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sábado, 19 de septiembre de 2020

Memorias de un mago enamorado 29

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Memorias de un mago enamorado

 

Foto original por Chris Rhoads
Foto original por Chris Rhoads


Capítulo 29: Falso viento


Tras enviar el vídeo a Melodie, Atahualpa esperó diez minutos para recibir una respuesta. En su celular ni siquiera apareció la notificación de que ella lo hubiese visto. Pensó que quizá Melodía de la Muerte se acostaba tan temprano como un ave de corral. Tendría que esperar al día siguiente para saber la opinión de ella. Reprodujo el vídeo una vez más (lo había visto como veinte veces) con la esperanza de captar un nuevo y revelador detalle.

El vídeo duraba un minuto. La cámara no era de gran calidad y la persona que lo había tomado se había movido todo el tiempo, porque estaba corriendo por su vida. En sus últimos instantes, se giró para confrontar a su perseguidor. Ahí se podía ver al supuesto Zeferino con claridad. Tenía los detalles precisos, los ojos carmesí y el cabello rubio. Sin embargo sus movimientos eran torpes, a pesar de estar flotando en el aire, no tenía nada de la gracia y fluidez que había mostrado Celestino en su combate contra Atahualpa; era como ver un muñeco de movimientos articulados, al que debían hacer girar su cuello para que pudiera ver en una dirección, y luego mover sus brazos y piernas por separado para dar la sensación de que estaba con vida.

En ese punto, muy cerca de la verdad, Atahualpa se dejó distraer por la muerte de aquel infortunado habitante de la Aldea Pielroja. El supuesto Zeferino le arrojó varias cuchilladas de viento y lo cortó en pedazos. El celular cayó al suelo y por pura suerte no se rompió, alcanzando a grabar la espalda de su asesino al retirarse. Una espalda en la que sobresalía una joroba. Al menos Atahualpa creía que tenía forma de una joroba, aunque no podía estar segura porque la ocultaba la ropa que tenía puesta su enemigo, una especie de túnica blanca.

Atahualpa suspiró frustrado. La investigación no era lo suyo. Desde niño lo habían entrenado para ser un guerrero y ser digno heredero del legado de sus antepasados. Se esperaban dos cosas de él: ser un guerrero excelente, y encontrar una esposa digna con la cual procrear.

―Sé que tienes que ser falso. Si el tal Zeferino es la mitad de decente de lo que es Celestino, de ninguna manera habría destruido la Aldea Pielroja de tal modo, ni habría asesinado sin razón. ―Dijo Atahualpa para sí mismo.

―Lo que dices es verdad. Es una pena que no te sirva de nada. ―Resonó una voz distorsionada en su cuarto, como si proviniese de una radio averiada.

Atahualpa, quien había estado sentado en su cama, se puso de pie con un brinco y rodeó su propio cuerpo con llamas, tanto para defenderse como para atacar. Sus músculos tensos, sus ojos negros viendo para todos lados, intentando localizar el origen de la voz. Sólo tenía puestos los mismos pantalones negros del día anterior.

―Sin duda alguna eres Atahualpa. No entiendo por qué te dicen la Llama en la Mano si puedes generar fuego por todo tu cuerpo. Como sea, hoy no vine a jugar contigo, sólo necesito que mueras y no me causes problemas.

Atahualpa anticipó que el ataque provendría de la ventana, y tuvo razón a medias, porque un torbellino derribó ese muro; no contó con las otras ráfagas de viento que vinieron de las otras paredes, del suelo y del techo.

La casa se derrumbó bajo el azote de los vientos. En un parpadeo, la casa ardió en llamas y Atahualpa resurgió triunfante en medio de un tornado de fuego.

―Hay que ser temerario para venir de nuevo a la Aldea Pielroja, directamente a mi casa para destruirla, y atacarme con viento a sabiendas de que el fuego se alimenta de ese elemento. ―Había eco en las palabras de Atahualpa a causa de las llamas.

Flotando a cierta distancia, se encontraba el supuesto Zeferino. Sus ojos carmesí observaron a Atahualpa de modo ausente.

―Reconozco que tienes habilidad. A pesar de la superioridad del fuego sobre el viento, devorar el oxigeno con tus llamas es de gran complejidad técnica. ―Fue la misma voz distorsionada que Atahualpa había oído en su cuarto.

―¡Dejate de payasadas y muestra tu verdadera cara! ―Gritó Atahualpa enojado.

―¿De qué hablas? Soy Zeferino, el Vástago del Viento.

―¡Y un cuerno! Ahora que te tengo frente a frente, estoy seguro de que no eres el verdadero. Tu disfraz es muy bueno, desde luego, porque usaste su cadáver para elaborarlo. Lo usas como una segunda piel, una que no te encaja perfectamente. Y mantienes la distancia para que no pueda ver que tus labios falsos no se mueven, sino que trasmites el sonido con el viento y lo haces llegar directamente a mis oídos.

El supuesto Zeferino se sacudió y se encogió, y Atahualpa escuchó unas carcajadas de mujer anciana que le helaron la sangre.

―¡Eres adorable! Es una pena que tenga que asesinar a alguien tan talentoso y guapo como tú. ¡Como quisiera sujetarme de esos poderosos brazos! ―La voz ya no estaba distorsionada, y parecía pertenecer a una mujer que quería sonar sensual.

―¡Cállate y deja de mancillar los restos de Zeferino! No lo conocí en persona, pero para mis amigos él es alguien importante. ¡Muéstrame tu verdadero rostro!

―¿Y qué vas a hacer si no lo hago? Debo aprovechar cualquier ventaja para ganar contra alguien tan lindo y poderoso.

―¡Te dije que te callaras!

Atahualpa se quitó el tornado de fuego de encima y lo lanzó directo hacia el falso Zeferino, quien de inmediato fue retrocediendo para esquivar. Al hacerlo, el tornado de fuego se dividió en cien bolas de fuego que lo fueron atacando desde todos los ángulos. El falso Zeferino evadió los primeros ataques, y después se vio abrumado por la cantidad.

Las bolas de fuego fueron impactando al falso Zeferino, cuya piel ardió en llamas como si fuera una tela. Quien allí se ocultaba se desprendió de su disfraz y la arrojó lejos de sí misma: se trataba de una mujer rubia y de ojos azules, vestida con un sombrero puntiagudo de bruja y una túnica blanca con bordes y runas de color rojo.

Lo que le llamó más la atención a Atahualpa fueron las sensuales curvas de la bruja. Se esforzó por recuperar la concentración y usó su control sobre el fuego para reunir las cenizas del cuerpo de Zeferino; todavía calientes, las agrupó hacia sí mismo, y las recogió con sus manos. Pensó por un segundo y optó por meter las cenizas en un bolsillo de su pantalón. Sintió un poco de asco al pensar que estaba tocando un muerto.

Para defenderse de la gran cantidad de bolas de fuego, la bruja invocó una barrera de viento sobre sí misma y recibió todos las explosiones, absorbiendo el daño con su maná.

―Me forzaste a gastar una enorme cantidad de energía para defenderme, mago de la Llama en la Mano. Pero tú también usaste una cantidad de maná correspondiente. Un mago con más experiencia habría continuado atacando hasta eliminarme, o al menos producirme una herida considerable, en vez de distraerse con un acto sentimental. ―Dijo la mujer con voz coqueta.

―Mi intención no era lastimarte, sino quemar los restos de Zeferino. Antes de darte tu merecido quiero saber quién eres. Sin importar que tan hermosa seas, no voy a perdonar a la persona que atacó mi Aldea.

La bruja rompió en carcajada.

―¡Eres tan deliciosamente ingenuo! A un verdadero guerrero no le importa la identidad de su enemigo. ¡Lo único que importa es que esté muerto! Voy a complacerte, porque puedo recuperar algo de maná mientras hablo contigo. Supongo que tú harás lo mismo, aprovechando la alta concentración presente en la Aldea Pielroja.

―¡No juegues conmigo bruja! ¡Dime quién eres! ―Bramó Atahualpa.

La bruja tomó su sombrero con una mano e hizo una corta reverencia.

―Mucho gusto, Noveno Atahualpa. Yo soy aquella conocida como Huracán Lena, la belleza eterna, el desastre ambulante. Fui reclutada por el Dios Dragón del Fuego para llamar tu atención y provocar una pelea entre ese clon que mi hijo fabricó y tú. Melodía de la Muerte estaba bajó la protección del Mago Hartwell, y el Dragón del Fuego no podía atacarla sin iniciar un conflicto global. Parece ser que mi intervención salió mejor de lo esperado. El Mago Hartwell ha desaparecido y el velo ha caído. Ahora voy a recibir tanto la adoración de los ordinarios como de los magos, ¿no crees que es genial? No serán muchos los que sobrevivan al banquete del Dios Dragón, pero me contentaré con los que queden.

Atahualpa se quedó parpadeando con expresión atontada.

―¿Huracán Lena? ¿Eres una bruja con título? Jamás había escuchado de ti.

La bruja le arrojó una cuchillada de viento. No fue un golpe ingenioso, sino una ráfaga producto de la rabia que Atahualpa pudo evadir con facilidad.

―¡Mocoso insolente! Es cierto que he mantenido un perfil bajo los últimos dieciocho años, ¡pero eso no le da a nadie el derecho de olvidar mi nombre! ¡Soy la destructora de hogares, aquella que rompe corazones con su belleza y su magia!

Atahualpa volvió a parpadear desconcertado.

―Creo que lo único relevante de todo lo que has dicho es que eras la madre de Zeferino. O sea que estás en el bando que quiere destruir a la mujer que él amo y a un clon que es muy similar al propio Zeferino. Y lo peor de todo, que utilizaste el cadáver de tu hijo como si fuera un disfraz barato. Tampoco te importó atacar mi Aldea ni matar personas inocentes. Creo que estoy en todo el derecho de romper tu cara, anciana.

Cruzaron miradas asesinas, el mago de fuego y la bruja de viento, ambos flotando con el poder de sus elementos bajo el manto oscuro de la noche, iluminados solamente por las estrellas fulgurantes.

Atahualpa se rodeó en llamas y construyó un ave de fuego que graznó enfurecida y se arrojó sobre Lena para aplastarla con su pico.

Lena no se movió.

Cuando el ave de fuego estaba a un metro de distancia, desapareció sin dejar rastro. Atahualpa se quedó en el aire, con expresión confundida, y empezó a caer.

―¿Qué? ―Dijo el joven, y al intentar respirar lo comprendió.

Nada de aire entró a sus pulmones, ni por su nariz ni por su garganta. Atahualpa calculó que su enemiga lo había atrapado en un área de tres metros donde no disponía de oxigeno para inhalar, y mucho menos para encender su fuego mágico.

―Ten una buena caída. ―Se despidió Lena agitando su mano.

Lena se concentró para mantener el área sin oxigeno sobre Atahualpa, acompañando su vertiginoso descenso hasta el suelo. No despegó los ojos de la calva cabeza de su enemigo ni por un segundo, por lo que pudo ver claramente cuando en el último momento, a pesar de la imposibilidad química, Atahualpa creo con su mano derecha una bola de fuego azul y causó una explosión en el suelo que redujo el impacto de su caída.

―¡Imposible! ―Gritó Lena, frustrada por no haberse salido con la suya.

Atahualpa se puso de pie, en medio del cráter que había quedado tras la explosión. Sudaba profusamente, y respiraba con dificultad. La llama en su mano seguía resplandeciendo con azul fulgor. A continuación murmuró para sí mismo; Lena lo pudo escuchar porque el viento le trajo sus palabras.

―Nadie puede apagar mi llama. Mi llama va a arder incluso después de mi muerte.

La bruja Lena recuperó un poco de serenidad y miró a Atahualpa con desprecio.

―Ya veo. Un fuego que no enciendes con oxigeno sino con tu propia vida. Una técnica prohibida y tonta. ¿De que sirve vencer a tu oponente si tú también vas a morir, mocoso? Si únicamente puedes usarla con tu mano derecha, será muy fácil de esquivar.

Atahualpa apuntó la bola de fuego azul contra el piso y creo una nueva explosión, una que lo propulsó derecho hacia la bruja Lena.


...


Capítulo 28              Índice           Capítulo 30


Nota de autor (12 de Septiembre de 2.020)


Tuve muchas dificultades con este capítulo, pero no por el capítulo en sí mismo. En parte por circunstancias personales, y en parte porque el final de Mago enamorado se hizo visible para mí. Para la mayoría de escritores, creo, percibir el final de lo que escriben les produce un suspiro de alivio. No para mí. Yo siento tristeza y ansiedad, como si a una persona real le hubiese sido diagnosticada una enfermedad terminal. Una parte irracional de mí se deja llenar por la depresión y hasta se convence de que seré más feliz si no termino la historia.

Mi novia me aconsejó tomar un par de semanas de descanso porque se dio cuenta de que yo estaba muy estresado y forzando mi escritura. El hiato me sirvió para determinar el origen de mi depresión, y pensar mejores formas de seguir escribiendo.

Mi plan de acción es el siguiente:


1. De ahora en adelante mis patrocinadores tendrán acceso al documento de Google en el que escribo la historia. Así podrán dejarme comentarios directamente en alguna parte que les interese y ver como la historia avanza en tiempo real. Mi método de escritura consistirá en escribir 2.000 palabras el día Sábado, probablemente en la mañana. Voy a utilizar mis redes sociales para informar del momento en que me encuentre trabajando en el documento de Google.

2. No voy a publicar más cuentos, prefiero concentrarme en las novelas, así que pronto tendré lista la recopilación con los cuentos que ya escribí.

3. Voy a procurar hacer vídeos para YouTube, pero sin afanes. Me tomaré el tiempo necesario para escribir un buen guión y hacer una grabación decente, por lo que mis vídeos serán esporádicos.

4. Calculo que faltan veinte capítulos para el final de Mago enamorado, más o menos. Fue divertido escribir una novela gratis y que este disponible para todos, para que cualquiera pueda ver que mi estilo se inclina por las novelas ligeras y la fantasía oscura.

5. Hay otra novela cuyo borrador ya he terminado pero aún la estoy revisando, se llama Mi mujer es una serpiente. También quiero mostrar su proceso de desarrollo a mis patrocinadores, pero no sé si se las voy a compartir antes o después del final de Mago enamorado, creo que dependerá de cuán bien maneje mi tiempo. Cuando esté lista la voy a vender por Amazon; desde luego mis Patrocinadores también tendrán acceso a Mi mujer es una serpiente.


Reitero mi agradecimiento a todos mis lectores y espero tener energías para hacer aún más de lo que ya me he propuesto.


Esta entrada fue posible gracias a Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.

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