Harry Potter y los Métodos de la Racionalidad
Capítulo 60
El Experimento de
la Prisión Stanford, Parte 10
"Despierta."
Los ojos de Harry se
abrieron a toda prisa pues se despertó con un jadeo asfixiante, un
sacudido inicio para su cuerpo prono. No podía recordar sueño
alguno, tal vez su cerebro había estado demasiado exhausto para
soñar, parecía que acababa de cerrar sus ojos y luego escuchado esa
palabra al momento siguiente.
"Debes
despertar," dijo la voz de Quirinus Quirrell. "Te dí tanto
tiempo como pude, pero sería sabio guardar al menos un uso de tu
Giratiempo. Pronto debemos regresar cuatro horas al Lugar de Mary,
aparentando en toda manera que no hemos hecho nada interesante este
día. Deseaba hablar contigo antes de eso."
Harry lentamente se
sentó en el medio de la oscuridad. Su cuerpo dolía, y no solamente
en los lugares donde había yacido sobre el duro concreto. Las
imágenes se tropezaban unas con otras en su memoria, todo su cerebro
inconsciente había estado demasiado cansado para descartar todo en
una pesadilla propiamente dicha.
Doce terribles
vacíos flotando y descendiendo por un corredor de metal,
deslustrando el metal a su alrededor, luz disminuida y temperatura
cayendo a medida que los vacíos procuraban succionar toda la vida de
éste mundo -
Piel blanca como la
tiza, estirada justo por encima del hueso que había quedado después
de que la grasa y el musculo hubieran desaparecido -
Una puerta de metal
-
La voz de una mujer
-
No, no era mi
intención, por favor no mueras -
Ya no puedo
recordar los nombres de mis hijos -
No te vayas, no
te lo lleves, no no no -
"¿Qué
era ese lugar?" Harry preguntó con voz ronca, con una voz
empujada por fuera de su garganta como agua forzada a través de una
tubería demasiado delgada, en la oscuridad casi sonaba como la rota
voz que había tenido Bellatrix Black. "¿Qué
era ese lugar? ¡Eso no era una prisión, eso era un INFIERNO!"
"¿Infierno?"
comentó la calmada voz del Profesor de Defensa. "¿Te refieres
a la fantasía de castigo Cristiana? Supongo que hay una similitud."
"Cómo
-" La voz de Harry estaba bloqueada, había algo enorme
hospedado en su garganta. "Cómo – cómo pueden ellos -"
Personas
habían construido ese lugar, alguien había hecho
Azkaban, lo habían hecho a propósito,
lo habían hecho deliberadamente,
esa mujer, ella tenía hijos, niños que no recordaría, algún juez
había decidido
que eso le pasara a ella, alguien había necesitado arrastrarla
dentro de esa celda y bloqueado la puerta mientras ella gritaba,
alguien la había alimentado cada día y se había alejado sin
dejarla salir
-
"¿CÓMO
PUEDEN LAS PERSONAS HACER ESO?"
"¿Por qué no
deberían?" replicó el Profesor de Defensa. Una pálida luz
azul iluminaba la bodega, en aquel momento, enseñando un alto,
cavernoso techo de concreto, y un polvoriento piso de concreto; y al
Profesor Quirrell sentándose algo distante de Harry, apoyando su
espalda contra una pared pintada; la pálida luz azul convertía las
paredes en una superficie glaciar, el polvo en el piso en nieve
moteada, y al hombre delante suyo en una escultura de hielo, envuelto
en la oscuridad en las partes cubiertas por su túnica. "¿De
qué uso son los prisioneros de Azkaban para ellos?"
La boca de Harry se
abrió para graznar. Ninguna palabra salió.
Una
débil sonrisa torció los labios del Profesor de Defensa. "Sabe,
Sr. Potter, si Aquel-Que-No-Debe-Ser-Nombrado hubiera llegado a
gobernar sobre la Bretaña Mágica, y construido un lugar como
Azkaban, la habría construido porque disfrutaba ver sufrir a sus
enemigos. Y si en vez de eso él hubiera empezado a encontrar su
sufrimiento desagradable, por la razón que fuera, habría ordenado
que Azkaban fuera destrozada al día siguiente. En cuanto a aquellos
que sí hicieron Azkaban, y aquellos que no la destruyeron, mientras
pregonan sublimes sermones e imaginan que ellos mismos no
son villanos... bueno, Sr. Potter, creo que si tuviera la elección
de tomar té con ellos, o de tomar té con Quien-Usted-Sabe,
encontraría mis sensibilidades menos ofendidas por el Señor
Oscuro."
"No
lo comprendo," Harry dijo, su voz temblaba, había leído sobre
el clásico experimente de la psicología de las prisiones, los
ordinarios estudiantes de universidad que se habían convertido en
sádicos tan pronto como les fue asignado el rol de guardas de
prisión; sólo que ahora él se daba cuenta que el experimento no
había examinado la pregunta correcta, la pregunta que era la más
importante, no habían observado a la gente clave, no los guardas de
prisión sino todos
los demás,
"Realmente no entiendo, Profesor Quirrell, cómo pueden las
personas quedarse ahí y permitir que esto pase, por
qué
el país de Bretaña mágica está haciendo
esto
-" la voz de Harry se detuvo.
Los
ojos del Profesor de Defensa aparecían del mismo color que siempre,
bajo la pálida luz azul, pues la luz era del mismo color que los
irises de Quirinus Quirrell, esas esquirlas de hielo que nunca se
derretían. "Bienvenido, Sr. Potter, a su primer encuentro con
las realidades políticas. ¿Qué tienen las desdichadas criaturas
dentro de Azkaban para ofrecer a cualquier facción? ¿Quién se
beneficiaría de ayudarlas? Un político que abiertamente se aliará
con ellos sería asociado con criminales, con la debilidad, con cosas
desagradables que las personas prefieren no pensar. Alternativamente,
los políticos podrían demostrar su fuerza y crueldad al pedir
sentencias más largas; hacer una muestra de fuerza requiere una
victima a la que puedas aplastar bajo tus pies, después de todo. Y
la población aplaude, porque su instinto es apoyar al ganador."
Una fría y divertida carcajada. "Vera usted, Sr. Potter, nadie
cree que ellos
mismos irán a Azkaban, así que no ven daño para ellos mismos. En
cuanto a lo que hacen a otros... ¿Supongo que alguna vez le
enseñaron que las personas se preocupan por ese tipo de cosas? Es
una mentira, Sr. Potter, a las personas no les importa en lo más
mínimo, y de no ser porque usted tuvo una infancia muy resguardada
ya lo habría notado hace un largo tiempo. Consuélese a sí mismo
con ésto: aquellos que ahora son prisioneros en Azkaban votaron por
los mismos Ministros de Magia que solicitaron que sus celdas se
movieran más cerca de los Dementores. Admito, Sr. Potter, que veo
poca esperanza para la democracia como una forma efectiva de
gobierno, pero admiro la poesía de cómo hace que sus víctimas sean
cómplices en su propia destrucción."
El recientemente
coherente ser de Harry amenazaba con destrozarse en fragmentos otra
vez, las palabras cayendo como martillazos sobre su conciencia,
haciéndolo retroceder, paso a paso, hacia el precipicio donde
acechaba algún basto abismo; y él estaba intentando salvarse a sí
mismo, con alguna ingeniosa replica que pudiera refutar las palabras,
pero la replica no surgía.
El Profesor de
Defensa observó a Harry, su mirada reflejando más curiosidad que
autoridad. "Es muy simple, Sr. Potter, comprender cómo Azkaban
fue construido, y cómo continua siendo. A los hombres les importa lo
que, ellos mismos, esperan sufrir o ganar; y por tanto tiempo han
esperado no repetirlo sobre ellos mismos, que su crueldad y descuido
no tiene limites. Todos los otros magos de éste país no son tan
diferentes por dentro de aquel que juró gobernar sobre ellos,
Quien-Usted-Sabe; lo único que a ellos les hace falta es su poder y
su... franqueza."
Las manos del niño
estaban apretadas en puños tan cerrados que las uñas estaban
cortando sus palmas, si sus dedos eran blancos o su rostro pálido no
se podía ver, pues la reducida luz azul lanzaba hielo o sombra sobre
todo eso. "Usted una vez me ofreció apoyo si mi ambición era
convertirme en el siguiente Señor Oscuro. ¿Es ese el por qué,
Profesor?"
El Profesor de
Defensa inclinó su cabeza, una fina sonrisa sobre sus labios.
"Aprenda todo lo que tengo para enseñarle, Sr. Potter, y con el
tiempo usted dominará éste país. Entonces usted podrá desgarrar
la prisión que la democracia construyó, si encuentra que Azkaban
todavía ofende sus sensibilidades. Le guste o no, Sr. Potter, el día
de hoy usted ha visto que su propia voluntad entra en conflicto con
la voluntad del pueblo de éste país, y que usted no baja la cabeza
y no se rinde ante sus decisiones cuando eso ocurre. Así que para
ellos, lo sepan ellos o no, y sea que usted lo reconozca o no, usted
es su próximo Señor Oscuro."
Bajo la
monocromática luz, imperturbable, tanto el niño como el Profesor de
Defensa parecían estáticas esculturas de hielo, los irises de sus
ojos reducidos a colores similares, viéndose como la misma persona
bajo esa luz.
Harry contempló
directamente aquellos ojos pálidos. Todas las preguntas largamente
suprimidas, las que él se había convencido que ponía en espera
hasta los Idus de Mayo. Eso había sido una mentira, Harry lo sabía
ahora, un auto-engaño, él había guardado silencio por temor de lo
que pudiera escuchar. Y ahora todo salía de sus labios, todo al
mismo tiempo. "En nuestro primer día de clases, usted procuró
convencer a mis compañeros de que yo era un asesino."
"Usted
lo es." Animadamente. "Mas si su pregunta es por qué se
los conté
a ellos, Sr. Potter, la respuesta es que usted hallará que la
ambigüedad es una gran aliada en su camino hacia el poder. De una
señal de Slytherin un día, y contradiga aquella señal con otra de
Gryffindor al día siguiente; y los Slytherins serán capaces de
creer lo que desean, mientras que los Gryffindors discutirán consigo
mismos para apoyarlo también. Siempre y cuando haya incertidumbre,
las personas pueden creer lo que parezca ser para su propia ventaja.
Siempre y cuando usted aparezca fuerte, siempre y cuando parezca
estar ganando, sus instintos les dirán que su ventaja yace con
usted. Camine siempre entre las sombras, y tanto la luz como la
oscuridad lo seguirán."
"Y,"
dijo el niño, su voz controlada, "¿qué quiere obtener usted
de todo esto?"
El
Profesor Quirrell se había apoyado más contra la pared donde se
había sentado, poniendo su cara en las sombras, sus ojos cambiando
del pálido hielo a las rendijas oscuras más propias de su forma de
serpiente. "Deseo que Bretaña se vuelva más fuerte bajo un
líder fuerte; ese es
mi deseo. En cuanto a mis razones para ello," el Profesor
Quirrell sonrió sin alegría, "creo que permanecerán conmigo."
"La sensación
de destrucción que siento alrededor suyo." Las palabras se iban
volviendo más difíciles de pronunciar, pues el tema iba danzando
cada vez más cerca hacia algo terrible y prohibido. "Usted
siempre supo que significaba."
"Tenía
varias suposiciones," comentó el Profesor Quirrell, su
expresión era inescrutable. "Y no revelaré todo lo que deduje.
Pero si te diré por lo menos lo siguiente: es tu
destrucción la que se asoma cuando nos acercamos, no la mía."
Por una vez el
cerebro de Harry se las arregló para marcar esto como una afirmación
cuestionable y una posible mentira, en vez de creer todo lo que había
escuchado. "¿Por qué a veces se convierte en un zombi?"
"Razones
personales," respondió el Profesor Quirrell sin nada de humor
en la voz.
"¿Cuál fue su
motivo ulterior para rescatar a Bellatrix?"
Hubo un breve
silencio, durante el cual Harry procuró con esfuerzo controlar su
respiración, mantenerla estable.
Finalmente el
Profesor de Defensa se encogió de hombros, como si no fuera
importante. "Todo al respecto lo he dicho para usted, Sr.
Potter. Le conté todo lo que necesitaba saber para deducir la
respuesta, de haber sido usted lo suficiente maduro para considerar
de primera esa obvia pregunta. Bellatrix Black era la sirviente más
poderosa del Señor Oscuro, su lealtad era la más confiable; ella
era la única persona con la mayor probabilidad de que se le
entregara alguna parte de las artes ocultas de Slytherin que debieron
ser para usted."
Lentamente la ira
trepó sobre Harry, lenta la cólera, algo terrible empezando a
hervir en su sangre, en unos cuantos momentos él diría algo que no
debería salir de su boca mientras los dos estuvieran a solas en una
bodega abandonada -
"Sin
embargo ella era
inocente," prosiguió el Profesor de Defensa. No estaba
sonriendo. "Y el grado hasta el cual todas sus opciones le
fueron arrebatadas, es tan grande que ella nunca tuvo una oportunidad
de sufrir por sus propios
errores... me resulta aquello excesivo,
Sr. Potter. Si ella no le cuenta nada que pueda usar -" El
Profesor de Defensa volvió a encogerse de hombros ligeramente. "No
consideraré que fue este un día de trabajo desperdiciado."
"Que altruista
de su parte," Harry espetó con frialdad. "Si todos los
magos son por dentro como Quien-Usted-Sabe, ¿es usted una excepción
a eso, entonces?"
Los ojos del
Profesor de Defensa seguían dentro de la sombra, oscuros pozos que
no podían ser penetrados. "Diga que es un capricho, Sr. Potter.
A veces me ha divertido jugar la parte de un héroe. Quien sabe si
Quien-Usted-Sabe afirmaría lo mismo."
Harry abrió su boca
una última vez -
Y descubrió que no
podía hablar, no podía realizar la pregunta final, la última y más
importante cuestión, no podía hacer que salieran las palabras. Aún
cuando rehusarse de ese modo era prohibido para alguien racional,
pues por todo lo que había recitado la Letanía de Tarski o la
Letanía de Gendlin o jurado que todo lo que pudiera ser destruido
por la verdad debería serlo, en ese único momento, no pudo
obligarse a sí mismo a decir su última pregunta en voz alta. A
pesar de saber que estaba pensando de manera incorrecta, aún cuando
se suponía que él debía ser mejor que esto, a pesar de todo no
pudo pronunciarlo.
"Ahora es mi
turno de interrogarte." La espalda del Profesor Quirrell se
separó de la pared glacial pintada de concreto donde se había
apoyado. "Me estaba preguntando, Sr. Potter, si usted tenía
algo para decir sobre el hecho de casi asesinarme y arruinar nuestros
esfuerzos mutuos. Entiendo que una disculpa, en tales casos, es
considerada una señal de respeto. Sin embargo usted no me ha
ofrecido ninguna. ¿Es que acaso no sabe cómo hacerlo, Sr. Potter?"
El tono era calmado,
el silencioso filo tan fino y cortante que te cortaría por la mitad
antes de darte cuenta que te estaban asesinando.
Y Harry simplemente
observó al Profesor de Defensa con ojos fríos que nunca
retrocederían ante nada; ni siquiera ante la muerte, de ahora en
adelante. Ya no estaba en Azkaban, ya no le tenía miedo a la parte
suya que no le tenía miedo a nada; y la sólida piedra preciosa que
era Harry había rotado para enfrentarse al estrés, girando con
suavidad de una faceta a otra, de la luz hacia la oscuridad, del
calor al frio.
¿Una táctica
calculada de su parte, para hacerme sentir culpable, ponerme en una
posición donde me debo subyugar?
¿Emoción
genuina de su parte?
"Ya veo,"
comentó el Profesor Quirrell. "Supongo que eso responde -"
"No,"
lo interrumpió el niño con una helada, compuesta voz, “usted no
va a controlar la conversación tan fácilmente, Profesor. Llegué a
considerables extremos para protegerlo a usted y sacarlo de Azkaban a
salvo, después
de que pensé que usted había intentado asesinar a un oficial de
policía. Eso incluyó encarar a doce Dementores sin un Encantamiento
Patronus. Me pregunto, de haberme disculpado cuando usted lo demandó,
¿habría usted dicho gracias a cambio? ¿O estoy en lo correcto al
pensar que era mi sumisión lo que usted demandaba, y no solamente mi
respeto?"
Hubo una pausa, y
luego la voz del Profesor Quirrell surgió en replica, abiertamente
helada y con peligro que no era velado. "Parece que usted sigue
siendo incapaz de perder, Sr. Potter."
La
oscuridad salió de los ojos de Harry sin tambalear, el propio
Profesor de Defensa reducido a una cosa mortal dentro de ellos. "Oh,
¿y está usted reflexionando
ahora, sobre si usted
debería pretender perder ante mí, y pretender humillarse ante mi
propia ira, con el objetivo de preservar sus propios planes? ¿Acaso
el pensamiento de una calculada y falsa disculpa le cruzó
por su mente?
A mí tampoco, Profesor Quirrell."
El Profesor de
Defensa se rió, bajo y sin humor, más vacío que el vacío entre
las estrellas, tan peligroso como cualquier vacío saturado con
radiación dura. "No, Sr. Potter, usted no ha aprendido su
lección, para nada."
"Pensé
en perder muchas veces, en Azkaban," declaró el niño, su voz
nivelada. "Que yo simplemente debía rendirme, y entregarme a
los Aurores. Perder habría sido la cosa sensata para hacer. Escuché
su voz indicándolo, en mi mente; y lo habría hecho,
si sólo se hubiera tratado de mí. Mas no fui capaz de perderle a
usted."
Hubo silencio,
entonces, por un tiempo; como si ni siquiera el Profesor de Defensa
pudiera pensar del todo en qué responder ante eso.
"Tengo
curiosidad," dijo el Profesor Quirrell al fin. "¿Por qué
cree que debería yo disculparme, precisamente? Le di instrucciones
explicitas en el evento de una pelea. Usted debía estar agachado,
permanecer fuera del camino, lanzar ninguna magia. Usted violó
aquellas instrucciones y arruinó la misión."
"No tomé
decisión alguna," el niño declaró sin alzar la voz, "no
hubo elección, sólo el deseo de que el Auror no tuviera que morir,
y mi Patronus estaba allí. Para que ese deseo nunca ocurriera, usted
debió haberme advertido que podría llegar a hacer una finta usando
la Maldición Asesina. Automáticamente, asumí que si su varita
apuntaba a alguien y pronunciaba Avada Kedavra, es porque usted lo
quiere muerto. ¿No debería ser esa la primera regla de la Seguridad
para las Maldiciones Imperdonables?"
"Las
reglas son para los duelos," contestó el Profesor de Defensa.
Algo de la frialdad había regresado a su voz. "Y los duelos son
un deporte, no una rama de la Batalla Mágica. En un combate real,
una maldición que no puede ser bloqueada y que debe
ser esquivada es una táctica indispensable. Había considerado que
esto era obvio para usted, pero parece ser que juzgué mal su
intelecto."
"También
me parece imprudente," habló el niño, continuando como si el
otro no hubiera dicho nada, "no contarme
nada sobre el hecho de que lanzar cualquier hechizo sobre usted
podría matarnos a ambos. ¿Qué tal si usted hubiera sufrido algún
percance, y yo hubiera intentado un Innervate, o un Encantamiento
Levitador? Esa ignorancia, que usted permitió por propósitos que no
puedo suponer, también jugó parte en esta catástrofe."
Hubo otro silencio.
Los ojos del Profesor de Defensa se volvieron como rendijas, y hubo
una fugaz mirada de confusión sobre su rostro, como si hubiera
encontrado una situación completamente desconocida; y el hombre
prosiguió sin pronunciar palabra.
"Bueno,"
opinó el niño. Sus ojos no se había desviado de los del Profesor
de Defensa. "Ciertamente me arrepiento de haberlo lastimado,
Profesor. Sin embargo no creo que la situación requiera que yo me
subyugue ante usted. Realmente nunca comprendí el concepto de
disculpa, menos aún si aplica a una situación como esta; ¿si usted
cuenta con mi arrepentimiento, mas no mi sumisión, cuenta eso como
decir lo siento?"
Una vez más esa
fría, helada risa, más oscura que el vacío entre las estrellas.
“No
lo sabría," reconoció el Profesor de Defensa, "Yo,
también, nunca entendí el concepto de disculpa. Esa táctica sería
fútil entre nosotros, parece, con los dos siendo conscientes de que
sería una mentira. No hablemos más de ello, entonces. Las deudas se
saldarán entre nosotros a su debido tiempo."
Hubo silencio por un
tiempo.
"Por cierto,"
arguyó el niño. "Hermione Granger nunca habría construido
Azkaban, sin importar quién fuera a ser puesto allí adentro. Y ella
habría muerto antes de lastimar a un inocente. Nada más lo
menciono, ya que usted aseveró que todos los magos son como
Quien-Usted-Sabe por dentro, y eso no es más que una falsedad
pretendiendo ser un simple hecho. Me habría dado cuenta antes de no
haber estado," el niño dejó escapar una breve y siniestra
sonrisa, "estresado."
Los ojos del
Profesor de Defensa estaban medio cerrados, su expresión distante.
"El interior de las personas no siempre es como su exterior, Sr.
Potter. Quizá ella únicamente desea que otros piensen que es una
buena niña. Ella no es capaz de usar el Encantamiento Patronus -"
"Ja,"
interrumpió el niño; su sonrisa parecía más real ahora, más
caliente. "Ella está teniendo problemas exactamente por la
misma razón que yo. Hay suficiente luz dentro de ella como para
destruir Dementores, estoy seguro. Ella no sería capaz de evitar
destruir Dementores, aún a costa de su propia vida..." El niño
se sumió en sus pensamientos, y cuando su voz regresó dijo. "Puede
que yo
no sea tan buena persona, tal vez; pero las personas buenas existen,
y ella es una de ellos."
Con sequedad. "Ella
es joven, y hacer una exhibición de amabilidad le cuesta poco."
Hubo
una pausa ante esto. Entonces el niño habló, "Profesor, tengo
que preguntar, cuando usted ve algo totalmente oscuro y melancólico,
¿no se le ocurre nunca intentar mejorarlo
de algún modo? Por ejemplo, sí, algo sale terriblemente mal en las
cabezas de las personas que los hace pensar que es grandioso torturar
criminales, sin embargo eso no significa que ellos sean
verdaderamente malvados por dentro; y quizá si usted les enseñará
las cosas correctas, les mostrara lo que ellos estaban haciendo mal,
usted podría cambiar -"
El Profesor Quirrell
se rió, entonces, y no con el vacío de antes. "Ah, Sr. Potter,
a veces olvido lo joven que es usted. Sería más fácil cambiar el
color del cielo." Otra carcajada, esta vez más fría. "Y
la razón por la cual es fácil para usted perdonar tales tonterías
y pensar bien de ellos, Sr. Potter, es que usted mismo no ha sido
gravemente herido. Pensará con menos cariño de los idiotas del
común tras la primera intervención de ellos que le cueste a usted
algo querido. Ojalá sean cien Galeones de su propio bolsillo, en vez
de las agonizantes muertes de cientos de extraños." El Profesor
de Defensa estaba sonriendo débilmente. Extrajo un reloj de bolsillo
de entre su túnica, le echó una ojeada. "Partamos ahora, si no
hay nada más para conversar entre nosotros."
"¿No tiene
ninguna pregunta sobre las cosas imposibles que realicé para
sacarnos de Azkaban?"
"No,"
contestó el Profesor de Defensa. "Creo que ya he resuelto la
mayoría de ellas. En cuanto al resto, es muy raro que encuentre a
una persona que no puede descifrar inmediatamente con un solo
vistazo, sea amigo o enemigo. Resolveré los rompecabezas sobre usted
por mi cuenta, a su debido tiempo."
El Profesor de
Defensa se empujó a sí mismo para arriba, apoyándose en la pared
de atrás con ambas manos hasta ponerse de pie, con agilidad aunque
quizá muy despacio. El niño, con menos gracia, hizo lo mismo.
Y el niño espetó
la última y más terrible cuestión que antes había sido incapaz de
pronunciar; como si decirla en voz alta la hiciera real, y como si no
fuera, a estas alturas, nefastamente obvia.
"¿Por qué no
soy como los otros niños de mi edad?"
...
En un camino
apartado del Callejón Diagon, donde restos de basura sin Desvanecer
podían ser vistas amontonadas en los bordes de la calle de ladrillos
y la construcción cuyos lados eran ladrillo blanco, junto con
desperdigados restos de suciedad y otras señales de negligencia, un
mago antiguo y su fénix Aparecieron en existencia.
El mago ya iba a
coger el reloj de arena dentro de su túnica cuando, por habito, sus
ojos saltaron a un espacio al azar entre el camino y la pared, para
memorizarlo -
Y el mago anciano
parpadeo sorprendido; había un pedazo de pergamino en ese lugar.
Una arruga cruzó la
cara de Albus Dumbledore al tiempo que dio un paso hacia adelante y
lo cogió, procediendo a desdoblar el arrugado recorte.
Dentro había una
sola palabra "NO", y nada más.
Lentamente el mago
lo dejó deslizar de entre sus dedos. Ausente se acercó al
pavimento, y recogió el más cercano pedazo de pergamino, que se
veía notablemente similar al que él acababa de tomar; lo tocó con
su varita, y un momento después tenía inscrito la misma palabra
"NO", con la misma escritura, que era la suya propia.
El mago anciano
había planeado regresar tres horas a cuando Harry Potter llegó en
primer lugar al Callejón Diagon. Ya había observado, mediante sus
instrumentos, que el niño dejaba Hogwarts, y eso no podía ser
deshecho (su único intento de engañar a sus propios instrumentos, y
de controlar el Tiempo sin alterar su apariencia para sí mismo,
había terminado con un desastre tal que lo convenció de nunca
procurar semejante truco). Había esperado retirar al niño en el
primer momento posible tras su llegada, y llevarlo a otro lugar
seguro, tal vez no Hogwarts (porque sus instrumentos no habían
mostrado el regreso del niño). Pero ahora -
"¿Una paradoja
si lo retiro inmediatamente después de que él llegue al Callejón
Diagon?" murmuró el mago anciano para sí mismo. "Quizá
ellos no pusieron sus planes en marcha para robar Azkaban, hasta
después de que confirmaron su llegada aquí... o a lo mejor... tal
vez..."
...
Concreto pintado,
piso duro y techo distante, dos figuras encarándose una a la otra
desde lados opuestos. Una entidad vestía la figura de un hombre al
final de sus treinta que ya estaba quedándose calvo, y otra mente
que vestía la forma de un niño de once años de edad con una
cicatriz sobre su frente. Hielo y sombre, pálida luz azul.
"No lo sé,"
admitió el hombre.
El niño se lo quedó
mirando. Y luego dijo, "¿Oh, en serio?"
"De verdad,"
reiteró el hombre. "No sé nada, y de mis suposiciones nada
hablaré. Aún así al menos diré esto -"
...
Nota del
Traductor
Que sorpresa, me tardé más de lo esperado. Igualmente, las dos
semanas que debería tomarme traducir el próximo capítulo podrían
llegar a crecer mágicamente, pero espero con ingenuo optimismo que
no sea ese el caso.
El siguiente episodio involucra muchas teorías de viaje en el
tiempo, lo que será divertido de leer, y una patada en el trasero
para traducir.
Creo que el cinismo de Quirrell es peligrosamente contagioso.
Con sinceridad, les manifiesto mis agradecimientos por su constante
atención, ojalá tengan un día proporcionalmente agradable.
...
Escrito
por Less
Wrong / Eliezer Yudkowsky