Memorias de un mago enamorado
Foto original por engin akyurt |
Capítulo 8: Segundo aire
—Torre del Comercio. —Le indicó Melodie al taxista con la voz rota.
El taxista frunció el ceño. Luego fijó su vista hacia adelante y no le dijo ninguna palabra durante el trayecto. Vagamente Melodie notó la falta de cortesía del taxista.
Habían pasado cinco minutos desde que había matado a Zeferino. No tenía deseos de apartarse de su cadáver, pero tenía que ir a rescatar a su hermano. Aunque sus lágrimas ya se habían secado, su mente seguía siendo un lugar turbulento.
Una parte de ella sabía que se dirigía a una nueva trampa. No le importaba morir, siempre y cuando pudiera salvar a Fernando.
En realidad, ella creía que no merecía vivir, no después de lo que acababa de hacer.
...
Kuro lo vio todo mediante una bola de cristal.
Vio a Melodie llevar a Zeferino al séptimo piso como él le había ordenado. Experimento temor cuando vio que iban a realizar una Unión, pero se calmó al comprobar que solamente la hicieron para controlar el daño colateral. De no haberse preocupado por la vida de los inocentes, Kuro no habría tenido oportunidad para vencerlos. Sin embargo se preocupaban por las vidas de otros. Esa había sido la debilidad que Kuro había decidido explotar desde el principio para matarlos a ambos.
La elección de testigos para la Unión lo hizo reírse hasta llorar.
...
Melodie llegó hasta la entrada de la Torre del Comercio. Se quedó ahí parada, esperando, hasta que su celular recibió otro mensaje.
Bien hecho, Melodía de la Muerte. Entra al elevador y sube hasta el piso cuarenta y cuatro. Luego sal al pasillo y ve hacia la derecha hasta el fondo. Sube las escaleras.
De camino al elevador, las personas le dirigieron miradas de desagrado. Por un momento Melodie pensó que todos sabían lo que ella había hecho y la odiaban por eso. Luego se llevó la mano a la cara y lo comprendió: se le había vuelto a caer el tapabocas. Eso le pasaba mucho desde que se juntaba con Zeferino y su magia de viento. Aunque ella siempre había sido torpe y olvidadiza. De hecho el primer día que conoció a Zeferino había dejado su tapabocas en casa y el profesor de Matemáticas le había reñido.
Los recuerdos la hicieron llorar de nuevo. Con la vista borrosa, entró al elevador y apretó el botón con el número cuarenta y cuatro. Una persona que estaba en el elevador se salió de allí cuando Melodie entró, y otros que pensaban entrar decidieron no hacerlo. El personal de limpieza había seguido el rastro de ella y con un spray iban desinfectando por donde ella había pasado.
Cuando la puerta se cerró, Melodie recostó su espalda contra el elevador y se fue deslizando hasta quedar sentada, permitiendo que las lágrimas la desbordaran una última vez, antes de la confrontación final.
El elevador se detuvo en el piso cuarenta y cuatro con suavidad. Ella fue a la derecha en el pasillo. Frente a las escaleras, encontró el cadáver de un guardia de seguridad. No tenía heridas aparentes, aunque sus ojos estaban demasiado abiertos y la lengua le colgaba afuera de modo grotesco. No había duda de que estaba muerto. Melodie no lo quiso tocar, no había nada que ella pudiera hacer por él.
Subió las escaleras lentamente hasta llegar a una puerta entreabierta. La cruzó, y quedó deslumbrada por el sol de la terraza. Nunca había visto la ciudad desde semejante altura. Hubiese disfrutado más el panorama de haber sido otras las circunstancias.
—Bienvenida, Melodía de la Muerte. Mi nombre es Kuro, soy el noveno hijo del Dios Dragón. Para ser honesto, mi plan resultó mejor de lo que esperaba. Pensé que iban a permitir que tu querido hermano terminara muerto, y que iban a venir a pelear muy alterados, propensos a cometer errores, lo que habría facilitado el combate para mí. Sin embargo fueron aún más estúpidos de lo que yo pensaba. ¡El Bastardo del Viento se dejó matar! ¿Quién habría predicho semejante tontería? —Se jactó Kuro, rematando con una carcajada.
Melodie observó al niño de cabello rubio y ojos carmesí. Vestía como cualquier niño de diez años, pero tenía un rostro encantador y angelical que parecía confiable y bueno. Kuro estaba parado, y tenía un pie sobre la espalda de Fernando, quien estaba bocabajo, inconsciente.
—¿Qué le hiciste a mi hermano?
—No mucho, por ahora. He drenado lo suficiente de su magia como para que se desmaye, aunque todavía no sufre un daño permanente. De ti depende lo que va a suceder con tu hermano. —Dijo Kuro, sonriendo con infantil crueldad.
—¿Por qué hiciste todo esto? ¿Por qué nos atacas de este modo? Eres hijo del Dios Dragón, ¿no es así? ¿Acaso es porque rompí el trato que tenía con tu padre? ¿Es por qué las Harpías no nos pudieron matar? —Melodie pudo sentir que su voz aguda se ponía más chillona con cada pregunta y se odiaba a sí misma por tener que hacer tanto esfuerzo para no llorar.
Kuro dejó de sonreír. Quitó el pie de la espalda de Fernando, y luego procedió a darle una fuerte patada en el costado. Fernando se quejó débilmente.
—¡Ya basta! —Chilló Melodie.
—Nunca he entendido el supuesto afecto que tienen los hermanos entre sí. Creo que las personas se engañan a sí mismas diciendo que se preocupan por otras, todo para sentirse mejor consigo mismas, para creer que viven en un lugar mejor. Es una forma de evadir la cruda realidad. Yo tengo ocho hermanos y a la mayoría los odio con todo mi ser. En cuanto a los que no detesto, yo no estaría dispuesto a morir por ellos. Ni siquiera por el que me ha criado como un hijo. —Afirmó Kuro, sus ojos carmesí brillaban fríamente.
Kuro le asestó otra patada a Fernando.
—¡Alto! Si le haces daño a mi hermano, ¡voy a cantar!
Kuro le dedicó una mirada cínica.
—Por favor, eres tan idiota que prefieres morir para salvar a otros. Desde luego, con tu absurdo poder podrías vencerme, si estuvieras dispuesta a pelear. Pero te importan demasiado las vidas ajenas. Eres una tonta. ¿Quieres saber por qué te estoy atacando? Bueno, todo empezó hace cinco años, cuando mataste a mi padre, el Dios Dragón del Viento.
—¿Qué? Pero, ¡si me dijeron que yo hice un trato con el Dios Dragón para borrar mis recuerdos!
—Hiciste un trato con el Dios Dragón del Fuego, niña tonta. Hace cinco años venciste a nuestro padre. Claro, esto no se trata de venganza, yo no soy un bobo sentimental. Sin embargo, como el hijo menor de un Dios Dragón, yo estaba en la cima del mundo. Después de que lo eliminaste, quedé en el rango más bajo de la jerarquía divina. El Dios Dragón del Fuego nos prometió a mis hermanos y a mí que si acabamos contigo, nos adoptaría como hijos. Claro, yo apenas tenía cinco años y lo único que sabía era que de repente me quitaron el delicioso pudin para alimentarme con engrudo.
—Pero, ¿por qué? ¿Por qué acabar conmigo si yo ya había salido de su camino? —Melodie estaba empezando a enojarse realmente. Para ella las acciones de sus enemigos no tenían ni pies ni cabeza.
—Tonta, ¿crees que un Dios Dragón se va a quedar sin hacer nada después de que eliminaste a uno de su especie? No podía confiar en que no ibas a intervenir, con recuerdos o no, en especial cuando sus planes son más radicales que los de mi padre. Como sea, creo que ya hablamos demasiado, es hora de que mueras.
Kuro se fue acercando a Melodie. Ella retrocedió un paso por cada uno que él dio, hasta que llegaron al borde de la terraza.
—Oh, ¿acaso quieres saltar desde aquí? A mi no me importa cómo mueras, siempre y cuando estés muerta. Supongo que sería más poético que terminaras con tu propia vida. Ese fue nuestro plan original, llevarte a la desesperación y empujarte hasta el límite. Un año desperdiciado. Tendría que haber actuado por mi cuenta antes. Entonces, ¿vas a saltar o qué?
Melodie echó un vistazo por encima de la malla de contención de la terraza y sintió vértigo. No era una malla muy alta, le llegaba hasta la cintura.
No, eso ni pensarlo, tenía que vivir, al menos lo suficiente para salvar a su hermano.
Melodie pasó un pie por encima de la malla, sujetándose con una mano. Tenía un pie sobre la cornisa y otro en la terraza.
—No soy capaz de hacerlo yo misma. Vas a tener que matarme con tus propias manos, darme el último empujón. —Declaró Melodie, fingiendo el valor que no sentía.
Kuro le puso una mano en el cuello, sin fuerza, Melodie apenas y sintió el tacto de sus dedos.
—Tienes una piel bastante suave, ¿quién lo habría pensado?
De repente, Melodie abrazó a Kuro. Aunque ella no era una chica fuerte, sabía que podía sobrepasar la fortaleza física de un niño de diez años. Con todo el empeño que pudo, intentó arrojarse para atrás, hacía el vacío, sin dejar ir a su presa.
Nada de eso ocurrió. Su agarre era demasiado débil, de hecho, su cuerpo fue colapsando sobre el de Kuro, quien al final se convirtió en su único punto de apoyo para no caer.
—No era un mal plan, supongo. Sin embargo, no tuviste en cuenta mi magia. ¿No te preguntaste cómo es que yo pude matar a todos esos magos y brujas? Mi magia, o para ser más precisos, mi don divino, me permite comer la magia de los demás con tan solo tocarlos. En el momento en que me pusiste las manos encima, ya habías perdido la batalla.
Melodie se tambaleó, dominada por un cansancio que apenas y le permitía respirar.
—Aún no es demasiado tarde, ¿sabes? Aún puedes cantar y salvarte a ti misma, pero no lo vas a hacer, ¿verdad?
Kuro puso sus pequeñas manos sobre los hombros de Melodie y la empujó. Por un segundo ella sintió el peso de su propio cuerpo sin apoyo alguno, la inminencia del vacío debajo de sí misma, al igual que cuando intentó suicidarse.
Después de ese segundo, pudo escuchar la canción del viento con vigor renovado, y sintió que su cuerpo ya no era atraído por la gravedad, sino que era levantado con suavidad hacia arriba.
Los ojos carmesí se abrieron desorbitados. Y entonces retumbó el estruendo de un disparo.
El brazo izquierdo de Kuro fue perforado por un tiro. La bala no lo atravesó. Kuro se tambaleó, pero alcanzó a mantener el equilibrio para quedar dentro de la terraza, apoyado en la malla.
Tanto Kuro como Melodie miraron para atrás. Allí vieron a Zeferino de pie, con la mano derecha extendida hacia ellos, con el brazo izquierdo por encima de los hombros de Persea. Zeferino tenía mal aspecto, sudaba copiosamente y respiraba con dificultad, parecía apunto de desmayarse. Persea también se veía agotada por el esfuerzo de ayudar a Zeferino a mantenerse en pie. A un lado de ellos dos estaba Camilo, con la pistola apuntada hacia Kuro. Sus brazos temblaban ligeramente, aunque no mucho.
—Yo soy Zeferino, Vástago del Viento y miembro de Rumpitur Cordibus Quattuor. Mi contraataque empieza y termina aquí, hermano. —Dijo Zeferino, con voz desfallecida.
Los ojos carmesí se abrieron tanto que parecieron estar a punto de salirse de sus cuencas.
Kuro se lanzó hacia Melodie alargando su mano derecha, y Camilo apretó el gatillo de nuevo.
La bala impactó en la pierna derecha de Kuro. Esta vez sí perdió el equilibrio, y la misma fuerza que puso en el movimiento para atrapar a Melodie, hizo que pasara por encima de la malla, a un lado de ella, rozando su cabello rojo con sus dedos.
Melodie alcanzó a ver la expresión de terror en el rostro angelical del niño rubio, las lágrimas surgiendo de los ojos carmesí.
Pudo oír por un largo rato el grito final del niño, hasta que cesó súbitamente.
...
Nota de autor (22 de Mayo de 2.020)
Después del tercer capítulo escribir Memorias de un mago enamorado se volvió realmente fácil. El problema es que ahora me cuesta concentrarme en escribir otras cosas.
Esta entrada fue posible gracias a Rocio Tou, Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.
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