Memorias de un mago enamorado
Foto original por James Owen |
Capítulo 20: Fuego contra viento
―¡Alto ahí, Vástago del Viento!
El joven de cabello rubio se detuvo en el aire. Estaba empezando a sobrevolar los alrededores de la casa de Melodie cuando había sido llamado de tal modo. Se giró y para su sorpresa vio que alguien se acercaba a él, volando. Era alguien que usaba magia de fuego que brotaba de sus pies, lo que requería de un fino control.
Celestino tenía el cabello rubio cortado de manera irregular, lo que le daba un aspecto más rebelde y peligroso. Ahora medía un metro y ochenta centímetros de altura. Seguía teniendo una complexión entre delgada y atlética. Su cuerpo tenía la apariencia de un Zeferino de dieciocho años. La expresión en sus ojos carmesí era de hartazgo y mal genio.
―Oye, lamento desilusionarte, pero yo no soy al que estás buscando. ―Declaró Celestino con un suspiro.
El mago hizo surgir una bola de fuego de una de sus manos y la arrojó en dirección a Celestino. Él la esquivó flotando hacia un lado. La bola de fuego hizo explosión y Celestino tuvo que lanzar una ráfaga de viento a toda prisa para evitar salir lastimado.
―Eso no fue más que un saludo, Vástago del Viento. ¡Yo soy el Noveno Atahualpa, y te voy a destruir por lo que le hiciste a mi aldea! ¡Me estabas buscando, pues aquí estoy!
Por primera vez, Celestino le prestó verdadera atención a su oponente. No podía tener más de veinte años. Era calvo, brazos musculosos y ocho abdominales marcados. Medía un metro con setenta centímetros. Era de piel morena, nariz achatada y ojos negros. Sólo traía puestos unos pantalones negros: sus pies pequeños se asomaban por debajo.
Celestino se había resignado a que lo confundieran con Zeferino. A menudo se trataba de hechiceros que querían acercarse al Mago Hartwell o al Dios Dragón del Fuego. A veces eran fanáticos de las hazañas de su creador.
En sus cuatro años de existencia, era la primera vez que alguien lo venía a atacar de ese modo. Y lo peor, tan cerca de la casa donde Melodie vivía con su familia.
―Únicamente voy a repetir esto una vez. No soy el llamado Vástago del Viento, sólo soy un Espíritu del Viento que él fabricó. Deja de atacarme, o me voy a defender. ―Intentó sonar conciliador, aunque no pudo ocultar la rabia en su voz.
―A mi no me vengas con el viejo cuento del clon mágico. ¡Prepárate! ―Bramó Atahualpa avanzando.
Celestino construyó un torbellino de viento a su alrededor como defensa. Atahualpa hizo otro tanto con un torbellino de fuego. Los torbellinos se chocaron y las llamas quemaron la camisa de Celestino. Se pudo desprender de esa camisa con el mismo movimiento que utilizó para deshacer su torbellino y repeler las llamas de su persona. Sin embargo, se trataba de una hermosa camisa azul que Melodie !e había regalado en la Navidad pasada. La rabia de Celestino se transformó en ira asesina.
Lanzó una cuchillada de viento con todo el poder que pudo condensar en ese momento. El torbellino de fuego fue partido por la mitad y reveló que no había nadie allí adentro.
Lo siguiente que Celestino sintió fue un puñetazo que descendió verticalmente sobre su rostro.
Atahualpa gritó imitando a un gallo al amanecer.
Al ir cayendo, Celestino comprendió que se había dejado dominar tanto por sus emociones, que había ignorado las advertencias del viento, a las que ahora sí prestaba atención, quizá demasiado tarde.
Cuando los torbellinos se habían cruzado, Atahualpa había creado otra explosión para arrojarse a sí mismo muy alto en el aire, aprovechando el choque para ocultar la visión y audición de Celestino. De haber estado más atento, lo habría percibido al descender y lo habría podido esquivar, quizá.
Era la segunda vez en la vida que Celestino había recibido un golpe en la cara. La bofetada que le había dado Melodie poco después de su nacimiento, había sido una caricia en comparación al magnífico puñetazo de Atahualpa.
Este sujeto no solamente es fuerte, también es astuto, y tiene más experiencia de combate que yo. Pensó Celestino, a punto de perder el conocimiento.
Por pura fuerza de voluntad, se mantuvo consciente. Invocó una oleada de aire debajo de sí mismo para no hacerse daño al caer. Esperaba poder incorporarse a tiempo para alejarse a una distancia razonable de Atahualpa, quien venía cayendo detrás de él, enseñando una sonrisa victoriosa, una bola de fuego comenzando a formarse en su mano.
En las lejanas tierras de mi corazón vagabundo,
grita el viento un nombre indecible por estos labios profanos,
que en sello de agonía apagarán mi llanto.
Era una versión sumamente distorsionada de la voz cantante de Melodie. A pesar de ello, se alcanzaba a percibir su voz de sirena, tan distinta a su usual voz chillona.
Atahualpa sintió que le faltó el aire, como si le hubiesen dado un golpe en el estómago: su corazón se había contraído de manera antinatural. Perdió el equilibrio en el aire y por poco se desmaya. Giró sobre sí mismo, puso las plantas de los pies sobre la calle de cemento y levantó ambos puños en alto, envueltos en llamas.
Aunque Celestino cayó con menos gracia, al menos no se hizo daño.
―El ataque que acabas de recibir fue de nivel tres: puede matar cualquier ser vivo en un área de veinticinco centímetros. No fue más que una millonésima parte de mi poder. Si insistes en pelear, mi próximo hechizo será de nivel cuatro, lo que significa un área de dos metros y medio, lo que resultaría en una muerte instantánea para ti.
Atahualpa inspeccionó con escepticismo a quien así había hablado. Era una adolescente flaca, de cabello negro corto y ojos de color avellana. Un metro y cincuenta y seis centímetros de altura. Vestía un uniforme escolar de camisa blanca y falda a cuadros que le caía por debajo de las rodillas. Tenía una mano detrás de la espalda: ¿ocultaba un objeto, quizá?
Era una versión adulta de un retrato a lápiz que él había atesorado durante años, por lo que no le fue difícil reconocerla.
―¡Melodía de la Muerte! ―Dijo Atahualpa atemorizado.
Bajó los brazos e hizo desaparecer su magia de fuego. No podía jugar con la Asesina de Dioses.
―¿Por qué estás protegiendo a un pedazo de basura como él? Tú mataste a su padre, ¿no deberían ser enemigos? ―Espetó Atahualpa con frustración.
La frustración de Atahualpa se disipó cuando detrás de Melodie vio aparecer a la mujer más hermosa que había conocido en toda su vida. Era ligeramente más alta que Melodie, y muy superior en cualquier otro aspecto físico. Tenía el cabello rubio largo hasta la cintura, liso como el de una muñeca. Sus ojos eran dos esmeraldas brillantes, y su cuerpo de una perfección que el uniforme no podía ocultar. Una mochila colgaba de su espalda.
Atahualpa pensó que parecía esculpida por los mismos dioses.
―Vaya guardaespaldas estás hecho, Celestino. De no ser por Melodie te habrías convertido en un chicharrón. ―Se burló Persea, contoneándose.
―Me tomó por sorpresa. ―Replicó Celestino, frunciendo el ceño hacia Persea.
―¡Claro que no! ¡Mi asalto fue de frente, como un verdadero hombre! ―Protestó Atahualpa.
Melodie se acercó a Celestino y lo miró directo a los ojos, a un palmo de distancia.
―Rompió tu nariz y te dejó un ojo morado. Persea, ¿me puedes dar un aguacate?
―Yo creo que ahora se ve mejor. ―Dijo Persea con mordacidad.
―¡Persea! ―La apremió Melodie, haciendo un gesto demandante con la palma de la mano abierta.
Persea se encogió de hombros y sacó un aguacate de su mochila, que luego depositó sobre la mano de Melodie. Ella removió la cáscara y se lo ofreció a Celestino. Él, con desgano, lo mordió.
―No fue para tanto. ―Él comentó, al tiempo que sus heridas sanaron.
Entonces Melodie se giró hacia Atahualpa, sosteniendo el aguacate.
―Te daré el resto si cooperas con nosotros y respondes nuestras preguntas. ¿Por qué atacaste a Celestino?
―Aparentemente Zeferino destruyó su aldea. Él solía hacer mucho ese tipo de cosas cuando el Dios Dragón del Viento lo mangoneaba. ―Informó Celestino.
El desánimo se asomó en el rostro de Melodie. Por un momento consideró que podría tratarse de una nueva pista sobre el paradero de Zeferino.
―Aguarden un momento. ¿De verdad no eres Zeferino, el Vástago del Viento? ―Inquirió Atahualpa asombrado.
―Te dije que soy un Espíritu del Viento que él fabricó.
―¡Entonces tiene que estar muy cerca, pues eres un Espíritu hecho con mucho detalle. ¡Claro! ¡Alguien le advirtió de mi llegada y por eso huyó! ―Se jactó Atahualpa.
―¡Deja de decir sandeces y presta atención a Melodie! ―Amonestó Persea.
―¿Por qué buscar venganza después de tanto tiempo? Zeferino a cambiado mucho su comportamiento. Ya no es un servidor de ningún Dios Dragón. ―Explicó Melodie entristecida.
―¡Patrañas! ¡Cambiado mi trasero! ¡No sé si lo hizo por órdenes del Dios Dragón, pero definitivamente fue él! ¡La semana pasada asoló mi Aldea con un tornado, con un grado de poder que solamente el Vástago del Viento posee! Seis personas murieron, y la mitad de las casas fueron destruidas. De yo haber estado ahí, le habría dado su merecido. Ojos carmesí, cabello rubio. ¡Tuvo que haber sido él!
―¿Celestino, acaso tú…?
―¡Ni siquiera insinúes nada Per! Tengo mejores cosas que hacer que eso.
―¡No es cierto! Te la pasas holgazaneando y acosando a Melodie.
―¿Se pueden callar los dos? ―Gritó Melodie.
Ella se acercó a Atahualpa y puso una de sus delicadas manos encima de uno de los gruesos hombros de él.
―¿Estás seguro de lo que dices? ¿Es de confianza la persona que te lo contó?
Atahualpa vio preocupación genuina dentro de los ojos avellana. No creyó que lo estuvieran engañando.
―Todos en la Aldea Pielroja concuerdan en la descripción. Algunos incluso tienen vídeos.
―¡Por favor, llévanos a tu Aldea! ¡Celestino puede determinar si realmente se trató de Zeferino o no!
―¡Melodie, tenemos que asistir a nuestra graduación! ―Se quejó Persea.
―Esto es más importante. ―Sentenció Melodie con su voz aguda.
―Tú no tienes que venir Per, esto no es de tu incumbencia.
Los ojos verdes de Persea fueron dos rendijas de rencor.
―Silencio, clon mal hecho. ¡No voy a dejar a Melodie en manos de dos orangutanes!
Melodie le entregó el aguacate a Atahualpa, quien se sintió mucho mejor tras comerlo. Era la primera vez que se topaba con un trío tan interesante. A pesar de estar en medio de una misión de venganza, experimentó la alegría de aquel que, tras haberse sentido solo toda su vida, por fin se encuentra con otros espíritus afines.
―Tengo que ir por algunas cosas que dejé a la vuelta de la esquina, ya regreso. ¡No se preocupen, no voy a escapar! ―Anunció Atahualpa y se fue corriendo sin esperar respuesta.
Celestino se incorporó. Melodie cayó en cuenta de que su torso estaba descubierto y miró para otro lado, sonrojada.
―Mel, lo siento. Me descuide y permití que la camisa que me regalaste fuera destruida.
―Lo importante es que tú estás bien. Voy a traer otra camisa para ti.
Melodie salió corriendo.
Con expresión enamorada, tanto Persea como Celestino la vieron partir.
...
Nota de autor (26 de Junio de 2.020)
La canción de Melodie es un fragmento de Poema para ti escrito por mi novia Melathana.Supongo que la segunda parte de Mago Enamorado tiene un cierto sabor a Naruto: Shippūden por el salto en el tiempo. Ahora tanto Melodie como Persea serán más eficaces en el combate. Desde luego ahora ellas, junto con Celestino, son más maduros, y por lo mismo más emocionales e inestables pues están en ese terrible periodo de la vida que suena a adolecer.
Esta entrada fue posible gracias a Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.
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