ATARDECER
Capítulo 1
Rebelde
“¿Hay algo que desee de comer o
beber, señorita?” Preguntó la azafata con amabilidad,
enseñándome una bandeja con vasos de plástico llenos de jugo de
naranja y mora.
Estiré mi brazo para tomar alguno, con
tan mala suerte que derramé la bandeja completa sobre mi misma. Miré
a la azafata con expresión de impotencia y me quité la chaqueta con
capucha. Tenía una blusa negra de tiras por debajo, por lo que no me
preocupé, y no quería que mi pantalón se manchara
innecesariamente. Ella hizo una mueca de miedo y se alejó de regreso
a la cabina del piloto.
“Me temo que se llevo un buen
susto.” Le comenté a Charlie, mi padre, sentado a mi lado.
“Compórtate Bella, y cúbrete
pronto.” Me ordenó mi querido padre.
“No he hecho nada malo.”
Hablé entre dientes, procurando mantener mi mal genio bajo control,
sin éxito. “Y mi nombre no es Bella, es Isabella Marie Swan.
Puedes llamarme por cualquiera de esos tres nombres o sus posibles
combinaciones, siempre y cuando te ahorres el señorita, gracias.”
El rostro de Charlie mostraba confusión
total. “Lo siento. Te solía llamar así todo el tiempo...”
“Me imagino que sí.”
Murmuré secamente. Por un momento me quede ensimismada observando
los tatuajes que tenía sobre mis antebrazos. Luego busque una
chamarra que tenía en mi mochila de mano y cerré los ojos, dejando
que mi mente divagara.
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Desde que tengo memoria, mis padres han
estado divorciados. Se que no debo ser la única, pero lejos de
consolarme me deprime esa conclusión.
Definitivamente soy una chica
problemática, aunque no creo que haya muchas como yo. Se que las
hay, llegué a tener problemas muy desagradables con algunas, pero
fueron más bien pocas.
Uno de los psicólogos que me analizó
afirmaba que mis comportamientos rebeldes eran producto de mi
frustración a causa de la separación de mis padres, de como las
falencias afectivas me habían convertido en un ser violento y
condicionado a resolver mis conflictos por el uso de la fuerza.
El hecho de que en medio de su
palabrería hubiera algo de cierto no lo eximió de que le diera una
buena patada en la canilla. Como tenía diez años me gané una
semana de suspensión. Hice muchas cosas como esa, y algunas peores,
sin consecuencia alguna, hasta que me sorprendieron haciendo un
graffiti y me hice merecedora a mi primer arresto. Tuve que pasar la
noche en una Inspección de Policía. Estaba tan emocionada que no
pude pegar el ojo en toda la noche. Siempre exageraba la anécdota
con fieros compañeros de celda, en realidad estuve sola.
Cuando tenía tres meses mis padres se
divorciaron.
Soy de signo Escorpio y adoro las papas
fritas.
Renée, mi madre, y yo vivimos un
tiempo con mi abuela, en Downey, California. Fue un infierno, según
Renée. Nos largamos en cuanto Renée recibió su título de
educación y consiguió un trabajo como maestra de guardería en una
escuela local.
Cuando tenía seis años nos mudamos a
Phoenix, Arizona. Noté que si seguía empujando a los abusones una y
otra vez eventualmente desistirían.
La forma de Renée para regañar era
ridícula. Iniciaba marcando mis faltas y terminaba pronosticando el
clima de los próximos tres días.
Crecer fue aprender a cuidarme a mi
misma. La escuela me aburría. Pelear era divertido, pero además me
gustaba leer todo tipo de literatura detectivesca. Mis planes para el
futuro eran ganarme la vida escribiendo y haciendo lo que me viniera
en gana.
Renée se casó con un jugador de las
ligas menores con nombre de imbécil: Phil Dwyer. No me cayó bien
desde el momento en que lo vi. No me gustó su nombre ni tampoco el
hecho de que su matrimonio se realizara en el mes de mi cumpleaños.
Diecisiete. Me odié a mi misma por no haberme acostumbrado para
entonces a la habitual personalidad egoísta de mi madre, pero el
hecho de saber algo no implica que puedas cambiarlo o hacerlo
diferente.
Cuando todavía eran novios, me era
fácil detectar los silencios que gritaban lo aburrida que Renée se
sentía cuando Phil estaba fuera de la ciudad. Sus suspiros chillaban
su deseo de haberse ido con él y no quedarse atascada con su hija en
casa.
Yo no era la única inconforme, pues a
Phil no le hacían gracia mis “desplantes”. El clímax de la
molestia familiar llegó en la noche de bodas cuando Phil me pidió
la clave para el internet Wi–Fi de la casa. No se la quise dar.
Phil me llamó de una forma que yo encuentro particularmente
desagradable, por lo que le di un empellón con todas mis fuerzas y
lo derribé junto con el comedor y cena. Phil se levantó furioso...
“Voy a llamar a la policía,
Isabella.” Gruñó Phil apretando los puños, apenas y
controlando el deseo de golpearme.
“¿No eres capaz de arreglar tus
propias peleas?” Grité yo.
Phil se sacó el celular de un bolsillo
del pantalón y marcó un número lentamente.
“¿Qué está pasando?”
Farfulló Renée entrando a escena, con voz alterada y expresión
desconcertada.
Seguí disparando mis insultos
ponzoñosos hacia Phil, cada uno con un único pensamiento: ¡Atácame!
¡Atácame!
“¿Policía? Quiero reportar una
agresión... Sí se quien fue, fue mi hijastra... Estamos en....”
“¿Phil? ¡No!” Chilló
Renée angustiada. ¿Preocupada por mí? ¿Por lo que dirían los
vecinos? ¿Temerosa de haber fallado como madre?
Yo seguí ladrando y ladrando insultos,
aún cuando Phil colgó, aún cuando Renée me suplicó que me
detuviera. Sólo me detuve cuando dos agentes me sometieron y concluí
que agregar resistencia al arresto no me iba a ayudar.
Phil había ganado sin lanzar ni un
solo puño, y yo había perdido.
Odiaba a los sumisos. Odiaba este mundo
tan complicado.
Deseaba vivir en un mundo más simple y
violento.
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“Isabella, despierta.” Me
llamó Charlie. “Hemos llegado a Port Angeles.”
En piloto automático deje que me
escoltara para bajar del avión. Dos vuelos me habían dejado
agotada. Las alturas no me agradaban mucho que digamos.
“Al menos tienes que llegar al
automóvil antes de quedarte dormida.” Prosiguió Charlie.
“¿Eh?” Mascullé medio
dormida, y me encontré con el abrazo de un solo brazo de mi padre.
No lo retiré, podía disimular mi brusquedad bajo un manto de
cansancio.
Tras acomodarme en
el asiento del pasajero, deje reposar mi cabeza sobre el hombro de
Charlie. Sabía que eso le gustaría. Y después de todo, estaba en
deuda con él. De verdad quería ser una mejor hija. Aunque me
llevaba a vivir a un pequeño pueblo tan diferente de la ciudad a la
que estaba acostumbrada.
Quería cambiar. No
sabía si podría hacerlo.
Me volví a quedar
dormida.
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“La corte llama al Estado VS
Isabella Marie Swan.“ Anunció
el Alguacil.
“Gracioso, tienes que cometer un
crimen para que pronuncien tu nombre correctamente.” Me
burlé en voz baja.
“No es el momento Isabella.”
Regañó Renée. Se retorcía tanto en su silla que era como si
estuviera sentada sobre brasas ardientes.
Llegue a la mesa de
la defensa con una sonrisa. Mi abogado, pagado por el estado, hizo
señas para que borrara la sonrisa de mi cara.
Pude sentir los
ojos de Renée clavados en mi nuca. Eche una ojeada hacía las sillas
de atrás. Renée se había puesto un lindo vestido verde para esta
ocasión. Phil a su lado estaba de saco y corbata, semblante abatido.
“Isabella Marie Swan, se le acusa
de haber violado la sección... – Bla Bla – ...del código penal,
agresión física y verbal.” Expuso
el Juez. Era un hombre que no debía pasar de los treinta, e
inesperadamente candente para trabajar con la ley.
Un alboroto a mis
espaldas hizo que todos volteáramos a mirar. Era Charlie, corbata
desajustada y ofreciendo disculpas a todos (excepto a Phil) por su
tardanza.
“... Veo que un arreglo a sido
discutido.” Prosiguió el
apuesto Juez.
“Así es, su Señoría.”
Confirmó la Fiscal, una mujer bordeando los cuarenta años.
“Abogado Defensor, ¿el acuerdo ha
sido discutido con su cliente?”
Interrogó el Juez.
“Sí, su Señoría.”
“Fiscal, ¿cree usted que 100
horas de servicio comunitario son suficientes teniendo en cuenta que
la acusada cuenta con un antecedente de daño en propiedad ajena?”
Lo curioso era que me seguía pareciendo lindo a pesar de estar en mi
contra.
“El Estado considera que si bien
ambos casos demuestran claramente que la acusada no es una joven
ejemplar, sería excesivamente perjudicial vincular ambos incidentes.
Reconocemos cierta clemencia hacia ella nacida de su situación como
hija de padres divorciados. Y en el supuesto de que la acusada no
aproveche esta oportunidad y vuelva a incurrir en delitos similares
cuando sea mayor de edad, el rango de lo que se le puede acusar será
más amplio.” Tras ese
discurso la Fiscal sorbió un vaso de agua.
“Abogado Defensor, ¿cómo puede
asegurarme de que esto no volverá a suceder?” Insistió
el Juez haciendo un adorable puchero.
Mi Abogado Defensor
dijo algo poco convincente sobre los errores de la juventud. El Juez
le mandó a callar y cerró la carpeta del archivo con el mismo gesto
de la mano.
“Señorita Swan, usted me recuerda
a mi hermana.”
Tardé unos
segundos en comprender que se dirigía a mí, tan embelesada estaba
en mis fantasías. Me quedé mirando al Juez porque no supe que
decir.
“¿Por qué es infeliz, Señorita
Swan? ¿Acaso el Señor Dwyer ha hecho algo para merecer sus
maltratos?”
“No, su Señoría.”
Respondí honestamente.
“¿Comprendes que estos crímenes
son muy serios?”
“Sí, su Señoría.”
Acepté, no tan honestamente.
“¿Estás arrepentida?”
Titubeé.
“No me convence, Señorita Swan.
Quiero sugerir las siguientes modificaciones en el acuerdo. Reduciré
el servicio comunitario a cincuenta horas a cumplirse en el plazo de
un mes. Cuando haya cumplido con dicha cantidad de horas, quiero que
tenga asesoría psicológica durante los siguientes seis meses con
una regularidad de una cita por semana. Jefe Swan, ¿estaría
dispuesto a acompañar a su hija a dichas sesiones?”
“Sí.” La
reacción instantánea de Charlie me hizo sentirme un poco más
amada, a pesar de que no quería aceptarlo.
“Tengo entendido que usted reside
en la localidad de Forks, ¿es correcto?”
Charlie asintió.
“Le presento dos opciones, Jefe
Swan. Puede viajar cada semana hasta Phoenix, en cuyo caso el Estado
se encargará de contratar y costear los servicios de un Psicólogo,
o puede llevarse a su hija a vivir con usted y pagar el Psicólogo
usted. En cualquiera de los casos el profesional contratado deberá
reportarse a mí para confirmar la asistencia y el progreso de...”
“¡Me está quitando a mi hija!”
Intervino Renée con voz desgarrada.
“Silencio.”
Sentenció el Juez, sin alzar la voz pero con tal fuerza de presencia
que Renée se quedó callada en el acto. “Señora Dwyer,
el comportamiento de su hija no es un acto de rebeldía producto de
su unión con el Señor Dwyer. Cualquier cosa que usted haya estado
haciendo con su hija estos últimos diecisiete años, debería dejar
de hacerlo. Les voy a dar quince minutos a usted, a su esposo, al
Jefe Swan y a su hija para que tomen una resolución. No le estoy
quitando a su hija, Señora Dwyer, le estoy dando la oportunidad de
que haga lo mejor por ella. La Corte tomará un descanso de quince
minutos.” Finalizó el Juez
golpeando su martillo.
Cinco minutos
después, Phil y yo guardábamos silencio en un pasillo, alejados el
uno del otro, mientras que Renée y Charlie discutían
acaloradamente.
Diez minutos
después regresamos frente al Juez.
Cinco minutos
después ya no era el problema de Renée.
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Cuando desperté,
tenía puesto el cinturón de seguridad.
“¿Te sientes mejor?”
Preguntó Charlie, a lo que asentí con la cabeza, suprimiendo el
deseo de desatarme la inútil correa. “Isabella,
realmente confió en tu voluntad de cambiar. Sé que puedes lograr
cualquier meta que te propongas, lo único que te hace falta es
proponerte buenas metas. Para incentivar tu responsabilidad, te
compré un carro. Es bueno pero barato. Le pertenecía a Billy.
¿Recuerdas a Billy Black? Quedo discapacitado hace poco y ya no
puede conducir. Solías jugar con sus hijos...”
Me
demoré un poco, pero pude ubicar a los Black en mi memoria.
Recordaba haber peleado con Becky y Rachel, luego hacer recibido una
triste mirada del amigo de mi padre, y nunca haberme encontrado a
ninguna de ellas en mis subsiguientes visitas. Más victimas de mis
encantos. Charlie procuró pasar el impasse
por alto y siguió dando detalles de mi regalo de bienvenida, una
vieja camioneta Chevy. Muy vieja.
Tras un comentario
fortuito sobre el clima, Charlie siguió conduciendo en silencio.
Ninguno de los dos eramos muy dados a la cháchara sin sentido. Esa
era una de las razones por las que me costaba llevarme con Renée. El
clima de Forks no era de mi agrado, pero tendría que acostumbrarme.
Suponía que lo más problemático de manejar para mí, sería la
apacible vida de un pueblo pequeño. Me gustaba perderme en la
multitud de la gente, en lugar de ser reconocida por todos como la
hija del Jefe Swan. Sin embargo, eso no tenía remedio. Tendría que
mantener mi temperamento bajo control. No podía seguir molestándome
por nimiedades. La nueva Isabella Marie Swan sería un ciudadano
modelo entre sus trescientos cincuenta y siete conciudadanos..
Llegamos a la casa.
La camioneta era de un rojo sólido. Charlie me entregó las llaves
para que diera una vuelta de prueba.
“¿Qué te parece?”
Indagó Charlie en cuanto regresé.
“¡La amó!”
Respondí. “Y no lo digo nada más para hacerte sentir
bien. De verdad me gusta. Es ruidosa como los mil demonios, pero la
radio suena aún más fuerte. Gracias por creer en que puedo cuidar
de mi misma y que no necesito moverme en el auto–patrulla de mi
niñera policía.”
“De nada.”
Replicó Charlie con una sonrisa insegura, a lo mejor no estaba
seguro de entender mis palabras. “Dejé tus maletas en
las escaleras hacia tu cuarto.”
“Iré a desempacar. Y es en serio:
me gustó la camioneta.”
Tras organizar mis
cosas rápidamente le escribí un correo electrónico a Renée para
que supiera que habíamos llegado bien. Luego me tendí de espaldas
sobre la cama, incapaz de quedarme dormida, pensando demasiado. Al
día siguiente comenzaría clases en la mitad de Enero. Aunque tenía
eso como excusa para no demostrar un gran desempeñó académico,
quería ponerme al día con mis compañeros. Necesitaba enfocarme en
otras cosas que no fuera partir los dientes de alguien, los estudios
podrían funcionar. Esperaba que los deportes fueran una buena
distracción también. De seguro la hija díscola del Jefe Swan
llamaría mucho la atención, pero no me interesaba tener amigos en
ese momento. Me contentaría con ser la chica solitaria con un pasado
oscuro en busca de redención. De seguro ese trasfondo atraería
chicos lindos, en caso de que los hubiera. Pero a lo mejor tampoco
debía buscar problemas en ese sentido...
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Una gruesa neblina
acompañó la mañana del día siguiente. Elegí un atuendo que me
abrigara del desacostumbrado frío y que ocultara mis preciosos
tatuajes, no pensé que dieran una buena primera impresión a mis
amados pueblerinos.
Desayunamos cereal.
Algo que siempre me había producido tristeza era el estado de la
casa: exactamente igual desde que Renée se fue de ella. Era
penosamente obvio que mi padre aún la amaba.
Conducir dentro de
la neblina fue grandioso, al principio. La sensación de que de un
momento a otro era posible estrellarme me ayudó a distraerme por un
rato, pero eventualmente regresé a pensar en lo que había perdido.
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El último en
despedirse de mí fue Phil.
“Lo siento Isabella.”
“No fue tu culpa Phil. Podrías
haber sido el hombre perfecto y yo me hubiera comportado igual.”
“Tu madre te ama, de verdad.”
“Lo sé.”
Acepté con sinceridad. “Ella no es tan egoísta como le
suelo gritar... La del problema soy yo, Phil. No sé qué está mal
conmigo, intentaré averiguarlo. Cuídala mucho.”
“Y no vuelvas a pelear...”
Phil hizo una cara pensativa, como si recordara algo importante y
agregó: “No mientras tengas otras opciones.”
Nos abrazamos.
Renée no fue capaz
de expresar una palabra coherente, nada más que besos y abrazos.
Besos y abrazos que
yo misma me había arrebatado.
Besos y abrazos.
Nota del Autor
Este es mi Fanfic sobre Crepúsculo que convierte a Isabella en una mujer independiente y más inteligente. El objetivo es volverla racional, por lo que esta historia también estaría inspirada parcialmente por Harry Potter y los Métodos de la Racionalidad.
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