El Abuelo
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Augusto
(no es su nombre real) es un hombre grande de mirada somnolienta.
Parece aburrido y tiene razón para estarlo: es la tercera vez que
nos reunimos para que me cuente su historia. Nuestras dos sesiones
anteriores fueron largas y no llegamos a ningún lado. Al final de la
última se ofuscó un poco.
Le
gusta la sala de mi casa. Ha puesto la grabadora a un alto volumen.
Augusto cambia de emisora a cada momento; según su estado de ánimo
es el género que quiere escuchar. Le
propongo que empecemos y él acepta. Le pido que me cuente de su
abuelo.
"Mi
abuelo era un hombre de campo. Sus antepasados, al igual que los de
su mujer, mi abuela, eran indios. De mi abuelo incluso se sabía que
descendía de la tribu indígena Mondego, que formó parte de los
Quimbaya, los indígenas del departamento del Valle del Cauca en
Colombia. Le llamaban Mondego, no por su apariencia de hombre blanco
y ojos verdes, sino por su carácter violento, por su afición al
trago y a las mujeres, actos que realizaba con la pasión de un
guerrero aborigen en tiempos de paz. Tal vez ese fue su problema, no
poder luchar en ninguna guerra y tener que conformarse con ser un
hacendado descarrilado."
"Nunca
me gustó mi abuelo. Cuando yo era niño me regañaba, con o sin
motivo. Una vez derrame un balde con la leche de una vaca recién
ordeñada y pensé que me iba a matar. Cuando iba a nuestra casa
teníamos que esconder el horno cubriéndolo con ropa sucia; lo
compramos sin que él se diera cuenta. Pensaba que ese tipo de
aparato era un lujo necesario. Regañó a mi
papá cuando compró un televisor a color en una época en que ya
nadie tenía a blanco y negro. Aunque burlada, la autoridad y
voluntad de mi abuelo se imponían. Era como Dios para su familia…"
Le
hago una señal con la mano para que detenga su narración. Quiero
que me cuente más de su padre.
"Mi
padre… Él es un buen hombre, mas al mismo tiempo no es muy bueno.
Yo antes le echaba la culpa de todo lo malo en mi vida, ya no. Dadas
las circunstancias adversas de su niñez y adolescencia, fue el mejor
hombre que pudo ser."
"Mi
papá era el hijo varón mayor de la familia. Tenía tres hermanas
mayores y un hermano menor. Pudo haber sido el favorito de mi abuelo,
sin embargo se convirtió en el más odiado. Mi abuelo le daba una
zurra todos los días. Mis tías cuentan que mi papá era travieso,
tremendo, pero eso no justifica como lo trataba mi abuelo. Hay
algunos castigos memorables. Por ejemplo, al frente de la finca donde
vivían existe una pequeña canal. Hoy en día su nivel de agua es
bajo porque le quitaron al río Cauca que era su afluente, sin embargo en el
pasado dos hombres hubieran podido hundirse allí, uno encima del
otro. Una vez mi abuelo salió a perseguir a mi padre agitando la
correa por encima de su cabeza. Mi papá, del susto, se tiró a la
canal, nadó hasta la otra orilla, y estando allí a salvo se mofó
del aterrador señor Mondego que, furioso, lo maldecía y le ordenaba
volver. El escape ocurrió al medio día. Al caer la noche, mi papá
aún seguía al otro lado del canal. Mi abuelo pareció aburrirse y
se fue. Ante las súplicas de mi abuela, mi papá volvió a casa
nadando. Estaba cansado y deseoso de comer un buen plato de sancocho.
Entró a la casa, buscando a mi abuelo sin encontrarlo y se relajó.
Se sentó a la mesa y en cuanto cogió la cuchara, mi abuelo le salió
por la espalda y lo agarró del hombro. Mientras le daba correazos le
gritaba: '¡PARA QUE TE VUELVAS A BURLAR DE MÍ, HUEVONCITO!' Así
era mi abuelo."
Le
pido que se detenga de nuevo. Le digo que su relato está bien, aunque sigue evitando hablar de su padre. Se molesta y murmura que está
cansado. No puedo dejarlo ir esta vez. Le ordenó que me cuente cómo
su papá se volvió un drogadicto. Augusto agacha la cabeza, respira
profundo y asiente.
"Mi
papá tenía doce años. Doce años de sufrir. De ser la bolsa de
boxeo de mi abuelo. De ser el hijo que trabajaba como jornalero sin
que le pagaran un peso. No excuso a mi padre, mas lo comprendo. Las
circunstancias lo apabullaron hasta acabar con él. Mi papá comenzó
con ese vicio un día que lo mandaron a darle un recado a su hermana
mayor. Ella estaba con unos amigos, de esos que llaman malas
compañías. Mi tía estaba fumando marihuana y se la ofreció a su
pequeño hermano. Él pensó que era un cigarrillo y aceptó. Quedó
condenado a ese vicio por treinta años, durante los cuales tuvo cuatro
hijos. Mi hermana mayor no presentó anormalidades físicas cuando niñas, sin embargo al crecer se ha enfermado gravemente. Yo tengo
un problema en la vista bastante avanzado. Mi hermano que me sigue en
orden de nacimiento sufre de problemas respiratorios. Nuestra hermana
menor nació muy enferma y casi muere. Sobrevivió, pero sus defensas
no son muy fuertes y se comporta con hiperactividad y violencia. Por
último, todos somos melancólicos y depresivos."
Se
ha detenido. Se agitó con su relato y creo que va a llorar. Pero no,
se contiene y se enjuaga una lágrima con disimulo. Le pregunto si
damos por terminado. Augusto niega con la cabeza: aún tiene algo por
decir.
"Mi
padre a veces no actuó como tal. Les falló a sus hijos en repetidas
ocasiones y por eso en varias oportunidades deseé su muerte. Cuando mi
mamá estaba embarazada de mi hermanita, hace cuatro años, mi papá
se internó en un centro de rehabilitación y me contó la verdad.
Hasta ese momento yo pensaba que él tenía un problema de bebida."
"Mi
abuelo odiaba a mi padre, estoy seguro. No sé porque sentía esa
animadversión hacia su hijo. Fue él que más lo quiso y respetó.
El único que se preocupó por no dejar perder las tierras a causa de
las deudas de mi abuelo cuando éste se murió, el que la trabajó
para sacar la finca a flote. Y lo hizo con desinterés, pues al final
él no heredó ningún pedazo de tierra."
"La
prueba final de que mi abuelo odiaba a su hijo la dio el día de su
muerte. El señor Mondego estaba enfermo, tenía artritis, una
variedad de artritis que en ese tiempo no disponía de un tratamiento
eficaz, hace diez años. Para completar, había contraído deudas. El
dolor de su vida se le figuró mayor que el de su muerte, supongo. Un
día se ahorcó de un palo de mango que se hallaba en la parte
trasera de la finca. Mientras se asfixiaba, se disparó un tiro en la
cabeza. El hecho que comprueba el odio de mi abuelo hacia mi padre,
es porque ese día, el día en que el señor Mondego se suicidó, era
el cumpleaños de mi papá."
...
Nota del Autor
En lugar de escribir un artículo de humor o reflexión, he tenido que desenterrar este cuento que escribí hace un largo tiempo. La razón es que mi papá me puso a pelar brevas y como resultado me duele teclear, muchísimo. Habías pasado meses desde la última vez que había insultado tanto para terminar una labor tan harta. En fin, todo sea por el dulce.
Con este cuento/entrevista saqué una muy buena nota en la Universidad. Es 50% realidad y 50% ficción.
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