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sábado, 31 de mayo de 2014

El crimen

El crimen

Arma asesina
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—¿Por qué lo hizo? –Preguntó el policía, un joven confundido y asustado.

—Calma muchacho. —Respondió el manco. Enfundó su machete con tranquilidad, sin limpiar la sangre del filo—. Aquí no ha pasado nada raro. Yo lo hice y tú no lo viste.

Los ruidos de la noche le recordaron al policía el frío que ya había olvidado. Más arriba se encontraba la finca desde dónde recibió el denuncio. Deseaba subir y tomarse una taza caliente de chocolate. No le tomaría más de quince minutos ir y volver. Le tentaba la idea, pero no debía. El Capitán le ordenó permanecer juntó el cadáver hasta que trajera al perito. Habían pasado dos horas y para desgracias del joven policía había aparecido el manco.

—Ahí vienen. —Susurró el manco en su oreja. Le asustó sentir el aire caliente tan cerca.

Dos rayos de luz se acercaban presurosos. Cuando el haz luminoso de la linterna le dio en el rostro su alivio fue evidente. Pero cuando el Capitán descubrió al manco al lado del muerto no se alegró. El Capitán lo regañó por permitir que un civil estuviera en la escena del crimen, por no ser valiente y obligarlo a seguir su camino, por ser un cobarde de mierda y tener miedo teniendo una pistola.

—¿Por qué se lo permitió? —Rugió el Capitán con el aliento alcoholizado.

—Porque era lo más práctico. —Intervino el manco—. Porque soy de ayuda.

¿Usted? ¿Cómo?

—¿Cómo piensa llevar al finado, mi Capitán? ¿Arrastrado? Como sé que usted es poco práctico por eso me traje mi caballo.

El Capitán iluminó al caballo que había permanecido invisible en la oscuridad, amarrado a un árbol al lado del camino. Era blanco y de porte orgulloso, sus ojos eran tan grandes y negros que parecían los de una vaca.

—El finado fue mi amigo, no iba a dejarlo por ahí tirado: soy un buen cristiano.


—¿Amigos? —Masculló el Capitán—. Claro que eran amigos, hasta que él le cortó el brazo.

El perito los interrumpió jadeando con pesadez. Por su abultada papada caían gotas de sudor y las axilas de su camisa lucían empapadas.

— ¿Está usted bien? —Le preguntó el policía joven.

—Sí… es sólo que… carajo… como son de… empinadas… estas montañas… Procedamos.

El perito examinó el cadáver bajo el resplandor de las linternas.

—¿Y bien? —Preguntó el Capitán con un hilo de voz.

—Un momento Capitán, déjeme observarlo bien. Por favor sostenga más firme la linterna… El cadáver presenta dos heridas mortales: un tiro en la frente y una cortada en la base del cuello, provocada por un arma blanca de gran tamaño, un machete creo.

— ¿Un machete? Déjeme ver eso.

El Capitán le alzó la barba al muerto; se le había teñido de rojo y estaba viscosa por la sangre que manaba del cuello.

—No puede ser. —Refutó el Capitán—. Antes no tenía ninguna cortada en este lugar, su barba estaba limpia cuando yo me fui.

—No importa Capitán: yo ya la vi. Es difícil que la descubriera en la oscuridad. Me imagino que vio el hoyo en la frente y por eso no revisó la barba. Me atrevo a suponer que ésta herida fue producida después de estar muerto, porque le tuvieron que alzar la barba para no cortarla, tal como tuvimos que hacer nosotros para encontrar la herida post–mortem. Lo que lo mató fue el disparo.

—Usted lo hizo. —Señaló el Capitán al manco—. Muéstreme su machete.

— ¿Yo? No quiero

—Ya verá.

La amenaza del Capitán flotó en el aire. El policía joven, que seguía la acción alumbrando la escena, dirigió la linterna a la cintura del Capitán, esperando ver cómo desenfundaba su revólver. Vio como la mano cogió la nada, porque la funda estaba vacía. La única arma presente la tenía el manco al cinto.


—¿Nos vamos? —Sugirió el manco—. Con mucho gusto me dejo interrogar en la comisaría, pero aquí no.

Cargaron al muerto sobre el caballo, por un costado colgaba la cabeza y por el otro caían las piernas. Le sujetaron los tobillos y muñecas con una cuerda. Luego el manco le indicó a los otros tres que se adelantaran para iluminar el camino mientras él arreaba el caballo y descender más rápido. Poco a poco el camino se fue estrechando hasta convertirse en una zanja por la que tuvieron que avanzar en fila india.

—Capitán. —Susurró el policía joven—. ¿Dónde está su revolver?

—No lo sé. —Replicó el Capitán con el humor agrio.

—Capitán, —aventuró el perito—, ¿cree usted que el señor del machete tiene malas intenciones?

—No me molesten con preguntas que no puedo responder. —Replicó molestó, porque él mismo tenía una pregunta que quería que el manco respondiera—. ¿Cómo se enteró el manco?

Se volteó para demandar una respuesta del manco y tuvo una visión espeluznante y asquerosa que lo pasmó. Lo mismo le pasó al perito y al policía.

Al entrar a la zanja, los pies y cabeza del muerto se habían ido raspando contra los bordes hasta que se le arrancó la cabeza. Fueron los sesos en la tierra más que la sangre roja sobre el caballo lo que provocó el vómito al perito. El policía horrorizado no miró por más de un segundo.

—Yo vi cuando sucedió. —Dijo el manco, pero el Capitán no lo quería escuchar.

—Usted… volvió a vejar el cadáver.

—¿Y? Cuando lo noté era demasiado tarde para devolvernos, y no tenemos otro remedio que llevarlo a través de esta zanja.

El Capitán se le acercó al manco como un tigre a punto de embestir.

—Cuidado. —Musitó el manco para que sólo lo oyera el Capitán y se fijara en el revolver con que apuntaba al estómago del oficial—. Cálmese que le estoy haciendo un favor.

—¡Mi revolver!

—No es bueno dejarse llevar por el pánico Capitán. Usted se asustó y tiró descuidadamente su revólver. Espero que no le vuelva a pasar en el futuro.

Cuchicheaban tan bajo y rápido que los otros no se enteraron de la discusión.

—¿Qué planea a hacer?

—Llevar este cadáver para que su mujer lo entierre. Y también decirle que yo lo maté.

—Usted… ¿Usted lo sabe cierto? —El Capitán respiraba con agitación, conteniendo las lágrimas—. Usted no tiene por qué cargarse este muerto.

—Yo estoy siendo práctico y usted no. —Se mofó el manco—. Eso no es propio de un buen Capitán de policía. Usted es más importante que yo, y desde luego, más valioso que este malnacido que se merecía el tiro que usted le pegó.

El perito y el policía joven se alejaron dando tumbos como borrachos: les daba nauseas estar cerca del cuerpo sin cabeza.

—Nadie le va… Nadie nos va a creer.

—Después de todo yo tengo mis motivos para odiarlo. —El manco alzó su muñón como prueba contundente—. Y yo tengo el arma asesina, y maltraté su cadáver con mi machete y llevándolo por el camino. Este viejo merecía la muerte Capitán, y no sólo por mi brazo. El malnacido más rico del pueblo y se dedicó a prestar su fortuna a intereses excesivos. Encontró la muerte por su propia avaricia que tenía a todo el pueblo muriéndose de hambre. Usted hizo lo correcto Capitán, y ahora yo también lo haré, porque este pueblo lo necesita a usted más que a este pobre viejo mocho.

—Pero… —El Capitán no supo cómo oponerse.


—Pero nada mi Capitán. Sigamos: ya salimos a camino más abierto.

Nota del Autor

Otro de mis cuentos pertenecientes a una serie titulada "Colección de Alucinaciones Fantásticas" que obviamente tiene un nombre demasiado grandilocuente. Este relato fue inspirado por una historia que una amiga me contó sobre los días de su padre como policía.

Hoy he tenido un día agotador. Mi hermana hizo la Confirmación en una misa que duró tres horas y en la cual me rendí desde el principio; incapaz de mantenerme en pie y rodeado de una muchedumbre asfixiante, escapé a un coliseo cubierto al frente de la Iglesia de Los Pinos que todos en Roldanillo deben conocer. Y aún así creí que me iba a desmayar, mas mi vida fue salvada por mi abuela y una paleta de chocolate que me compró. En estos momentos, aún no puedo decir que haya terminado. Todavía está pendiente una reunión privada que incluye un arroz mixto hecho por mi mamá y una torta de piña hecha por mí. Todo muy delicioso, pero ahora mismo no quiero hacer otra cosa que dormir.

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