuando su madre se interpuso en su camino.
—Lindo Kuro, ¿a dónde crees que vas? —Dijo Mona, con las manos en la cintura y expresión ceñuda.
—Quiero jugar con mis hermanas a la pelota. —Contestó él, inquieto. Su madre nunca lo cuestionaba de ese modo.
—No, lo prohíbo. —Sentenció ella, con tono serio.
Kuro quiso hacer lo que le daba la gana, como era usual, y con sus cortas piernas de cinco años intentó pasar al lado de Mona corriendo. Sin mucho esfuerzo, ella lo sujetó, lo cargó, y lo llevó hasta su cuarto, donde corrió el pestillo.
—Ahora estamos encerrados juntos y no puedes ir para ningún lado. —Sonrió ella con expresión retorcida.
—¡Pero yo quiero jugar! —Chilló Kuro, zapateando el suelo con fuerza varias veces.
—¡Puedes jugar con mamá, Lindo Kuro! ¿A qué quieres jugar?
—¡Ya estoy cansado de jugar contigo! ¡Quiero jugar con alguien más! ¡Quiero jugar a la pelota con mis hermanas!
Entonces Mona hizo algo que nunca había hecho. Cargó a Kuro sobre sus piernas, bocabajo, y le asestó un par de nalgadas con la mano desnuda. No fue tan doloroso, fueron un par de golpes rápidos y sin precisión. Sin embargo era la primera vez que él había sido castigado. Lloró sin darse cuenta, y se quedó con la boca abierta, viendo a Mona con esos ojos carmesí llenos de incredulidad.
—¡Lo siento tanto, Lindo Kuro! ¡Mamá lo siente de verdad! ¡Nunca te volveré a golpear, lo prometo! —Dijo Mona con lágrimas en los ojos, abrazándolo casi hasta el punto de asfixiarlo.
La experiencia dejó a Kuro muy confundido, tanto que se lo tuvo que comentar a Jiro la siguiente ocasión en que se escabulló dentro de su cuarto. Desde que Kuro tenía cuatro años, Jiro lo había comenzado a visitar. Mona se había opuesto, pero Jiro se había salido con la suya gracias a su control mental. De nada le servía a ella poder anular la magia, si Jiro la podía manipular sin que ella se diera cuenta.
Por lo general él le ordenaba que diera una vuelta por la ciudad en busca de regalos para su hijo. Así obtenían una hora de tiempo en la que Kuro, sin saber muy bien por qué, sentía que podía respirar más tranquilo. Una hora, esa era la mayor cantidad de tiempo que Mona podía estar apartada de su hijo sin sospechar que estaba siendo manipulada.
—Lo lamento, Kuro. No te puedo dar más tiempo. Tu madre no quiere estar lejos de ti. Creo que ella está a medio camino de ser encantadora y espeluznante. —Concluyó Jiro.
—Me gusta que mi mamá me quiera tanto. Sólo quisiera que me diera mi espacio. ¿Acaso me piensa acompañar cuando nuestro padre me envíe a alguna misión?
—No creo que padre lo permita. —Opinó Jiro con un asomo de tristeza.
—Lo siento. ¿Te hice sentir mal? —Preguntó Kuro con genuina preocupación infantil.
—Claro que no. No es tu culpa que mi poder sea una basura.
—Tu poder no es basura. Lo malo es que requiere mucho tiempo, y padre es muy impaciente. Cuando yo sea el favorito de padre, voy a buscar misiones para ti en las que te puedas lucir, y a Zeferino lo voy a mandar adentro del mar o algo así.
Ambos se rieron hasta revolcarse por el suelo, deleitados por poner en su lugar a su pedante hermano.
...
El mundo cambió para ambos cuando el Dios Dragón del Viento murió.
Intempestivamente, la presencia de Kuro fue requerida a las tres de la mañana. Un miembro de la Guardia Dragón aguardó en la puerta de su cuarto hasta que terminó de vestirse con el traje de príncipe que debía usar delante de su padre. Mona estaba nerviosa, y se sobresaltó cuando el Guardia Dragón no le permitió salir a ella, cogiéndola por el brazo.
—Solamente los hijos del Dios Dragón del Viento han sido llamados. —Declaró el Guardia Dragón.
Mona se quedó atrás con cara de preocupación. El propio Kuro estaba intrigado, nunca había ocurrido algo así.
El Guardia Dragón lo acompañó hasta la puerta de la Sala de Recepción, allí hizo una inclinación, abrió la puerta y se hizo a un lado para que Kuro pudiera pasar. Él entró. Vio a Jiro y a las quintillizas arrodillados frente al trono de oro. A un lado del trono, estaba Zeferino, con una sonrisa aún más pedante de lo usual. Renzo no se veía por ningún lado.
Cuando vio que el trono estaba siendo ocupado por alguien que no era su padre, sintió que el estómago se le revolvió.
—¡HIJO MENOR DEL DIOS DRAGÓN DEL VIENTO, ARRODÍLLATE FRENTE A TU NUEVO AMO! —Rugió el Dios Dragón del Fuego, con una autoridad que era incuestionable.
Kuro se arrodilló. Por alguna razón, le estaba costando respirar. La apariencia del nuevo ocupante del trono era muy diferente del anterior. Era una mujer que tenía el cabello violeta, los ojos eran de color índigo, su piel estaba rodeada por un aura roja y ardiente, tenía cinco pares de alas desplegadas desde su espalda. Kuro había escuchado rumores sobre cómo se veía su padre a punto de combatir, sin embargo nunca había tenido oportunidad de verlo. Esa mujer no era su padre, ¿en dónde estaba?
—¡POCO ANTES DE LA MEDIANOCHE, MI HERMANO, SU PADRE, FUE ASESINADO POR UNA BRUJA CONOCIDA COMO LA MELODÍA DE LA MUERTE!
—¡Imposible! —Exclamó Suki poniéndose de pie.
Una de las alas se batió en dirección a Suki y la tiró de espaldas contra el piso. Masaki a su izquierda, y Nana a su derecha, no sintieron absolutamente nada. Kuro quedó maravillado por la precisión con que esa mujer, ese Dios, controlaba su poder.
—¡NO VINE AQUÍ PARA CONVERSAR, SINO PARA SER ESCUCHADO! ¿ACASO MI HERMANO NO LES ENSEÑÓ EL DEBIDO RESPETO HACIA UN DIOS DRAGÓN? ¡SOY EL DIOS DRAGÓN DEL VIENTO, Y SOLAMENTE VAN A HABLAR CUANDO YO SE LOS PERMITA!
Era doloroso. Ni siquiera cuando Renzo molestaba a su padre, ni siquiera entonces les había hablado tanto. Kuro pudo percibir el sufrimiento en las expresiones de todos sus hermanos y hermanas. Incluso Zeferino, por debajo de su expresión triunfante, tenía que estar más adolorido que los demás porque estaba de pie. Suki ni siquiera intentó incorporarse, se quedó tendida cuan larga era, llorando.
—¡SÓLO UNO ENTRE USTEDES ESTABA PREPARADO PARA LO INESPERADO! ¡SÓLO ZEFERINO HA DEMOSTRADO QUE MERECE ESTAR A MI LADO! ¡ÉL SOLAMENTE NECESITO UNA HORA PARA ENCONTRAR UNA VASIJA DIGNA DE MÍ, Y LLEVÓ A CABO EL RITUAL PARA INVOCAR MI DIVINA PRESENCIA EN ESTE MUNDO! ¡ESPERO QUE USTEDES ME PUEDAN DEMOSTRAR QUE SON DIGNOS DE MÍ!
Esas fueron las últimas palabras del Dios Dragón del Fuego esa noche. Zeferino se adelantó un paso para dirigirse a ellos. Lo único que compartían todos en ese momento era el tormento de haber escuchado hablar a un Dios por tanto tiempo.
—Renzo escapó del castillo aprovechando la confusión. Cuando nuestro amo decida un buen uso para él, enviaré a alguno de ustedes a capturarlo. Ahora que este mundo está bajo la jurisdicción del Dios Dragón del Fuego, lo más probable es que no volveremos a ver a nuestro padre nunca más. A menos que seamos recompensados, tras nuestra muerte, con el ingreso al Mundo de los Dioses, cuyo nombre no debe ser mencionado a la ligera. Melodía de la Muerte es una bruja sin comparación. Tiene ocho años, y con su canto destruyó el cuerpo físico de un Dios. Voy a recabar más información, sobre su persona y sobre el combate que libró con nuestro padre. Hasta entonces deben pensar en maneras de hacerse útiles para nuestro nuevo amo, el Dios Dragón del Fuego.
Con eso Zeferino concluyó su discurso y los despachó. De regresó en su cuarto, Kuro relató todo lo acontecido a su madre.
—¡Ni siquiera sabía que había otros Dioses! ¿Cómo pudo haber sido asesinado por una simple bruja, una niña? Lindo Kuro, ¿que será de nosotros ahora?
—¿A qué te refieres mamá? Nada ha cambiado. No creo que haya mucha diferencia entre un Dios y otro, ¿o sí?
Su madre lo abrazó con mucha fuerza, temblando.
—Espero que tengas razón, Lindo Kuro. No quiero que nada cambie, quiero que sigamos juntos, por siempre. —Mona se puso a darle besos por todo el rostro.
Kuro empezó a preguntarse cómo podía utilizar la llegada del nuevo Dios Dragón para su beneficio. Lo que más deseaba en ese momento, más que nada en el mundo, era visitar la playa con Jiro.
...
Nota de autor (8 de Junio de 2.020)
Mañana regresó a mi trabajo de vendedor. Espero que mi jefe tome todas las medidas necesarias. Por mi parte, haré mi mejor esfuerzo para seguir escribiendo, sobretodo porque ya casi llegamos al final del primer libro. Tal vez no sea esta semana, pero ya estamos cerca.
Esta entrada fue posible gracias a Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp y Kbrem.
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