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sábado, 25 de julio de 2020

Memorias de un mago enamorado 23

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Memorias de un mago enamorado


Foto original por Christopher Campbell
Foto original por Christopher Campbell

Capítulo 23: Una muerte inesperada


Abdullah no siempre fue un anciano de rostro cetrino y canas grises cubiertas por un turbante. Alguna vez fue un niño muriendo de hambre, tirado sobre la arena del desierto. Había escapado de su hogar porque se había cansado de los puños de su padre. Había deambulado durante dos días y se le habían agotado los víveres que había sustraído de la cocina familiar. Había equivocado el rumbo y ya no tenía esperanza de hallar el asentamiento nómada al que había querido unirse.

Sin fuerzas para continuar, perdió el conocimiento. Se sorprendió cuando despertó, no tanto por la cadena en su tobillo que lo unía a una pesada bola de metal, sino por el hecho de seguir con vida. Había sido capturado por un grupo que vendía esclavos, y Abdullah les había llamado la atención por su latente talento mágico.

Fue vendido al mejor postor, una y otra vez hasta que dejó de ser joven y cayó en manos del recién aparecido Dios Dragón del Fuego.

A pesar de su condición de esclavo no había tenido una vida tan mala. Había sido una herramienta preciada para todos sus amos, la perfecta calculadora tasadora de maná imposible de engañar. Sin embargo, sus dueños lo vendían cada dos años más o menos, porque les causaba desagrado las prácticas sexuales de Abdullah. Como a muchos esclavos, se le daba un sueldo marginal que él ahorraba escrupulosamente hasta el punto de ser tacaño consigo mismo, todo con tal de tener dinero los fines de semana, el suficiente para pagar una prostituta y emborracharse a gusto. Los Sábados el austero Abdullah desaparecía y era reemplazado por un hombre grosero y violento.

Por mucho, el Dios Dragón de Fuego era su jefe favorito. No solamente porque le había regalado su libertad sin condiciones. La verdad eso apenas y le importaba. No, lo mejor era que su nuevo jefe le había obsequiado cinco mujeres jóvenes y hermosas: sus propias esclavas.

―Trate de no romper todos sus juguetes, señor papá. ―Había dicho el joven Jiro con una sonrisa.

Abdullah no se permitió llorar delante de Jiro. Si bien él las había secuestrado, sólo lo había hecho por indicación del Dragón del Fuego. Sólo lloró cuando estuvo a solas con sus nuevas cinco posesiones, mientras las golpeaba.

Abdullah no estaba dispuesto a morir por su jefe, pues nunca había sido un hombre de acción. Pero dudaba que pudiera conseguir un mejor trabajo, y allí estaba muy cómodo. Tales eran los sentimientos de Abdullah la noche que Melodie destruyó al Mago Hartwell.

La reacción del Dios Dragón del Fuego fue inmediata. Al ser una entidad cósmica compuesta de energía pura, la desaparición de otro ser similar dejó una ausencia en el universo que el Dragón del Fuego pudo sentir dentro de su capullo de carne. Lo que el Dragón del Fuego no pudo prever, fue que con la desaparición del Mago Hartwell, también su Asistente debía ser desterrado.

El conjuro del Asistente que tenía paralizada a las dos Harpías cesó por completo, por lo que las Harpías se fueron multiplicando una y otra vez y partieron en busca de la identidad conocida como Vástago del Viento. Las Harpías eran el castigo dirigido a Zeferino por intentar romper el pacto de Melodie. Por ende, el maná que alimentaba su hechizo de multiplicación provenía directamente del Dragón del Fuego, quien sintió su vasija desmoronarse al ser drenada de toda su magia.

No podía ser asesinado de ese modo, ni siquiera lastimado. Lo que sí podía ocurrir es que su vasija fuese destruida y obligado a abandonar este mundo. El Dragón del Fuego tuvo la certeza de que todo era parte del plan del Mago Hartwell, toda una cadena de acciones enlazadas para llevar a un empate donde ambos iban a desaparecer de este mundo. Hartwell incluso podía obtener una victoria si el resto de sus piezas estaban mejor acomodadas.

Las manipulaciones de Jiro.

El intento de suicidio de Melodie.

La intervención de Zeferino.

Las Harpías paralizadas y liberadas en masa.

Su vasija herida de gravedad, una herida mortal a causa de la gran cantidad de maná que le había sido quitada al mismo tiempo.

El Velo roto, el límite que mantenía los números y creatividad de los seres mágicos bajo control, la medida preventiva del Dragón del Aire, rota por completo.

Hartwell desaparecido de un mundo que ya no lo necesitaba para resistir la influencia de los Dragones, con defensas que pronto construirían.

Melodía de la muerte.

Quizá ya todo estaba perdido.

En ese momento de agonía, el Dios Dragón del Fuego estableció su propio plan de contraataque, cuyo primer paso era mantener su vasija con vida. Por lo que rompió la maldición de Zeferino, así el recién nacido ejército de Harpías se limitó a cincuenta mil.

En ese punto, sin ver mucha diferencia entre Abdullah y el Capitán Jace, extendió su mano hambrienta hacia el que tenía más cerca.

Los femeninos dedos se posaron sobre el arrugado rostro de Abdullah, quien sintió como si lo hubiesen tocado con hierros encendidos.

Luego un calor infernal lo devoró de pies a cabeza cuando los líquidos de su cuerpo fueron evaporados.

Su pene se convirtió en un carbón negro al mismo tiempo que su lengua, un grito ahogado alcanzó a presentirse aunque no a oírse.

Para cuando sus ojos se derritieron ya estaba muerto, cubierto de llamas por todos lados. Esa imagen fue la que con mayor claridad se grabó en la memoria del Capitán Jace.

En un par de segundos, Abdullah dejó de ser un ser humano y se convirtió en cenizas.

El Dios Dragón del Fuego se giró hacia el Capitán Jace, su divino cabello violeta flotaba volátil, sus ojos índigo chispeaban y su cara era una máscara de dolor sagrado. Dominado por un horror mudo, el simple mortal le rogó al universo por una muerte rápida.

―¡QUIERO A MELODÍA DE LA MUERTE Y A TODOS SUS ALIADOS MUERTOS! ¡A TODOS Y CADA UNO, DE INMEDIATO!

El Capitán Jace se meó en sus lujosos pantalones de prestigioso guerrero. Se levantó tambaleante y casi se tropieza en el umbral de la oficina cuando su jefe habló de nuevo.

―¡VOY A SALIR A DEVORAR A TODOS EN ESTA CIUDAD! ¡SI PARA CUANDO TERMINE DE COMER MIS ÓRDENES NO HAN SIDO CUMPLIDAS, USTEDES SEGUIRÁN EN MI MENÚ!

Sin aguardar más, el Capitán Jace salió corriendo, al tiempo que sacó su celular y empezó a escribir un desesperado mensaje para todos los que figuraban en la nómina del Dios Dragón del Fuego:


"El Dios Dragón del Fuego ha decretado que Melodie la Melodía de la Muerte, Celestino el Segundo Vástago del Viento, Blaise el Fabricante, Atahualpa la Llama en la Mano, y Persea la Flor Inmortal deben ser exterminados de inmediato. Divisiones Ocho, Nueve y Diez vayan respectivamente a confrontar a los tres últimos en sus hogares. El resto vamos a donde vive Melodía de la Muerte."


Jace subió a la terraza y sin demora montó su lagarto alado. El resto de su Escuadrón estaba sobrevolando la Torre del Comercio. Él se unió a ellos con unos cuantos aleteos de su montura.

―Capitán Jace, ¿sintió esa perturbación? ¡El Velo se ha roto! ¿Qué vamos a hacer? ―Preguntó Johnson, su Segundo al Mando. También era un Detector, como Abdullah, aunque no igual de hábil.

Su montura se agitó, inquieta por el olor de humedad en los pantalones de su jinete.

Jace sintió un nudo en el pecho. No había sido cercano a Abdullah ni mucho menos. Sólo que su muerte había ocurrido delante de sus ojos. Abdullah nunca había cometido ni un error bajo el servicio del Dragón del Fuego, y este lo había destruido sin razón.

No, no sin razón, no simplemente destruido. El Dios Dragón del Fuego estaba hambriento y se lo comió. Pensó Jace, comprendiendo horrorizado, que el muerto podría haber sido él.

¿Qué le había sucedido al Dragón del Fuego? ¿Acaso había recibido un ataque invisible? ¿El Velo se había roto porque el Dragón del Fuego había sido debilitado, o había sido al revés? ¿Abdullah únicamente había muerto para saciar a su jefe? ¿O estaba enojado con Abdullah por no haber percibido el ataque? ¿O quizá el Dragón del Fuego había decidido que sus servicios ya no eran necesarios, porque los tiempos de las pretensiones y estratagemas habían terminado?

Eso último fue lo que eligió creer el Capitán Jace, porque le permitía creer que aún no era prescindible.

―¿Capitán?

―Estamos en guerra. Debemos dirigirnos de inmediato a enfrentar a Melodía de la Muerte.

A pesar del casco que ocultaba gran parte de su rostro, Jace pudo ver el temor en los ojos de su Escuadrón.

―No se preocupen. Las Divisiones Uno y Dos van con nosotros, junto con la Cuatro, Cinco, Seis y Siete. Probablemente la Señorita Key será la única en pelear. Después de todo, para eliminar a un monstruo hace falta otro monstruo, ¿no es así? ―Bromeó el Capitán Jace.

Sus hombres sonrieron trémulamente. Era la primera vez que Jace intentaba hacer un comentario chistoso con ellos. Se les antojó un indicio claro del final del mundo.

El Capitán Jace y su Escuadrón Dragón se estaban alejando de la Torre del Comercio cuando esta fue partida en dos. Horrorizados, Jace y sus hombres vieron al Dragón del Fuego, perdida para siempre su figura humana en este mundo: ahora era un Dragón de escamas rojas tan grande como un estadio que de un solo bocado se tragó un puñado de personas, y luego siguió y siguió comiendo.

...

Cuando la puerta del cuarto de Persea se abrió, ella estaba despierta y preparada: iluminó al intruso con su celular directo a la cara. Pudo ver claramente los ojos carmesí y el cabello rubio con la poderosa linterna de su móvil.

―¿Celestino? ¿Qué haces aquí a esta hora?

El aludido sonrió y levantó sus manos de forma apaciguadora,

―Lamento mucho venir a estar horas Persea. Se trata de una emergencia.

Ella asintió. Tenía puesto un camisón rosado de tiras que le caía por encima de las rodillas. El recién llegado no pudo contener una mirada de aprobación ante sus largas piernas y los pechos que se insinuaban suculentamente.

Súbitamente, Persea movió su brazo hacia él y le lanzó varias semillas sobre la ropa. Una serie de gruesas enredaderas nacieron de las semillas a velocidad increíble y en un parpadeo inmovilizaron al joven de ojos carmesí, de los pies a la cabeza.

El joven se mostró sorprendido por un momento. Luego sonrió maliciosamente.

―Reconozco que eres más inteligente de lo que pensé. ¿Cómo supiste que no era ese falso Bastardo del Viento?

Persea se llevó la mano hacia su rubio cabello de princesa y lo echó para atrás.

―Porque lo hiciste todo mal, desde el principio. El verdadero Celestino no habría entrado a mi cuarto por la puerta de ser una emergencia. Habría tumbado mi ventana y me habría llevado volando en sus brazos sin preguntar nada. Celestino no me agrada ni un ápice, pero compartimos la misma definición de emergencia: sólo es una emergencia si Melodie está en peligro. Además, él nunca me ha echado ni una mirada lasciva encima. Por último, Celestino siempre me llama Per, nunca Persea.

―Que interesante. ¿Entonces son rivales en el amor? Eso es tierno.

―Te puedes ahorrar tus comentarios, impostor. Lo único que quiero escuchar de tu boca es la razón que tuviste para atacar la Aldea Pielroja, y cualquier información que tengas sobre el paradero de Zeferino.

El llamado impostor se mostró verdaderamente sorprendido.

―Oh, pensé que ya habías descubierto mi identidad, pero me equivoqué. ¿Es porque han pasado cuatro años desde que nos conocimos? ¿O es por qué es la primera vez que observas mi verdadera apariencia? ¿Tan poco significó para ti perder tu virginidad conmigo, Persea?

Los ojos verdes se abrieron de par en par. Los pies descalzos de Persea por poco y no la sostienen.

―¿Camilo?

Demasiado tarde, Persea vio delante de ella un par de siluetas borrosas. Escuchó dos objetos rompiendo el viento que acompañaron a esas siluetas casi invisibles. Y entonces sus dos brazos fueron cortados limpiamente por encima de la altura de sus codos.

Uno de los brazos todavía sostenía el celular cuando rebotó sobre el suelo.

Persea gritó salvajemente y agitó sus muñones patéticamente.

La sangre derramada salpicó el rostro de Jiro.

―Es una lastima, tener que asesinar a una mujer tan hermosa como tú.

...

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Nota de autor (17 de Julio de 2.020)


Creo que aquí se nota la influencia que series como Bleach o Naruto han tenido sobre mí. Me gusta cuando ocurren diversos combates al mismo tiempo y tenemos la oportunidad de ver a los integrantes de un grupo luchar individualmente. Me viene sobretodo a la mente la misión para rescatar a Sasuke, que para mí habría estado mejor si Neji y Chouji hubiesen muerto: creo firmemente que la eliminación de personajes es necesaria en las historias largas. Pero bueno, esa es mi humilde opinión.

Esta entrada fue posible gracias a Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.

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