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martes, 12 de mayo de 2020

Memorias de un mago enamorado 3

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Memorias de un mago enamorado


bola de cristal
Foto original por Jamie Street

Capítulo 3: Consecuencias del olvido


—¿Quién eres? —Le inquirió Melodie al espejo que la reflejaba de pies a cabeza.

¿Acaso los ojos avellana chispearon por un segundo ante esa pregunta, o se lo había imaginado? Melodie se puso los dedos sobre sus párpados y los abrió todo lo que pudo hasta que le empezó a doler. Liberó la presión y sus ojos volvieron a su forma rasgada natural.

No volvió a ver ningún brillo en sus ojos, así que era probable que lo hubiese imaginado. Tal vez.

—¿Quién eres, Melodía de la Muerte?

Había pasado una semana desde que había escuchado ese nombre, y todavía le producía escalofríos.

Había pasado una semana desde que había acompañado a Zeferino a ese extraño lugar, en busca de respuestas, y lo único que había recibido eran más preguntas.

Se pasó una mano por su cabello rojo que ya daba señales de decoloración en las raíces negras. ¿Debía teñirlo de rojo otra vez? ¿Debía regresar paulatinamente a su azabache natural? ¿La haría eso más como la Melodía de la Muerte? ¿Menos Melodie? ¿O la convertiría en quien era verdaderamente?

¿Quién era ella realmente?


...

Una semana atrás, Zeferino la llevó a una tienda que tenía aspecto de vender antigüedades y baratijas.



Tienda del Mago Hartwell

Si puede leer esto eso significa que aquí adentro tenemos lo que usted necesita.


Eso leyó Melodie en el letrero que colgaba en el pomo de la puerta. Dicho pomo parecía estar hecho de oro, era redondo y del tamaño de un puño apretado. Melodie se dijo a sí misma que era imposible que fuera de oro, sin embargo el pomo la contradijo con su reflejo dorado y valioso. La puerta en sí misma parecía ser de madera, roble tal vez. Luego estaba el ventanal, dos metros de ancho por uno de alto. Y dentro del ventanal, varios artículos inusuales: una vela enorme cuya cera era de color rojo y tenía la forma de la cabeza de una persona que estaba gritando, un collar de perlas negras que estaba colgado en el cuello de un maniquí desnudo, ocho bolas de cristal de diversos colores, una armadura de bronce, una armadura de plata, una armadura de oro, una lanza cuyo bastón era blanco y se veía demasiado gruesa y pesada como para ser cargada por una sola persona y su punta era una de llama de metal en movimiento.

—¿Qué es este lugar? —Preguntó Melodie, al tiempo que extendió su mano para coger el pomo de oro.

Zeferino dio un salto hacia Melodie y agarró la mano de ella antes de que pudiera tomar el pomo. Melodie se lo quedó mirando sorprendida, y él se puso colorado en los cachetes. Le soltó la mano, aunque de todos modos la hizo retroceder con un gesto.

—Lo siento, entrar a este lugar es peligroso. —Se disculpó Zeferino.

—¿Entonces por qué me trajiste aquí? —Melodie dijo al tiempo que se sobaba la mano que Zeferino había apretado con fuerza.

—Tengo un amigo que trabaja aquí. Quiero que él me ayude con las explicaciones. Si pronunció algo que no debo pronunciar, podríamos ser atacados por dos Harpías en un instante.

—¿Dos Harpías? ¿Qué? —Exclamó Melodie asustada.

—No estoy seguro de poder vencer dos Harpías sin producir más daño colateral, podrían salir lastimadas personas inocentes. Y aún si puedo vencer a esas dos Harpías, si insisto en romper mi promesa, luego van a aparecer cuatro, y seguirán regresando y multiplicándose hasta que me hayan matado.

—Entonces, ¿me trajiste aquí para decirme que no me puedes decir nada? —La aguda voz de Melodie se hizo aún más aguda.

Zeferino se acomodó las gafas y suspiró.

—Ya es muy tarde para eso. Te conozco Mel, eres curiosa al punto de poner tu vida en riesgo para buscar respuestas. Solamente en compañía de mi amigo será seguro revelarte la verdad.

Mel. Zeferino también me llamó Mel antes, en el salón de castigos. Eso apunta en una sola dirección. Pensó Melodie, experimentando una repentina punzada en el corazón.

La puerta de madera se abrió de repente. Melodie se giró a ver quién la había abierto, y por un segundo creyó que se había abierto sola. Sin embargo no era así, había un orbe de color azul flotando en el aire, parecía estar compuesto de energía a punto de estallar, o que ya estaba explotando o estaba en ebullición, todo a la vez.

Cuando el orbe flotante salió de la tienda, la puerta se cerró de un portazo.

—Melodía de la Muerte y el Vástago del Viento. ¿No creen que hay mejores lugares para tener una cita que aquí? Incluso un edificio en llamas sería mejor que aquí. —Habló el orbe flotante, con la voz de un niño pequeño.

Dos gritos terribles rompieron el saludo del orbe flotante. Melodie alzó la vista al cielo, y vio las dos figuras descender a toda prisa, batiendo sus alas gigantes de águila, con las hermosas bocas abiertas produciendo tan horrendo sonido, tan molesto que en esta ocasión Melodie tuvo que usar sus manos para tapar sus oídos.

Zeferino se tambaleó, pero de inmediato levantó la cabeza desafiante, y dio un brinco en el aire hacia las Harpías.

Melodie sintió una corriente que surgió del orbe hacia las Harpías, que de inmediato se quedaron paralizadas. No había sido un hechizo de hielo ni de viento, no sintió nada por el estilo. Había sido como una fuerza invisible. Ahora las Harpías estaban más quietas que una fotografía.

El orbe flotante y azul suspiró como habría suspirado un niño normal.

—Vástago del Viento, no me viniste a visitar sólo para que resuelva tus problemas, ¿o sí?

—¿Yo? ¡Claro que no! Aunque, ¿podrías hacerme un favor? Mantén paralizadas a esas Harpías hasta que yo muera, ¿por favor? —Respondió Zeferino, pasando su mano derecha sobre su corto cabello rizado y riendo como un idiota sin preocupaciones.

La risa de un niño se sumó a la de Zeferino por dos segundos, y luego se convirtió en un grito de ira.

—¡Escúchame bien, Vástago del Viento! Si crees que voy a limpiar tus problemas como si fuera tu sirviente, ¡estás muy equivocado! Me simpatizas, pero si no me lo explicas todo ahora mismo, voy a soltar estos dos pajarracos sobre ti, ¿está claro? —Al hablar el niño, el orbe se agito de abajo hacia arriba.

Zeferino puso una expresión seria de repente.

—De acuerdo. Tú también presta atención Mel, esto te concierne. Hace un año, Mel hizo un trato con un Dios Dragón.

—¿Qué? ¡Eso es casi tan malo como hacer un trato con Hartwell! Aunque explica por qué has estado tan desanimado por tanto tiempo. —Habló el orbe con voz infantil.

—Exacto, era ligeramente menos malo, por eso Mel acudió a esa entidad. Ella le pidió a ese Dios Dragón que le borrara todos los recuerdos relacionados con su poder mágico, con el objetivo de vivir una vida normal.

Melodie escuchó esta revelación sobre sí misma. De inmediato se le ocurrió la pregunta más evidente.

—Pero, ¿por qué hice yo semejante cosa? ¿Acaso es tan malo tener magia?

—Para ti lo era. Lo cierto es que nos conocimos hace dos años, tres semanas después de tu cumpleaños número once. Te convencí de hacer pareja conmigo para demostrarte que ser una hechicera no era tan malo. Sin embargo hace un año me dijiste que estabas cansada de jugar a la heroína, y me pediste que fuera tu testigo para el pacto que hiciste con ese Dios Dragón. —Explicó Zeferino.

—Tendrías que haberte negado. —Opinó la voz del niño.

Zeferino se encogió de hombros.

—Oye, pero ella aún tiene su magia, ¿verdad? ¿Para qué remover sus recuerdos si todavía puede matar todo lo que hay a ocho kilómetros a la redonda? —Prosiguió la voz del niño con su interrogatorio.

—Mel tenía una compulsión a odiar su propia voz. Ella estaba segura de que aún sin recuerdos, el sentimiento de desprecio hacia su voz no iba a cambiar. —La tristeza en la voz de Zeferino era palpable.

—Zefer, estás hablando de mí ¿verdad? ¿Dices que yo puedo matar a ocho kilómetros a distancia? —Melodie se sintió llena de aprehensión y miedo, como si de repente le hubieran dicho que tenía una bomba amarrada a su cuerpo.

—Eres la bruja más fuerte que he conocido en este mundo. sin contarnos a Hartwell y a mí. —Declaró la voz del niño.

—De hecho, Mel prefiere el término hechicera. A mí me gusta más el de mago, claro está.

—Que detalle tan insignificante. Oye, Vástago del Viento, ¿estás seguro de que ella no va a empezar a cantar de repente? La verdad mantener este hechizo de distorsión sonora es bastante molesto, sobretodo al tiempo que tengo activada mi telepatía para hablar con ustedes, y la telequinesis para mover mi bola de cristal y mantener quietas a las Harpías.

El orbe dejó de brillar de color azul, y pasó a ser una transparente bola de cristal, dentro de la cual se podía ver a un niño de tamaño reducido. Tenía el cabello rojo, al igual que sus ojos.

—Eso está mejor, dos cosas menos por hacer. —Dijo el niño desde adentro de la bola de cristal.

Melodie se había llevado las manos a la boca, no por el niño, sino por el horror que sentía de sí misma.

—Acaso, ¿acaso yo he matado a alguien?

Zeferino y el niño dentro de la bola de cristal intercambiaron una mirada.

—Sólo cuando fue necesario. —Afirmó Zeferino sin vacilación.

—Eso es cuestionable. ¿Qué hay de los rumores de lo que pasó en ese pequeño pueblo de...? —Insinuó el niño.

—¡Asis, no te atrevas a decir el nombre de ese nefasto lugar! ¡Mel siempre se enferma cuando la gente menciona ese lugar! ¡No son más que rumores, ella nunca hubiese hecho algo como eso! ¡Es imposible! —Zeferino no disimuló su enojo.

—Tu fe en una catástrofe ambulante es conmovedora. Entonces, Melodía de la Muerte, ¿alguna otra inquietud? —Inquirió el niño dentro de la bola de cristal al que Zeferino se había referido como Asis.

—Yo... Estoy muy confundida, ahora mismo. Ni siquiera sé si quiero recuperar mis recuerdos.

—Yo tampoco estoy seguro de que eso sea lo más sensato. Vástago del Viento, ¿por qué rompiste tu promesa? Sueles actuar sin pensar, pero esto parece más un acto de estupidez.

—No tuve otra opción. —Dijo Zeferino, procediendo a sacar una hoja de papel doblada de su bolsillo. La desdobló, y sopló sobre ella. La hoja se fue meciendo gentilmente hasta que llegó frente a la bola de cristal, en cuyo momento se quedó paralizada y se alisó como si estuviera hecha de plástico en vez de papel.

Melodie reconoció la nota de suicidio que había escrito en su cuaderno de Literatura.

—Ya veo. Supongo que desde tu perspectiva no tuviste opción. Eso significa que durante un año la has estado vigilando de cerca para ver si le pasaba algo. Vaya acosador. —Se mofó Asis.

—¡No soy ningún acosador ni me la pasó espiando cuando se está bañando! Nada más le ordené al viento que me diera un aviso si ella corría peligro, eso es todo. —Zeferino se veía bastante colorado.

Melodie captó ciertas implicaciones que la hicieron perder el control que tanto se había esforzado por mantener. Con largas zancadas, se acercó hacia la hoja paralizada frente a la bola de cristal y le puso los dedos encima. La intentó jalar pero la hoja no se movió ni un milímetro.

—Esto es privado. Dámelo. —Dijo Melodie con dureza.

La hoja se aflojó y Melodie la pudo arrugar entre sus dedos. Luego procedió a romperla en pequeños trocitos. Después le dio la espalda a la Tienda del Mago Hartwell y se alejó caminando. Cuando Zeferino hizo ademán de que la iba acompañar, Melodie lo empujó con ambas manos, haciendo que retrocediera.

—¡Aléjate de mí! —Exclamó Melodie furiosa.

—¡Todavía no! ¡Aún no sé por qué rayos intentaste acabar con tu propia vida! Dijiste que borrar tu memoria era la única posibilidad que tenías de ser realmente feliz. ¡No voy a permitir que te quites la vida así no más! —A su pesar, Zeferino tenía lágrimas en sus ojos.

¡Yo no soy la persona que conocías! ¡Yo no quiero ser la persona que conocías! ¡Déjame en paz! —Gritó Melodie, también con lágrimas en sus ojos.

Zeferino la vio partir. Se sintió tentado a usar su magia de viento para impedir que se fuera. Al final no lo hizo, no quería empeorar la situación. Tras un tiempo prudencial, empezó a caminar, cuando de repente sintió que su cuerpo no podía dar ni un solo paso.

—¿A dónde crees que vas, Vástago del Viento? ¿Crees que te puedes ir bien orondo y dejarme encartado con estas Harpías?

—¿No viste lo que acaba de pasar? Sé que tienes el poder para mantener a esas Harpías quietas por el resto de mi vida. Estoy seguro de que he roto mi promesa por lo menos diez veces. Si las dejas ir, se van a multiplicar hasta llegar a ser cien Harpías, por lo menos. Apelo a la bondad de tu corazón. ¿Puedes por favor encargarte de este pequeño problema? —Zeferino procuraba sonar gracioso, aunque no podía ocultar la amargura del todo.

—Serían casi seiscientas, en realidad. ¿Crees que aún tengo bondad dentro de mí tras trabajar con Hartwell? Definitivamente eres un idealista. Sin embargo no tienes de qué preocuparte. Ya se me ocurrió un trato que puede ser para beneficio mutuo.

El pomo de oro giró por su cuenta y la puerta de madera se abrió. Una pistola salió flotando desde adentro de la tienda y se posó sobre las manos de Zeferino.


...

Al llegar frente a su tienda, el Mago Hartwell se alisó su túnica negra con una mano, poniendo aún más esmero en las partes que tenían las estrellas plateadas bordadas. Con una inclinación de su cabeza, se acomodó el gorro viejo, bombacho y feo .

—Tengo que estar presentable para mi hermosa tienda. —Sentenció con su acostumbrada voz afilada.

Un diminuto trozo de papel en el suelo le llamó la atención. Chasqueó los dedos y otros trozos de papel se levantaron del suelo, y a punta de graciosos brincos se fueron desplazando hacia el primer trozo de papel, hasta combinarse en una hoja de papel que parecía no haber sido rota nunca.

El Mago Hartwell lo recogió del suelo, con sus guantes blancos, y lo leyó.

—¡Vaya! Esto puede servir, ¡nunca se sabe! —Su sonrisa de tiburón fue visible por un momento.

...

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Nota del Autor (12 de Mayo de 2.020)


Las gatas de mis hermanos se la pasan metidas dentro de mi cuartos últimamente. Bueno para la depresión, malo para la concentración.

Esta entrada fue posible gracias a Rocio Tou, Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.


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Gracias por leer.


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