Si entre tantos vanos ecos mi desgarrada voz perecerá sin gloria,
y morirá callada, de cualquier forma.
¡Guardaré silencio!
Mientras relamo el sabor ferroso de mi sufrimiento,
y calladamente oiré de lejos,
los gritos infames de los victimistas eternos;
¡De ellos, quienes han condenado mi dolor a lo superfluo,
imponiendo sobre mi su visión de lo funesto!
Quiero gritar, pero no debo;
porque sé lo que no quiero:
perpetuar mentiras a medias,
condenar verdades incompletas,
participar en su vasto circo,
propósito de miserias.
Prefiero el silencio,
elijo mi condena,
abrazo mis designios,
y niego las cadenas
que sobre mi imponen
los correctos sinvergüenzas.
Vivir cada día,
entre gritos voraces
de exigencias imposibles,
de señalamientos infames,
confirmando mis carencias,
reafirmando mis creencias,
trascendiendo en consigna,
por sobre miedos y flaquezas.
Que si gritar no puedo,
en mi libertad prefiero
residir en mi silencio
con voluntad de acero,
resistiendo a sus pretextos
con paciencia y sin apegos,
llevando conmigo un canto sincero,
expresión sencilla de mis propios anhelo:
¡Que sea mi voz silente mi fuerza omnipresente!
¡Que sea mi voz silente mi grito más potente!
¡Que sea mi voz silente mi fuerza omnipresente!
¡Que sea mi voz silente mi grito más potente!
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