Memorias de un mago enamorado
Foto original por Gábor Molnár |
Capítulo 18: Una batalla perdida
Abdullah había sido contratado después de la partida de Zeferino, por lo que él desconocía que Abdullah era un mago especializado en la detección. Con tan solo un vistazo, el falso padre adoptivo de Jiro supo que no se trataba de su hijo, sino del temido enemigo sobre el cual le habían advertido tantas veces. A pesar de que su poder no servía para el combate, Abdullah era la razón por la que esta base secreta había sido construida de ese modo. Si alguien bajaba sin haber sido reportado por Abdullah, las quintillizas debían asumir de inmediato que se trataba de un enemigo.
Zeferino había decidido ignorar a Abdullah, pues en realidad no sabía si era un mago o no, y pensó que el Anillo de Ojos Negros bastaba para cubrir su identidad. Cuando Abdullah estuvo seguro de que Zeferino ya estaba bajando por el ascensor, marcó una línea especial que solamente comunicaba con la base subterránea.
—Señorita Masaki, aquel que es conocido como Vástago del Viento está bajando por el ascensor. Tiene puesto el Anillo de Ojos Negros y se hizo pasar por el Señorito Jiro.
—Muy bien hecho Abdullah. Lo mejor es que te alejes de aquí todo lo posible. Intenta comunicarte con la Guardia Dragón para que envíen Sanadores lo más pronto posible. No creo que lo podamos vencer sin resultar heridas.
—Como usted ordene, Señorita Masaki.
Abdullah no sentía gran devoción a la causa del Dios Dragón. Para él, solamente se trataba del trabajo mejor pagado que podía aspirar a conseguir, por lo que procuraba ser eficiente.
...
El primer indicio percibido por las bolas de cristal que fueron enviadas a espiar la batalla, fue la presencia de un hombre cuyo cabello gris se asomaba por debajo de su turbante, vestido de frac negro, merodeando por ahí con expresión severa, que no cambió ni siquiera cuando se produjo un terremoto que fue registrado por el Servicio Sismológico.
Varias casas y carreteras fueron destruidas. Doscientos cincuenta mil metros cúbicos de roca y tierra fueron arrojados por el aire. Doce personas murieron, quince resultaron heridas, y mil quedaron sin hogar. El cráter de la explosión midió ciento noventa por noventa metros, con veinte metros de profundidad.
Aunque hubo rumores de un posible ataque terrorista, y decenas de teorías de la conspiración, nunca se supo con certeza cuál fue la causa de la explosión pues, hasta donde todos sabían, en esa zona urbana no había nada de interés particular.
...
Riku y Masaki estaban casi en frente del ascensor, esperando que se abriera para atacar. Más atrás de ellas, detrás de la mesa de madera, Nana, Mory y Suki aguardaban en la retaguardia. Aunque no habían tenido mucho tiempo para prepararse, esas solían ser sus posiciones de combate. Todas tenían el cabello rubio y los ojos carmesí. Masaki era la que más sobresalía por su largo vestido rojo de volantes y su copete al estilo pompadour. Luego Nana y Suki, por usar faldas cortas y blusas de tiras poco apropiadas para niñas de diez años. Riku y Mori, con su armadura ligera y remaches de cuero, parecían las más normales.
Estaban en una base subterránea, tres kilómetros bajo tierra. No lo parecía, pues las paredes eran de sólido concreto y había una excelente iluminación eléctrica.
Aunque no lo hubiesen admitido, las cinco estaban nerviosas, pues estaban a punto de enfrentar a su hermano mayor. Masaki sentía miedo. Riku realmente no deseaba combatir, pero tampoco quería morir. Nana quería ver el deseo más recóndito de Zeferino hecho realidad, incluso si moría en el proceso. Suki quería convertir a su hermano en su esclavo personal, por lo que quería atraparlo con vida. Mori estaba confiada en que podría vencer al Vástago del Viento si se acercaba lo suficiente.
La puerta del ascensor tembló, indicando que ya casi se iba a abrir. Masaki puso una mano encima del hombro de Riku, incrementando el poder de su magia de tierra.
—El ascensor acaba de vibrar un poco más fuerte de lo usual. —Informó Riku.
Eso podría no significar nada, o podría significar que Zeferino tenía algo planeado contra ellas. Lo único que sabían era que él traía una mochila consigo, y eso no reducía para nada la cantidad de objetos mágicos con que las podría atacar. Tenían diversos artilugios sobre ellas para anular diversos tipos de magia, pero no era posible protegerse contra todo. No disponían de tiempo para hablar entre ellas, sólo podían reaccionar y confiar en su trabajo en equipo.
El ascensor se detuvo. Sonó la familiar campanilla. Las puertas se abrieron un par de centímetros, y Riku lanzó un puño de tierra del tamaño de un autobús contra el ascensor. El metal crujió al doblarse, y Riku sintió que había agarrado algo con su ataque.
—¡Lo cogiste! —Exclamó Masaki animada.
Riku no se sumó a su canto de victoria. Ella ya había asesinado gente de ese modo, y no sintió que estuviese crujiendo carnes y huesos. Se sintió como aquella ocasión en que mató a un panadero que estaba cargando un bulto de harina.
El detonador electrónico se activó e hizo que los diez kilos del explosivo plástico C4 fueran detonados. El radio de la explosión habría sido suficiente para destruir un bloque de casas, o un edificio de cinco pisos.
Algunos de sus objetos mágicos redujeron el daño, pero no por completo.
Masaki fue partida en dos a la altura del estómago.
Tanto Riku como Nana perdieron su brazo derecho.
La pierna derecha de Suki fue destrozada por la explosión.
El rostro de Mori quedó desfigurado por completo.
La estructura de la construcción subterránea se tambaleó, y acabó por resquebrajarse cuando un taladro que no era sólido ni gaseoso, sino de plasma, surgió desde la misma tierra y se dirigió directamente hacia las chicas rubias. Dentro de dicho taladro de color verde-transparente, estaba Zeferino, con expresión inmisericorde.
Riku hizo un gesto con la mano izquierda, y el torso de Masaki fue levantado por un pilar de tierra que la arrojó directo hacia Riku. Masaki abrió los ojos carmesí, vio que iba volando hacia su hermana, y se aferró a ella por el cuello. Masaki dio a Riku todo el maná a su disposición, hasta el punto de perder el conocimiento, hasta el punto que hizo gritar a Riku de dolor.
Zeferino intentó dirigirse hacia Riku, sin embargo no era fácil navegar cuando todo se estaba derrumbando a su alrededor.
Otros pilares surgieron y arrojaron a cada una de ellas a los pies de Riku, quien al tener a todas sus hermanas cerca, construyó una bola de tierra para protegerlas a todas. Una bola que pronto adquirió la figura de una armadura.
El taladro mágico que envolvía a Zeferino chocó contra la armadura de tierra que protegía a sus hermanas. La armadura se rompió y por un instante él pudo ver tres pares de ojos carmesí.
Aunque las habilidades de Mori, Nana y Suki funcionaban mejor si podían tocar a su oponente, habían desarrollado sus habilidades hasta el punto que el contacto visual era suficiente como para manifestar su magia.
El estómago de Zeferino se transformó en la cabeza de Melodie, que de inmediato se giró, estiró su cuello y le dio un mordisco tremendo en la entrepierna. Estaba aullando de dolor cuando de repente todo se volvió oscuridad. Zeferino estaba teniendo el pensamiento de que estaba atrapado en una ilusión y que no sabía si la cabeza de Melodie era real, cuando sus pensamientos se vieron interrumpidos por la imagen de su hermana Suki, la creciente sensación de que lo mejor para su hermana más amada era rendirse, dejar que lo mataran.
Sin pensar, Zeferino desarmó una de las capas que constituían su taladro mágico y se cortó su propio estómago. El terrible dolor lo ayudó a romper los encantamientos de sus hermanas. De reojo pudo ver la cabeza sangrante de Melodie cayendo por fuera de su taladro. Él mismo estaba sangrando demasiado, se había producido a sí mismo una herida fatal, pues no había sido un ataque nacido de un cálculo preciso, sino de una reacción animal. Pudo ver una de sus tripas asomándose y la volvió a introducir con una mano.
Al ver más allá, vio que toda la tierra a su alrededor se estaba compactando sobre él, como si fuera un ente vivo que lo quería aplastar. Estaba mareado y con naúseas. Lo único que lo sostenía de pie era su propio maná. No tenía tiempo para hacer otra cosa que mover el taladro sin rumbo con la esperanza de matar a alguna de sus hermanas por casualidad, antes de que terminase de desangrarse por completo.
—Al final, todo es cuestión de suerte, ¿verdad? —Dijo Zeferino para sí mismo.
Con una sonrisa, puso todo el maná que le quedaba en el taladro y lo hizo girar como un loco que no tenía nada que perder.
...
Tras un tiempo prudencial, Abdullah había regresado. Se había rodeado con una capa de maná para pasar desapercibido por los ordinarios, era menos complicado así. Ignoró los chillidos de angustia y los llamados de ayuda, y se concentró en ver alguna señal de vida por parte de las quintillizas.
—¡Explorador Abdullah!
El llamado alzó la vista y vio un Escuadrón de la Guardia Dragón en el aire. Montaban, como era usual, unos lagartos alados que no merecían el nombre ni de dragón bebé. Eran cinco, todos engalanados con las armaduras completas que los cubrían de pies a cabeza. Cuatro de las armaduras eran de color plateado, mientras que una era de color dorado. Cuando descendieron, a esta última fue a la que se dirigió Abdullah.
—Capitán Jace, ha llegado más pronto de lo que esperaba, lo que de seguro complacerá a nuestro amo. Pronto, ayúdenme a encontrar a las quintillizas.
—Haremos lo que podamos, pero si están enterradas muy profundo nada podemos hacer.
Abdullah asintió.
—Por otro lado, si pueden encontrar la confirmación de que el Vástago del Viento está muerto, de seguro nuestro amo los recompensará con mayor generosidad.
Ante esto, los miembros de la Guardia Dragón fueron a inspeccionar el cráter con más ahínco.
Tras cinco minutos, Abdullah comenzó a pensar en la posibilidad de que todos estuvieran muertos. El Dios Dragón del Fuego estaría complacido si el Vástago del Viento no se interponía en su camino, aunque también estaría irritado por la pérdida de algunas de sus fichas más importantes.
Eso estaba hilando la mente de Abdullah cuando vio la tierra moverse a unos metros de él. Aunque se acercó entusiasmado, cuando vio el rostro de Zeferino asomarse, paró en seco. Estuvo a punto de gritar y salir corriendo. Entonces se dio cuenta que tenía los ojos cerrados, que su rostro no solamente estaba gris por la tierra, que ya no respiraba y su cuerpo no emitía magia alguna.
Era la cara de un muerto, que había sido llevado a la superficie por la mano de una armadura fabricada con tierra.
—¡Capitán Jace, aquí!
Detrás del cadáver de Zeferino, surgió Riku. Su brazo derecho estaba cortado por encima de la altura del codo. Ya no estaba sangrando gracias al Collar de Perlas Sagradas que todas portaban en su cuello. Sin embargo, Riku estaba en muy mal estado, al igual que Nana y Suki. A Abdullah se le revolvió el estómago cuando vio a Mori, pues su rostro era un amasijo de carne roja y sus ojos eran dos supuraciones achicharradas. Él se sobrepuso y la cogió de las manos para que pudiera recostarse sobre el suelo.
La última en salir de la armadura fue Masaki. Riku manipuló la armadura, que estaba bastante resquebrajada, para depositar el torso de su hermana con la mayor delicadeza que pudo. Un vistazo le bastó a Abdullah para comprobar que estaba igual de muerta que el Vástago del Viento. Nadie lloró por ella. La única gracia que Abdullah tuvo para con sus restos fue cerrar sus párpados. Esos ojos carmesí, a pesar de la muerte, transmitían un odio espeluznante.
Una vez que el Escuadrón de la Guardia Dragón atendió las heridas más urgentes de las cuatro, Abdullah determinó el curso que más beneficiaría a su amo.
—Capitán Jace, llevé los cadáveres del Vástago del Viento y la Señorita Masaki ante nuestro amo, de seguro él les dará un buen uso. Permita que el resto del Escuadrón sea la escolta de las niñas y yo para llevarnos al palacio en la Ciudad Plateada.
—Me temo que debo hacer algo con ese cuerpo antes de que se lo lleven, pequeños traviesos. —Dijo una sombra que salió desde el mismísimo hoyo excavado por la armadura de tierra.
La sombra adquirió la forma de una túnica negra, con un gorro viejo y bombacho sobre su cabeza.
...
Una de las bolas de cristal que espiaba el cráter, que estaba algo alejada del epicentro, vio algo muy interesante. Una cabeza de cabello negro y ojos avellana, de cuyo cuello surgieron una serie de diminutos tentáculos que la ayudaron a arrastrarse para alejarse del lugar.
La bola de cristal flotó dudosa por un rato, hasta que al final se decidió y siguió el trayecto de la cabeza.
...
Nota de autor (20 de Junio de 2.020)
Espero publicar mañana el capítulo final del primer libro, que espero presentar pronto para descargar. ¿Alguien más está sorprendido por la muerte del protagonista? Yo lo estoy un poco. Yo no lo pensé hasta el capítulo quince, y aunque pueda parecer que ya lo tenía planeado desde el principio, o desde la aparición de Celestino, la verdad es que no.
Esta entrada fue posible gracias a Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp y Kbrem.
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