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viernes, 17 de julio de 2020

Memorias de un mago enamorado 22

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Memorias de un mago enamorado


Foto original por Martino Pietropoli
Foto original por Martino Pietropoli

Capítulo 22: Hágase tu voluntad, querida...


Melodie abrió sus párpados ligeramente rasgados y Celestino pudo ver sus ojos de color avellana.

―¿Qué estás esperando? ―Preguntó ella con su voz aguda.

―Lo siento, me distraje. ―Se disculpó Celestino y procedió a besarla.

No fue un beso largo ni corto. No fue muy apasionado, ni totalmente desapasionado. Fue definitivamente confuso para ambos. Melodie sabía que no era solamente la necesidad de mantener a Celestino con vida. Tarde o temprano tendría que confrontar sus propios sentimientos. ¿En qué momento habían cambiado los besos de él? ¿Cuándo dejaron de ser una incómoda necesidad y pasaron a ser un momento anhelado? ¿En qué momento Celestino se había vuelto tan, humano?

¿Qué iba a suceder cuando volviera a ver a Zeferino?

Separaron sus rostros y por un par de segundos se contemplaron sin decir nada. Celestino levantó una mano. Melodie alcanzó a temer que fuera a acariciar su cara, cuando su celular vibró y ella lo cogió apresurada.

―¡Es Atahualpa! ¡Qué nombre tan extraño! ¡Me preguntó si en realidad es un descendiente del Atahualpa original!¡ Oh, es un vídeo! ¡Ven, vamos a verlo juntos! ¡Siéntate allí! ―Habló Melodie acelerada.

Celestino suspiró y se acomodó sobre la cama, a la distancia prudencial que ella le había indicado.

Debajo del vídeo que aparecía en la pantalla, Atahualpa había escrito lo siguiente:


"Sea quien sea ese impostor, es bastante bueno para imitar. Aunque en comparación a Celestino hay algo que no encaja, no sé qué es, pero me queda una sensación de que hay algo diferente entre el impostor y Celestino. Por favor dime a qué horas quieres ir mañana al Gremio."


Con un nudo en la garganta, Melodie presionó el botón de reproducción.

La pantalla negra se movió. No fue la rápida sucesión de imágenes a gran velocidad que habría sido lo normal, sino que lo negro de la pantalla se inflamó como una burbuja, y siguió creciendo hasta que un rostro comenzó a formarse.

Celestino le arrebató el celular de las manos y lo arrojó a una esquina de la habitación. Luego se puso delante de Melodie, produciendo una barrera de viento entre ellos dos y el celular.

Ella se había asombrado ante la bizarra aparición en la pantalla del celular, pero sólo experimentó verdadero pánico cuando percibió que a Celestino le temblaban las rodillas, junto con el resto del cuerpo, hasta el punto que sus dientes castañeteaban. Su frente se había perlado de sudor en un parpadeo, y sus ojos carmesí parecían a punto de salirse de sus cuencas de lo desorbitados que estaban.

Por instinto, Melodie lo abrazó por la espalda. Celestino forzó su cuerpo a calmarse.

De la pantalla del celular surgió un tallo negro, y del tallo se levantó una figura humanoide cubierta por una túnica negra, con una cima rematada por un feo gorro bombacho.

―Buenas noches. Soy el Mago Hartwell, y estoy aquí para entregar una advertencia: no mires este vídeo, Melodía de la Muerte. Renuncia a investigar el paradero de Zeferino y Camilo. No puedes encontrar lo que buscas: al final de ese camino no hay más que dolor y enojo. ―Era una voz de penumbra, lejana y peligrosa.

Celestino se vio sobrepasado por un temor irracional. Se desprendió del abrazo de Melodie, gritó como un salvaje, y se convirtió en un torbellino para atacar directamente al Mago Hartwell.

Melodie no estuvo segura de lo que vio en ese momento. Fue como si el torbellino se hubiese hundido sobre la figura aparentemente humana, y luego procediera a rebotar desde ella, como si el Mago Hartwell estuviese constituido de goma. El torbellino de viento se deshizo y Celestino fue a estrellarse contra la ventana del cuarto de Melodie: él siguió derecho hasta chocar con el edificio que estaba al frente. El impacto había sido tan fuerte que el muro se hendió un poco, lo suficiente como para ser visible. Inconsciente, Celestino fue cayendo desde el tercer piso.

Melodie se concentró por un segundo, y condensó suficiente aire debajo de Celestino como para que cayese con la suavidad de una pluma.

―Oh, ¿ya tienes tanto dominio sobre el poder de tu pareja? ¡Impresionante! ―La congratuló el Mago Hartwell.

Melodie necesitó de toda su fuerza de voluntad para contenerse y no atacar en ese momento. Si ella se arriesgaba, y resultaba igual de lastimada, ¿quién iba a socorrer a Celestino?

―¿Por qué has venido hasta aquí? No tenemos ningún pacto contigo. ―Como era usual, su tono se volvió más agudo por estar nerviosa.

―Es cierto. Sin embargo también es cierto que hice un pacto con aquel al que alguna vez amaste.

―¿Zeferino? ¿Estás hablando de Zeferino? Si sabes dónde está, ¡dímelo ahora mismo!

―Aunque te he protegido por cuatro años de tus enemigos, no puedo protegerte de ti misma. Si insistes en seguir adelante, renuncias a los beneficios que el Vástago del Viento adquirió para ti, y yo puedo conservar el pago que me fue dado. Eres quien rompe el trato, Melodía de la Muerte, no yo.

Por su Unión con Celestino, Melodie pudo sentir que él estaba apunto de fallecer. Fuera por eso, o por las palabras del Mago Hartwell, ella no pudo mantener el control por más tiempo.

―¡Nivel cuatro! ―Gritó Melodie.

El celular respondió al comando de voz y reprodujo la canción de Melodie un poco menos distorsionada de lo que la había escuchado Atahualpa.


Grita el viento el nombre que por mi sangre corre,
cual ígneo fuego que devora a su paso, 
mi piel, mis huesos, mi propio existir.


Melodie manipuló su voz, la que salía del celular, con la magia de viento a la que tenía acceso gracias a Celestino. Así la concentró en la figura del Mago Hartwell, cubriendo su ser dentro de un área de dos metros y medio.

El feo sombrero se partió en dos, y el resto del Mago Hartwell se resquebrajó del mismo modo que lo había hecho la ventana rota en la habitación. Los pedazos se convirtieron en polvo negro que se hizo cada vez más diminuto hasta desaparecer por completo.

Melodie respiró agitada, agotada por la tensión emocional, no por el esfuerzo físico. Dio un paso hacia adelante para recoger su celular. Entonces oyó la voz espectral e incorpórea del Mago Hartwell.


Hágase tu voluntad, querida...


Las últimas dos palabras rompieron la mente de Melodie. Su consciencia se dividió en dos voces diferentes.

Melodie A quería procesar y entender lo que el Mago Hartwell acababa de pronunciar, aún si eso significaba perder el conocimiento y dejar morir a Celestino.

Melodie B quería olvidar, hacer de cuenta que nunca había oído las dos últimas palabras del Mago Hartwell y salir corriendo para auxiliar a Celestino.

Melodie cayó de rodillas, con las manos jalando su cabello negro con tanta fuerza como para arrancar algunas hebras. Gritó de dolor como nunca lo había hecho en su vida, ni siquiera cuando se había comido un pimiento llamado Carolina Reaper por accidente y su abuela la había tenido que llevar de urgencia al hospital para un lavado estomacal. Se revolcó por el suelo de su habitación, derribó una lámpara de mesa y un frasco de loción, ambos regalos de Persea.

Tras una fiera batalla interior, Melodie B asesinó a Melodie A.

La Melodie real salió de su cuarto arrastrándose, apoderándose de su celular en el recorrido.

―Melodie, ¿qué está pasando? ―Preguntó Fernando al borde de la histeria.

El hermano menor de Melodie ahora era un adolescente desgarbado de catorce años. La delgadez le sentaba a él mucho mejor que a Melodie, y con sus ojos avellana y sus párpados rasgados, no era muy diferente de un ídolo del k-pop.

La razón para el pánico de Fernando era evidente. Los padres de ambos yacían inconscientes sobre el sofá, mal acomodados.

Los maté por accidente con mi voz. Pensó Melodie. Por un momento se sintió tragada por el vacío.

Luego pudo sentir su aliento danzando en sus bocas, la alegre canción de la vida que únicamente el viento podía transmitir.

―Están con vida. ―Informó ella, con un tono frío evocador del vacío al que acababa de asomarse.

―¿Qué les pasó? ―Interrogó Fernando.

La respuesta llegó del cielo: cincuenta mil gritos perforadores que helaron la sangre de todos en la zona, e hicieron que algunos, como los padres de Melodie, perdieran el conocimiento. El propio Fernando activó una barrera mágica a su alrededor sin percatarse de ello, la adrenalina acelerando su pulso a mil por hora.

La escala de escalofríos de Melodie había sido actualizada tras su encuentro con el Mago Hartwell, por lo que pudo escuchar los furiosos gritos sin miedo, recordando sin dificultad el día de su reencuentro con Zeferino, y a la Harpía que había intentado matarlos ese día.

No. La Harpía perseguía a Zeferino, no a mí. Precisó Melodie para sus adentros.

Tuvo la corazonada de que Celestino era el objetivo de su ataque masivo. No supo por qué lo sintió así, ni tampoco quiso pensar en las implicaciones si eso era cierto. Simplemente lo asumió como la verdad y decidió un curso de acción acorde a esa realidad.

―¡Ayudame a tirarme por la ventana!

―¿Qué? ―Replicó su confundido hermano.

―¡No hay tiempo para perder, sólo ayúdame a llegar a la ventana! ―Aulló Melodie con la autoridad de la hermana mayor.

Fernando la obedeció. Removió la barrera que había levantado sobre sí mismo, y la auxilió pasando uno de los brazos de ella por encima de los hombros de él. Cuando llegaron frente a la ventana rota, Fernando se halló más desconcertado. Por su parte, Melodie volvió a ladrar órdenes como lo hubiese hecho un chihuahua.

―¡Cúbreme con una de tus barreras, ya!

Tras verse protegida por un escudo de maná, Melodie saltó por la ventana rota, dejando atrás a su preocupado hermano.

Estar protegida por la magia de Fernando era una sensación agradable, como tener puesto un abrigo cuando hace frío. En cambio estrellarse contra el suelo y romper la barrera fue como si le hubiesen quebrado un huevo en la cabeza: aunque no se hizo daño, fue desagradable.

Desorientada, buscó a Celestino con la mirada. Estaba recostado contra una pared del callejón, apenas respirando. Tenía una fea herida en la cabeza. No era sangre lo que manaba de allí, sino un plasma que Melodie sólo pudo catalogar como luz líquida.

Ella se tambaleó, tropezó, y cayó de rodillas frente a Celestino. Se arrojó sobre él y lo cobijó en sus brazos. Entonces lo besó con toda la pasión refrenada de esos cuatro años, liberada por un instante de las dudas y temores, dominada únicamente por el deseo de tenerlo a su lado por siempre.

Celestino movió un poco los dedos. Luego su herida se cerró y atrapó a Melodie con un abrazo posesivo que por primera vez ella no rechazó.

Cuando se separaron, se quedaron viendo entre sí: los ojos carmesí llenos de esperanza, los ojos avellana entre la felicidad y el temor.

―¿Mel?

Ella no supo qué responder, pero fue sacada del apuro por un nuevo grito del enjambre de Harpías, ahora más cercano.

―Tenemos un problema grande, Cel.

...

La nueva base secreta de operaciones del Dios Dragón del Fuego estaba en el piso cuarenta y cuatro, el último piso de la Torre del Comercio. Múltiples protecciones impedían que tanto los ojos mágicos como los ordinarios lo pudiesen observar. Su majestuoso trono estaba frente a una mesa de ejecutivos, alrededor de la cual estaban sentados Jace, uno de los capitanes más destacados de la Guardia Dragón, y Abdullah, mago de detección y radar personal del Dios Dragón.

Esos dos eran sus únicos acompañantes en ese momento. Ambos desconocían que uno de ellos estaba a punto de morir.



...

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Nota de autor (10 de Julio de 2.020)


Cuando comencé a escribir este capítulo, se suponía que el Mago Hartwell haría una aparición breve para amedrentar un poco a nuestros protagonistas. Pero a medida que iba escribiendo la colisión entre los personajes se volvió inevitable, Ahora la historia se ha descarrilado y se ha estrellado y el número de muertos apenas va a comenzar a crecer. El mundo de un Mago Enamorado está a punto de cambiar para siempre.

Me gustó que al inicio y al final del capítulo los protagonistas compartan un beso.

Esta entrada fue posible gracias a Sergio Andres Rodriguez Vargas, Nkp, Kbrem y Claudio Andres Cayulao Martinez.

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