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sábado, 15 de agosto de 2020

Memorias de un mago enamorado 26

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Memorias de un mago enamorado


Foto original por Julius Drost
Foto original por Julius Drost

Capítulo 26: La novia del Mago


Ella no poseía magia alguna, no era más que una persona ordinaria que llegó a la Tienda y no vio nada en la vitrina excepto a su dueño.

―Bienvenida, hermosa mujer. Dime, ¿qué es lo que ves en el mostrador? ¿Son muchas cosas o una sola? Sea lo que sea, está al alcance de tu mano, por el precio adecuado, desde luego. ―Saludó el Mago Hartwell, abriendo la puerta de su tienda.

La joven miró perpleja al hombre de gorro feo y túnica negra cuyo rostro no podía ver con claridad.

―Yo… La verdad no veo nada adentro, señor, creo que su Tienda está vacía. Disculpe, ¿quién es usted? Y otra cosa, ¿cómo llegué aquí? Le confieso que no se dónde estoy.

El Mago Hartwell se mostró perplejo, una expresión que mostraba por primera vez en ese mundo. Su disfraz de humanidad se rompió por un momento: la túnica y el gorro cayeron al suelo, y la luz que emitió estuvo a punto de dejar ciega a la mujer.

Recuperó la concentración rápidamente. El gorro y la túnica negra volvieron a cubrir a la figura humanoide.

―Lo siento, espero no haberte asustado, ―Se disculpó el Mago Hartwell, también era la primera vez que lo hacía sinceramente en este mundo.

Ella dio un paso hacia él, con una mano levantada, con dedos curiosos.

La túnica se retorció, los brazos se volvieron demasiado musculosos por un instante, para luego hacerse muy delgados: se asomaron por sus mangas un par de patas verdes con espinas, como de mantis religiosa.

Aunque la mujer titubeó, siguió adelante hasta asir la túnica. La apretó firmemente y se la quitó al Mago Hartwell de un tirón. Todo lo que quedó fue un ser de energía y luz con un feo gorro por encima de su parte superior que no podía simplemente catalogarse bajo el concepto de “cabeza.”

―Eres hermoso. No, no puedo creer que exista alguien como tú. ¿Acaso eres Dios? ―Preguntó ella con reverencia en su voz.

Sin parar su avance, la mujer le quitó el gorro y lo dejó caer al suelo.

―Vaya, en serio que eres avezada. Esas protecciones están sobre mí por una razón importante, ¿sabes? La mayoría de personas se volverían locas tras ver mi verdadera apariencia. Y pensar que ni siquiera eres una de las elegidas, pues no posees ni la marca de los Dragones ni la más mínima magia. No, pequeña, no soy un Dios, y de hecho detesto esa palabra. Sólo los narcisistas se la adjudican. Hasta ahora no he conocido a ninguno digno de ese título.

―Yo, realmente no entiendo lo que estás diciendo.

―Por supuesto que no. Tengo que explicarte algunas cosas para que nuestro trato al menos tenga un asomo de justicia. Sin embargo, antes necesito saber más de ti. Sé lo que quieres, pero no sé por qué rayos querrías algo semejante. ¿Cuál es tu problema? ¿Por qué sientes que el mundo te odia? ¿Qué es aquello que más deseas en el mundo? Sea lo que sea, yo puedo ayudarte.

La mujer, su vista acostumbrándose ya a la luz, expresó la tristeza a través de sus ojos de color avellana.

―Yo, soy intersexual, lo sé desde los doce años. Siento que genéticamente soy un error de la naturaleza. Biológicamente soy más mujer que hombre. Se lo conté a mi novio ayer y de inmediato terminó conmigo. Dijo que no podía estar en una relación con alguien que no podía ser madre, alguien que realmente no era una mujer. La peor parte es que yo también quiero tener hijos, siento la urgencia, el llamado en mi mente, aunque mi cuerpo no sea capaz de hacerlo. ¿Qué clase de retorcido Dios me pondría las ansias para ser madre y no me daría lo necesario para lograrlo? Oh, es cierto, dijiste que no hay Dios.

―Dije que no conocía a ninguno digno de ese título, eso es diferente. Hay seres capaces de hacer milagros, yo incluido, si estás dispuesta a pagar el precio. Puedo ver tu utilidad, vislumbro el curso del camino que lleva a la meta deseada. Normalmente haría todo lo posible para manipularte y salirme con la mía. Claro, tú eres diferente para mí, especial. Y aún así no puedo evitarlo, mi veneno sale de mí como aquella fábula del escorpión y la rana. Por lo que te voy a manipular, y el hecho mismo de informarte de que te estoy manipulando hace parte de mis propósitos. ¿Estás segura de que deseas ser madre? Aún eres joven, apenas y eres un adulto según las leyes de tu país.

―Afirmas no ser un Dios, aunque me ofreces hacer mi deseo realidad. ¿Acaso eres un Diablo?

En ese momento, la mujer cayó en cuenta de que sus ropas se habían deshecho por la luz que emanaba del Mago Hartwell, una luz que era tan poderosa que hacía que todo lo demás se viera oscuro o nulo.

―Confieso que ese mote me encaja demasiado bien. ―Admitió el Mago Hartwell.

Ella abrazó la luz o lo que fuera sin dudar.

―No me importa el precio, confío en ti, aunque no sepa lo que eres, aún si no entiendo lo que eres, aún si dices que no puedo confiar en ti.

―¿Incluso si aquello que vas a crear termina por ser la causa de tu destrucción? No, nada te puede detener. A pesar de no tener poder tienes determinación. Esa es la cualidad que más aprecio en los seres humanos. Supongo que por eso eres la apropiada para mí.

La mujer y el ser de luz, por un tiempo, fueron uno solo. Y lo siguieron siendo, casi todos los días, durante treinta y ocho años.

...

La familia lo consideró un milagro. La comunidad científica reaccionó con escepticismo y lo achacó a un mal diagnóstico por parte del médico que había tratado su caso. Él defendió su praxis hasta que sus colegas le dieron la espalda, fue despedido y su familia lo abandonó. Por último, el médico cometió suicidio.

―Te advertí que habría un precio por pagar. ―Le dijo el Mago Hartwell a la mujer sollozante.

―¿Entonces si es mi culpa? ―Preguntó ella, asombrada a pesar de todo.

―Definitivamente no me enamoré de ti por tu cerebro. Aunque para ser justos, casi todos los mortales me parecen tontos. Para crear una vida que no debía existir, una ya existente debe desaparecer. Y debes saber que esto solamente es el principio, porque la hija de tu hija, quien será mi verdadera heredera, será la causa de muchas más muertes.

―¿Qué? ¿Por qué?

―Porque mi semilla tiene que germinar, porque los eventos que he puesto en movimiento no son adecuados para el tiempo de mi hija pero sí para los de mi nieta, porque estoy dispuesto a sacrificar incluso a mis seres queridos con tal de combatir a los Dragones, porque no me voy a detener aún si me lo pides de buena manera.

―¿Por qué me hablas así? ¡Yo sé que eres buena persona! ¿Por qué quieres que piense mal de ti?

―Ni siquiera soy una persona. No puedo lograr que lo entiendas, o que pienses mal de mí, porque te enloqueciste al ver mi verdadera apariencia. ―Declaró el Mago Hartwell.

―¡No estoy loca, yo me enamoré de ti!

―Es lo mismo. Puedo afirmarlo porque me he enamorado varias veces. Aunque te diga que soy malo, y haga cosas malas, sigues pensando que soy bueno. Claro, el bien y el mal no son más que falacias conceptuales, pero hasta tu protocerebro debería tener la evidencia suficiente para saber que yo no soy de fiar.

Habían pasado seis meses desde que ella había dado a luz. Una vez más, se habían encontrado frente a la Tienda del Mago Hartwell. Él nunca le había permitido entrar. No era como si necesitaran una cama para estar juntos. Ella y su Asistente nunca se habían visto, porque este último no tenía permiso de ver su verdadera apariencia.

―¿Lamentas que nuestra hija no te pueda ver?

―Era algo que ya esperaba.

―Siempre respondes lo mismo. ¿Acaso no lamentas nada?

―Sólo una cosa. Cuando me vaya de este mundo, no podré recordar tu nombre.

―¿Por qué?

―Porque incluso yo debo pagar un precio. Cuando establecí la magia como un mecanismo de defensa para este mundo, me sometí a una clausula: ser incapaz de recordar los nombres de aquellos que no poseyeran magia. Pensé que era un precio aceptable porque nunca pensé que me iba a enamorar, ni jamás vislumbre que la solución final provendría de las entrañas de una persona ordinaria.

―Entonces no niegas que me amas.

―Y eso sí lo entiendes.

...

La abuela de Melodie fue la única que supo cuán especial era al momento de su nacimiento: la había estado esperando, pues era lo que le había anunciado el Mago Hartwell.

―Mi hija quiso esperar hasta tener treinta años para quedar embarazada. Creo que, en el fondo, siempre se ha sentido avergonzada de no saber quién es su padre, y de que yo diera a luz cuando apenas había cumplido los dieciocho años. Que ella piense así, también fue parte de tu plan, ¿no es así?

Estaban frente a la Tienda. La abuela había salido a pasear con Melodie, que estaba empezando a dar sus primeros pasos. El Mago Hartwell la estaba cargando, tenía puesta su túnica negra y su gorro feo, y la apariencia de un fiero minotauro.

―¡Nunca debes cantar, nieta mía! ¿Me entiendes? ¡Si cantas puedes matar a la gente! ¿Entiendes?

La bebé Melodie se río y cogió uno de los cuernos, sacudiendo la cabeza del minotauro, lo que aumentó sus propias carcajadas infantiles.

―Me rindo. No logro que me tenga miedo. Tendrás que estar muy pendiente de Melodie para que no vaya a matar a mi hija y a mi yerno. O a ti. Recomiendo palmadas firmes y gritos incoherentes.

―Te hice una pregunta, querido.

―La respuesta salta a la vista, querida.

―Lo sé, he estado suficiente tiempo contigo como para intuir tus mañas. Lo que me sorprende es tu preocupación por las simples vidas mortales de tu familia. ¿No sería Melodie un arma más efectiva, si estuviera rota? Estoy segura que si ella nos asesina sin querer, eso la hará más inestable e impredecible, y por lo tanto más eficiente contra aquel Dragón que tanto detestas.

El gorro y la túnica cayeron al suelo. Aunque no tenía brazos, el ser de luz siguió cargando a Melodie, cuya reacción fue de alegría.

―Reconozco que te has vuelto más sabia con la edad, querida.

La abuela se acercó y cogió a Melodie entre sus brazos. La niña no pareció muy a gusto con esa decisión, y extendió sus brazos hacia la luz cegadora con dedos demandantes.

―Estoy dispuesta a infundir el miedo en mi nieta, para que no ande cantando por ahí. Pero debes ser consciente, querido, que si intentas ir contra la corriente que tú mismo ayudaste a impulsar, puedes terminar ahogado.

―No me gusta para dónde va esta conversación. ―Dijo el Mago Hartwell, cubriéndose nuevamente con sus prendas.

―Ya he vivido suficiente. Prefiero morir de manera calculada que dejarlo al azar y causar la muerte de mi hija o de su esposo. Y si mi muerte ayuda a derrotar a tu malvado Dragón, mejor aún. En estos últimos años conmigo te has ablandado un poco. Si bien eso reconforta mis sentimientos, de no llevar a cabo tu plan, puede llegar el día en que todo sea destruido por tu momentánea debilidad. ¿Cuándo es el tiempo más óptimo?

El Mago Hartwell, oculto su rostro bajo el feo gorro, sonó triste y pensativo al hablar.

―No serás la única en morir. Sólo tendrás cincuenta y seis años. Y nuestra nieta sufrirá de un modo inconmensurable.

La abuela de Melodie, con su nieta en brazos, se acercó y le puso una mano encima, aplastando el feo gorro sobre él.

―Ahora eres tú quien habla sin sentido. Todo en mensurable, todo es matemático, esas fueron tus palabras. Aún tenemos ocho años, deberíamos disfrutarlos lo más que podamos. Y cuando llegue el momento, salvaremos este mundo juntos, querido.

...

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Nota de autor (8 de Agosto de 2.020)


Otra semana bizarra. Tuve que hablar con un hombre desesperado y suicida cuyo hijo lo había golpeado, creo que ese fue el punto más angustiante de estos últimos días.

Compré un cable VGA para poner en uso mi segundo monitor y la verdad me ha rendido mucho más así. No me voy a comprometer a entregar más de un capítulo por semana, pero sí lo voy a intentar.

Como siempre 2.020 ha estado lleno de eventos grandes, terribles, pero grandes, como dijo Ollivander. Los conmino a todos a seguir con vida, a seguir buscando su luz, y a retroceder nunca rendirse jamás.

Esta entrada fue posible gracias a Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.

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