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Mi monstruo inicial fue Squirtle, se me hizo lo más apropiado teniendo en cuenta el color del juego y que el Blastoise en la portada se veía bárbaro. Nada sabía yo que los Pokémon tipo agua son los mejores para empezar, no disponía de ninguna revista guía y menos de Internet para decirme qué hacer y qué no, ni siquiera tenía muy en claro eso de las fortalezas y debilidades de unos elementos contra otros; tuve que aprender por puro ensayo y error. Y cometí todos los errores posibles, como derrotar a las Aves legendarias en lugar de capturarlas, tirar objetos importantes y borrar los mejores movimientos de mis Pokémon.
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Tuve que reiniciar mi partida dos veces, decidido a no cometer ningún desacierto, para finalmente vencer a la Cuarta Élite y al Rival, a quien nombré Gary por romanticismo hacia la serie de anime, mismo sentimiento que me llevó a introducir a Butterfree y Pidgeot dentro de mi equipo. No resistí evolucionar mi Pikachu en Raichu porque la diferencia de poder es significativa. Moltres, Articuno y mi fiel compañero Blastoise completaron mi grupo.
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El tener la posibilidad de nombrar a tus Pokémon hace que te encariñes más con ellos. Aunque el juego no te penaliza mucho si recibes un Game Over (perder la mitad de tu dinero no es tan terrible) quedar inconsciente es una cuestión de orgulloso. Mi resultado más glorioso fue terminar el juego con un Game Over. Aún siento una pequeña molestia por no haber sido capaz de culminar el reto Nuzlocke con éxito. ¡Liberar a tus Pokémon es muy duro!
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Las emociones creadas por Pokémon Azul son muchas. Argumentar cada razón por la que es tan bueno para mí sería de nunca acabar. Lo importante al fin y al cabo es que te permite tener tu propia y única aventura.
Con cada generación más Pokémon y enredos son agregados a la saga. Me he desinteresado con tantas complicaciones, a mi parecer, innecesarias. Lo básico y más maravilloso ya estaba desde un principio con el increíble Pokémon Azul.
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