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miércoles, 15 de mayo de 2019

El jefe


villano
Foto por Rahul Pariharacodu en Unsplash

El 20 de Julio, cuando se celebra la independencia de Colombia, completé un año de trabajo en Dulce Guarapo, la tienda de Don Daniel. Fue un día bastante movido, con muchos clientes y poco tiempo para estar sentado. Sin embargo yo estaba contento, porque al día siguiente iba a tener un aumento de sueldo. Aunque lo diga yo mismo, trabajé con eficacia y honradez, al igual que los otros trescientos sesenta y cuatro días anteriores.

El guarapo en una bebida elaborada con el jugo de la caña de azúcar al ser pasada por un trapiche. Se le añade hielo para que se conserve mejor y zumo de limón al gusto. No es un proceso complicado, aunque pocos pueden presumir de servir entre cien y doscientos vasos al día como lo hacía yo.

El 21 de Julio llegué a mi turno con cinco minutos de antelación, y esperé a que llegara Don Daniel. Siempre insistía para que lo llamara así: no Daniel, ni Don, sino Don Daniel.

—¡Buenos días Don Daniel! —Lo saludé emocionado cuando lo vi llegar.

—¿Por qué tanta felicidad muchacho? ¿Acaso tuviste una conquista anoche? —Inquirió Don Daniel, pasando la lengua entre sus labios y dientes de manera lasciva.

Me esforcé por ignorar su comportamiento, como hacía siempre. No quería que me arruinara un buen día. Me concentré en el aumento del 20% que, finalmente, me iba a permitir presumir de que ganaba un salario mínimo mensual.

—Nada de eso Don Daniel. Es que estoy muy contento porque hoy empiezo a recibir el aumento que usted me prometió.

De inmediato le cambió la expresión al viejo desgraciado: se le contrajeron las arrugas por el desagrado y los ojos se le pusieron vacíos.

—¿De qué aumento hablas muchacho?

El alma se me vino un poco a los pies. Quise creer que se trataba de un olvido genuino, no como cuando prometió una compensación cuando mis ventas diarias fueran grandiosas, compensación que nunca recibí porque Don Daniel jamás especificó cuánto era una venta grandiosa.

—Recuerde Don Daniel, me prometió que tras un año de trabajar para usted, me iba a aumentar el sueldo. Ahora mismo ni siquiera me estoy ganando el mínimo...

—¡Jamás! ¿Cuándo iba yo a decir semejante barbaridad? Habiendo tantas personas desempleadas por ahí, ¿cómo me exige que le aumente el sueldo? ¡Descarado!

Aquí es donde los policías no me quieren creer, donde dicen que mi reacción no pudo haber sido tan exagerada; que a lo mejor alguien me pagó por liquidar al viejo. ¡Como si alguien hubiera estado dispuesto a gastarse una moneda para perjudicar a ese mequetrefe! ¡Es que ellos no se lo tuvieron que aguantar un año entero!

Tener que ver a ese viejo verde comiéndose con la mirada a las chicas y además les susurraba tonterías al oído. Luego me guiñaba el ojo, como si además yo le tuviera que celebrar sus estupideces.

No perdía oportunidad para gritarme. Cuando yo hacía todo bien, se inventaba tareas para mantenerme ocupado.

¡Lo peor era como robaba a los clientes! Mezclando agua al jugo de la caña para hacerlo rendir más, vendiendo productos vencidos, ignorando las más básicas medidas al momento de manipular los alimentos. ¡No usaba tapabocas y se la pasaba hablando todo el tiempo! Con las mismas manos que hundían la basura para que le cupiera más al tarro, ¡iba y trituraba el hielo para que el guarapo tuviera granizado en la superficie! ¡Era un cerdo asqueroso y le hice un favor al mundo cuando lo maté!

No fue un acto premeditado, fue la ira del momento. Cogí el garrote de madera, el que Don Daniel usaba para aporrear el hielo, y le di un fuerte golpe en la cabeza. Aunque me vio venir, Don Daniel no se defendió ni huyó. Siguió gritando, ordenando que me detuviera, que me iba a despedir o meterme a la cárcel. Ese viejo charlatán sólo sabía amenazar. No le presté mucha atención, yo sólo quería que se callara. Después del primer golpe si se quedó bien callado, con los ojos abiertos de par en par, como si no pudiera creer que yo realmente lo había hecho. Aunque yo tampoco me lo acababa de creer, mi paciencia había rebasado el límite en ese momento, por lo que le di un segundo golpe, luego un tercero y ahí perdí la cuenta.

Se me hace tan injusto esta situación. El malo del paseo era Don Daniel, no yo. Solamente quería un trato justo, un sueldo decente para mí, y que los clientes pudieran recibir el mejor guarapo posible. Matar a alguien como Don Daniel no debería ser un crimen, ¿cómo es que yo terminé siendo el villano?

Nota del autor


Este cuento es uno que envié a un concurso de escritura cuya temática eran los villanos, Hasta dónde sé no ganó nada, por lo que decidí compartirlo aquí. Como escritor, lo frecuente es enfrentar rechazos constantes.

No creo que sea un mal cuento, tal vez un poco simple. Está basado ligeramente en mis experiencias como vendedor de guarapo, aunque mi jefe no es tan malo como el del protagonista.

Creo que estoy organizando un poco mejor mi tiempo últimamente. Espero publicar tres entradas de blog semanalmente, al menos ése es el objetivo.

Esta entrada fue posible gracias a Rocio Tou, Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp y Richard

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