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sábado, 16 de agosto de 2014

Mi vida y su muerte

libros sobre fibromialgia
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Fue porque el dolor regresó. Era insoportable, en los hombros y el cuello, sobretodo cuando estaba trapeando el piso de la casa, bajo la mirada de halcón de mi madre. “Cuidado con dejarlo a medias,” advierten sus ojos. Ella me vigila desde la cocina mientras preparaba el desayuno para seis personas, yo incluida.

Me sentaba a ver televisión al terminar de trapear, no tanto para ver la telenovela como para descansar. No llevaba sentada ni dos minutos cuando mi padre llegó a molestarme. “Cómo no está haciendo nada, hágame el favor de imprimir unos papeles.” Era el preludio de una labor tras otra, y yo callándome los dolores.


Le arreglaba las uñas a mi madre y hermana, soportando sus comentarios sobre lo floja que era, de que me la pasaba echada en la cama todo el día quejándome sin tener nada. Le ayudaba a mi otro hermano con sus tareas. Si no estaba encima de él todo el tiempo, podían llegar las dos de la mañana y él jugando en el computador. Y las malas notas eran mi culpa, por no ayudar al niño.

Mi madre me pedía ayuda para cocinar el almuerzo. En realidad era yo quien cocinaba las tres comidas, mi madre es la que dictaba el menú; sí lo llegaba a señalar, me ganaba insultos, directos e indirectos. Para ellos era la perezosa, la atrevida y alevosa que siempre causaba incordio, la mentirosa que fingía malestar y cansancio para no hacer nada.

Fue por mi familia y mi dolor que me avoqué tanto a encontrar una cura para mi mal. El primer paso, diagnosticarlo, no fue sencillo. Antes de descubrir que era fibromialgia, un médico pensó que era un trastorno esquizofrénico y otro me receto pastillas para la depresión, que no me curaron y me ganaron más críticas de mi familia, ahora relacionadas con mi salud mental.

Mis padres casi que habían dictaminado no seguir gastando más en tratamientos inservibles para mí, después de todo, yo no era más que la que se encargaba de ayudar en la casa porque era muy bruta para estudiar, según ellos. Nunca tuve la oportunidad, desde que me sacaron en noveno grado para cuidar a mi madre enferma. Y luego que me quedara para colaborar mientras ella se recuperaba, que despachara a mis hermanos, que estuviera pendiente de mi papá. De acuerdo a ellos, fue mi decisión.

Creo que sí fue mi culpa permitirlo; tarde o temprano, cedo ante la presión, al igual que ahora estoy contestando todas sus preguntas, y firmaré esta confesión que me llevará a la cárcel. Sólo quiero que me dejen en paz.

Menos mal, el último médico descubrió que era fibromialgia gracias a una serie de análisis de sangre. Lástima que el tratamiento no funcionó: las inyecciones de cortisona en los puntos blandos tampoco me curaron. El doctor dijo que se debía a los niveles de estrés en mi vida. Que si no disminuían, el dolor se volvería más insoportable. Explicarles a mis padres la situación fue imposible. Se imaginaron que se trataba una vez más de mi deseo de engatusarlos, acusaron al buen doctor de participar en la confabulación y me exigieron que nunca más volviera a discutir el asunto de mi falsa enfermedad.

Por eso me metí en la parte mala de la ciudad: quería que un ladrón me matará. Fue una resolución tonta, ahora lo sé, pero tendría usted que haber sentido mi dolor para comprender porque llegué hasta allí. Estaba dispuesta a morir para que desapareciera el dolor, lo que no pensé es que ese señor quisiera aprovecharse de mí. Cuando me rasgó la blusa me convertí en otra persona. Nunca hubiera pensado que tendría la fuerza para ahorcar a un hombre hasta matarlo. Con mis articulaciones adoloridas, nunca lo hubiera creído posible.


Me dice usted que fue defensa propia y que me guardé mis razones para estar allá. ¿Está seguro de darme ese consejo, oficial? No quiero que se vaya a meter en problemas. Pues usted debe tener la razón, a lo mejor el muerto se lo merecía. Como usted diga entonces, señor oficial. ¿Quiere qué le cuente lo más curioso? Desde que maté… Desde que pasó lo que pasó con ese hombre, los dolores han desaparecido. ¿No es extraño?

Nota del autor


Este cuento es muy curioso, lo escribí para un concurso que trataba sobre la fibromialgia, sin embargo mi relato es demasiado oscuro para ser representante positivo de una enfermedad con tantos detractores. Aunque releerlo me trae buenos recuerdos, lo encuentro macabro y medio tierno a la vez. Hay libros sobre fibromialgia muy interesantes, es curioso que haya leído tantos de ellos para un cuento tan corto, la labor del escritor, o al menos la mía, es básicamente depurar libros gordos en pedazos más pequeños, aunque no menos sustanciosos.


A más rara e inusual la enfermedad, más fácil escribir sobre ella:


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