Capítulo 1 Índice Capítulo 3
Memorias de un mago enamorado
Arte original por Kurt Komoda en Flickr |
Capítulo 2: Crimen y castigo
En el séptimo piso de un edificio que funcionaba como escuela, había un salón de clases vacío, excepto por dos estudiantes y un profesor.
En el escritorio estudiantil que estaba más adelante y al centro, frente a la mesa del profesor, estaban sentados una chica y un chico. Ella tenía el cabello rojo, de un tono teñido un poco naranja, era muy delgada y tenía los ojos de color avellana, aunque el color de sus ojos era poco visible por lo rasgados que eran. Él tenía gafas redondas, cabello ensortijado corto del mismo color castaño que sus ojos. Ella se llamaba Melodie, y estaba vacilando entre aceptar que estaba loca o creer que los poderes sobrenaturales eran algo real. Él se llamaba Zeferino, y estaba haciendo su mejor esfuerzo para ignorar la existencia de Melodie.
Ambos habían sido castigados por crear alboroto en los pasillos y escaparse de clases. Les habían entregado notas reportando el incidente, notas que mañana debían llevar firmadas por sus respectivos padres. Normalmente, Melodie habría sufrido la agonía ante la inminente pelea que iba a tener con sus padres, pero ahora le parecía más importante hacer que Zeferino le diera una explicación.
Por suerte para Melodie, el profesor encargado de vigilar a los estudiantes castigados no tenía el deseo de desperdiciar su tiempo, por lo que estaba concentrado en escribir en un computadora portátil; apenas y les echaba un vistazo de vez en cuando para asegurarse que seguían sentados ahí. De hecho, tendría que haberlos puesto en escritorios diferentes y muy apartados entre sí, porque Melodie y Zeferino habían peleado, sin embargo el profesor no quería hacer el esfuerzo de tener que mirar para dos lados diferentes.
—Oye, te llamas Zeferino, ¿verdad? —Cuestionó Melodie susurrando. Había escuchado el nombre del chico cuando el director les había llamado la atención.
El chico se acomodó las gafas y siguió mirando para el lado opuesto a Melodie.
—Oye, puedes volar, ¿verdad? Yo te vi, no lo puedes negar.
Tampoco hubo respuesta en esa ocasión.
Melodie suspiró. Meditó un par de minutos y luego empezó a dibujar en la primera hoja en blanco que encontró en un cuaderno que tomó al azar de su mochila. Zeferino miró de reojo con disimulo, aunque ella aparentó no darse cuenta de ello.
Cuando terminó, dejó el cuaderno abierto de par en par y lo deslizó sutilmente en la dirección de él.
Zeferino echó un vistazo. Había dibujado un garabato de Zeferino con cara de enojado, cargando a Melodie quien tenía una expresión de confusión, con nubes alrededor de ambos para que fuera claro que estaban en el aire. Era un estilo de dibujo simple pero gracioso, por lo que Zefiro tuvo que llevarse una mano a la boca para contener una carcajada. Luego leyó lo que estaba escrito debajo del dibujo.
HECHOS
1. Zeferino me conoce aunque yo no lo conozco a él.
2. Zeferino puede volar.
PREGUNTAS
1. Zeferino es un nombre muy largo, ¿puedo llamarte Zefer?
2. ¿Por qué me salvaste si yo no te agrado?
3. ¿Cómo es que puedes volar?
El chico reaccionó primero con una expresión de enfado, luego de tristeza y por último de resignación. Sacó un lapicero de su propia mochila y escribió debajo de las preguntas de Melodie.
Prometí que me iba a mantener alejado de ti. Rompí mi promesa para salvar tu vida, pero al hacerlo es posible que te haya puesto en otro peligro. Tal vez no sea demasiado tarde, para mantenerte alejada de toda esta locura. Sólo pretende que no me conoces, que nada raro sucedió. Sigue viviendo tu vida, con énfasis en vivir, y nunca vuelvas a pensar en mí.
Antes de responder, Melodie leyó varias veces las líneas escritas por Zeferino.
Tu letra es bastante fea, lamento tener que decírtelo. Sin embargo, tus trazos son gentiles y honestos. Creo que eres una buena persona. Conozco algo de grafología y no creo estar equivocada contigo. Me salvaste la vida y estás preocupado por mi bienestar. Supongo que debería darte las gracias. Pero no puedo pretender que nada ocurrió. Si pudiera hacerlo, si quisiera hacerlo, ya lo estaría haciendo. No quiero que esto suene como una amenaza, pero te prometo que no voy a descansar hasta averiguar la verdad. De lo que escribiste puedo deducir que sí puedo llamarte Zefer y que no te desagrado. Sólo queda una incógnita por resolver.
Al leer esto, Zeferino suspiró. Y un segundo después, un grito atravesó el salón de clases, un aullido inhumano y afilado.
—¿Qué rayos fue eso? —Inquirió Melodie sin poder disimular un escalofrío.
—La señal de que ya tomé la decisión más estúpida que podría haber tomado, ¡vayámonos! —Exclamó Zeferino.
Él la tomó de la mano, y salió corriendo directamente hacia el pasillo. Melodie no tuvo tiempo de tomar su mochila. Echó un vistazo para atrás, esperando que el profesor estuviera asustado por ese grito bestial, o que les fuera a gritar por salir corriendo sin su permiso, sin embargo nada de eso pasó: el profesor nada más siguió ahí sentado, tecleando sobre su computador portátil. como si nada fuera de lo común hubiese pasado y ellos siguieran ahí sentados.
Nada más con correr hacia afuera del salón de clases, Melodie sintió que se estaba ahogando.
—Sigues con tan mal estado físico como siempre, Mel. —Dijo Zeferino, cargando con ella como si fuera su noche de bodas.
Fueron acercándose al muro de contención, en el mismo lugar del cual ella se había lanzado hacía menos de una hora.
Era evidente que Zeferino iba a salir volando por ahí, pero no pudo hacerlo. Frente a ellos, volando, se atravesó una figura que Melodie apenas pudo captar por un segundo, y eso bastó para que ella soltara un alarido de angustia y pavor. No fue más que un segundo, porque Zeferino no perdió tiempo en cambiar de dirección y salir corriendo hacia las escaleras.
—¿Qué demonios es esa cosa? —Chilló Melodie abrazando a Zeferino con fuerza.
—¡Es una Harpía, y no va a descansar hasta que nos ponga las garras encima!
Ella recordaba haber leído sobre las Harpías griegas, aunque una cosa era ver una pequeña ilustración en un costado de una página de un libro, y otra era ver ese cuerpo de águila gigante con la cabeza de la mujer más hermosa que Melodie hubiese visto en su vida, incluso más bella que Persea. Tenía el cabello negro, y sus rasgos eran perfectos, como cincelados por el más hábil artesano, su piel tenía un resplandor que recordaba la cerámica y sus ojos eran azules como el mar. Ni siquiera la expresión de odio de la Harpía podía afear su rostro, ni siquiera la consideró fea cuando volvió a abrir la boca y produjo ese grito vociferante que la hizo temblar hasta los huesos.
Melodie volvió a escuchar el viento arremolinándose a su alrededor, y se dio cuenta que Zeferino estaba volando de nuevo. Iban volando justo en la trayectoria de un grupo de estudiantes que estaban saliendo de un salón de clases.
—¡Zefer! —Gritó Melodie, preparándose para recibir el golpe.
No hubo colisión. Melodie, en los brazos de Zeferino, atravesó a los estudiantes como si no estuvieran ahí. Pasó a través de ellos. Fue una sensación extraña, como si el cuerpo de aquellos estudiantes estuvieran compuestos de agua en vez de carne y huesos.
Miró para atrás, y vio que la Harpía también cruzó por los estudiantes como si fuera un fantasma. ¿Acaso Melodie y Zeferino habían muerto al escuchar el grito de la Harpía y ahora todos estaba en un plano diferente de la existencia? No tuvo tiempo para más reflexiones lúgubres, porque Zeferino bajó por las escaleras volando y pasó por encima del muro de contención del sexto piso. Pero en lugar de ascender hacia las nubes como Melodie había esperado, Zeferino y ella se lanzaron hacia abajo, directo a la carretera y los automóviles que la transitaban. Se iban a chocar contra el costado de un autobús, cuando Zeferino cambió la trayectoria en el último segundo: con un giro muy hábil, los dos entraron al autobús por la puerta lateral que el resto de pasajeros estaban usando para descender. Melodie pudo oler las galletas de chocolate calientes que una anciana estaba cargando en un recipiente de plástico.
—¡La Harpía sólo me persigue a mí! ¡No te vayas a bajar del autobús! —Ordenó Zeferino, y de inmediato salió del vehículo por el mismo lugar que había entrado.
Melodie corrió hacia una ventana del autobús. Había una mujer ahí sentada.
—Lo siento, ¿podría moverse un poco por favor?
La mujer pareció no escuchar a Melodie, así que ella simplemente se sentó encima y, como lo había imaginado, sus cuerpos no se chocaron, aún si ambas estaban sentadas en el mismo asiento. Melodie se esforzó por ignorar esa imposibilidad, y se concentró en lo que ocurría afuera.
La Harpía perseguía a Zeferino muy de cerca, ella bramando su aullido perforador, él yendo hacia el árbol más grande de la avenida. Las garras de la Harpía se batían sobre Zeferino una y otra vez, y él la esquivó al tiempo que daba un giro tras otro alrededor del árbol. Cuando pareció que la Harpía ya lo iba a alcanzar, el árbol crujió, sincronizado con un movimiento de mano de Zeferino, quien pareció dar una bofetada descendente al aire, y entonces el árbol se rompió por la mitad de su tronco y cayó sobre la Harpía.
El estrépito del árbol al caer, fue rematado por el crujiente aplastamiento de todos los huesos de la Harpía, del cuello para abajo.
Melodie experimentó un mareo; aunque no duró más que un segundo, fue bastante intenso. Y de repente un grito, no tan terrible como el de la Harpía, la hizo brincar de la silla.
—¡Oiga no sea tan atrevida no se me siente encima! —Gritó la mujer sentada al lado de la ventana, que de repente había recuperado su estado corpóreo.
Melodie se disculpó y se puso de pie a toda prisa. Chocando con los demás pasajeros, que se habían puesto de pie para ver el árbol caído, Melodie se dirigió hacia la salida del autobús.
—¡Señorita, usted no pagó el pasaje al abordar!
Melodie se devolvió, tropezando con los pasajeros de nuevo, para llegar hasta el puesto del chófer y le pagó la tarifa, con disculpas añadidas. Luego se movió de nuevo a la salida y tropezó otra vez con la gente y se disculpó otra vez.
Se quedó parada sobre el andén un rato, confundida, hasta que Zeferino llegó hasta donde ella corriendo.
—¡Mel! ¿Estás bien? ¿No te hiciste daño? —Interrogó Zeferino con apremio, respirando con dificultad.
—¿Yo? ¡Yo estoy bien! ¡A mí no me pasó nada! ¿Tú estás bien? Ese monstruo, ¡lo mataste!
—Procura bajar la voz, no queremos que la gente piense cosas raras, tal vez deberíamos irnos a nuestras casas de una vez. A lo mejor no se dan cuenta de que no estamos en la escuela.
Melodie dio un par de pasos sin pensar y luego se detuvo.
—Espera. Dejé mi mochila en el salón de castigos. Tengo que regresar. Además, todavía no quiero ir a mi casa, ¡me debes un montón de explicaciones! —Anunció Melodie con determinación.
—Supongo que tienes razón. En ese caso, espérame aquí, yo traeré nuestras mochilas sin que nadie se de cuenta. —Zeferino declaró tras acomodarse las gafas redondas y suspirar.
Melodie pudo sentir el viento cambiando de dirección, girando alrededor de Zeferino, y luego el chico flotó en el aire y salió disparado como una flecha. La gente no reaccionó, como si solamente Melodie lo pudiera ver.
Definitivamente ella necesitaba respuestas.
...
Sin tocar el suelo en ningún momento, Zeferino llegó al salón donde habían estado castigados. El profesor ya no estaba.
Primero cogió su mochila y luego extendió su mano hacia el cuaderno de Melodie que estaba sobre el escritorio, el mismo en que había hecho un garabato de él volando.
El viento se movió alrededor de Zeferino y movió las hojas del cuaderno. El joven puso cara de sorpresa y miró para todos lados, como esperando un ataque. Tras un minuto, finalmente se relajó. Iba a tomar el cuaderno cuando se fijó en la página en la que había quedado abierto. Una página con una larga nota, que iniciaba con la siguiente frase:
"Mi muerte no es culpa de nadie."
...
Al mediodía, la familia de Melodie estaba almorzando sin ella, lo que era normal, pues ella tenía clases en la tarde y su hermano Fernando no. Frente a la mesa, tenían encendido el Noticiero del Mediodía.
En otras noticias, uno de los casi trescientos árboles gigantes de la ciudad, un samán de casi veinte metros de altura, cayó de repente sobre la carretera. El tránsito del sector Sur de la ciudad experimentó un colapso durante una hora mientras el árbol fue removido, pero por fortuna no hubo víctimas ni pérdidas materiales. Se sospecha que la corteza del árbol fue atacada por hormigas negras.
Fernando era de los que comían sin pensar, no de los que se quedaban con la cuchara a la mitad de camino y la mirada perdida, como Melodie. Ella se esforzaba mucho por querer a sus hijos por igual, sin embargo Melodie era demasiado problemática a veces, y lo último que quería era que Fernando fuera como su hermana.
—Oh, no pasa nada mamá. Sólo me distraje pensando en lo de ese árbol. Se cayó frente a mi escuela, ¿sabes? —Dijo Fernando sonriendo.
—¿No te dio miedo? ¡Yo me habría pegado un buen susto! —Afirmó su padre con tono jocoso.
—¡Claro que no! —Exclamó Fernando y volvió a enfocarse en su comida.
El niño comió rápido, aunque sin ganas. No quería que su mamá se preocupara por él.
Sin embargo, era difícil olvidar ese momento.
Nunca se había sentido más solo en toda su vida, al salir de clases para abordar el autobús de la escuela y encontrarse con eso.
Fernando quería olvidar ese momento, cuando nadie más que él había visto la cabeza de la hermosa mujer que se asomaba por debajo del árbol. Era una criatura tan hermosa, sus cabellos negros, sus ojos azules tan bellos a pesar de estar muertos. Él no sabía por qué había visto a esa mujer tan bella como las princesas de los cuentos de hadas mientras que los demás no, aunque sí estaba seguro de una cosa.
Quien fuera que hubiese matado a la hermosa mujer, sin duda alguna era el peor de los villanos.
...
Capítulo 1 Índice Capítulo 3
Nota del Autor (10 de Mayo de 2.020)
Creo que finalmente puedo decir que tengo un ritmo de escritura. Se siente bastante bien, debo reconocer.
Esta entrada fue posible gracias a Rocio Tou, Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Richard Nole, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.
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Gracias por leer.
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