Foto por chuttersnap en Unsplash |
Siendo consciente de mi propia soberbia,
teniendo presente mi debilidad e incoherencia,
sigo arrastrando mis pies desnudos,
sobre este camino de afiladas
piedras,
creyendo merecer con mi auto impuesto suplicio,
la recompensa grata de vivir una vida llena con la más pura nada.
Espero con el desespero propio de quien siente merecerlo
todo,
pese a nunca haber luchado por convicción propia por algo.
Creo con la convicción propia de quien sigue al pie de la
letra un contrato,
y opina que tal
cumplimiento debería ser recompensado,
más allá de lo establecido,
sólo por lo bien que se ha portado.
Sigo el camino formado por los errores de aquellos niños
perpetuos,
con forma de adultos,
que fingieron entender todo lo que hacían,
haciéndolo sin
pensarlo,
y continuaron sus vidas sin responsabilizarse por los
resultados.
Finjo ser uno de ellos.
Un perpetuo niño adulto que nunca llegará a ser humano.
Finjo tanto y tan bien como ellos.
Finjo al punto de ya no estar fingiendo.
Pese a todo,
continúo esperando que mi vida cambie,
sólo porque lo he deseado.
Exigiendo con exaltada indignación,
que lo que está mal ahora, esté mucho mejor.
Soy todo lo que he negado,
todo lo que he hecho,
todo lo que nunca haré,
todo lo que he dejado, y lo que jamás dejé.
Soy herencia y soy legado.
Soy todo lo mejor de lo peor que se ha creado.
Soy lo peor de lo mejor del género humano.
Soy el resultado de la negación continua de mi condición de
ser humano.
Soy lo que llaman una nueva generación.
Soy todo, soy nada.
Soy lo que ha quedado.
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